miércoles, 27 de agosto de 2014

Artículo de Paco Madrid sobre historiadores universitarios y anarquismo.

Brillante artículo del historiador libertario Paco Madrid   escrito  en  2005 y publicado en la revista BICEL. En el texto Paco analiza diferentes obras de mucho interés para los que pretendemos investigar sobre el anarquismo valenciano, como son las realizadas por Eulalia Vega, Ana Monjo, Miquel Amorós o F.J. Navarro (participante este último en las I Jornadas sobre la guerrra civil y la revolución en el Alto Palancia). El valor de un artículo de este tipo es poner sobre el tapete una crítica dirigida a  los historiadores provenientes del mundo academicista,  que la mayoría de las veces, al estilo Josep Fontana, realizan juicios al  anarquismo histórico por no haber sabido adaptarse a las condiciones de su tiempo.  Bajo ese prisma de seudo-objetividad no entienden como el anarquismo o la parte más radical de él, se negara a la participación política, a los pactos con partidos, a los programas... etc. Tratándolos de sectarios y extremistas por haber optado por defender los principios de manera rigida. Descalificar a militantes por el hecho de haberse mantenido intransigentes en diferentes cuestiones inaceptables, es hacer historia condicionada, es no saber ponerse en la piel de aquellos trabajadores y no entender, en lo más mínimo, las perspectivas revolucionarias que se abrieron en aquellos años.

Miguel Rivas
En el transcurso de estos últimos doce meses, en los que han sucedido muchas cosas dignas de mención, han ido apareciendo también, en este país, una serie de libros sobre el anarquismo que han centrado su interés en el período republicano, unos años cruciales en los que el movimiento anarquista, después de un desarrollo político-social y cultural de más de sesenta años, había dado sobradas muestras de una vitalidad revolucionaria sorprendente en una ideología que tradicionalmente ha sido considerada poco consistente para desarrollar una teoría lo bastante coherente para llevar a la práctica sus propuestas.
El primer libro que apareció fue el de Ana Monjo(1) , unos meses más tarde apareció el de Eulalia Vega(2), y por último se publicó el de Javier Navarro (3). Los dos primeros están enfocados desde una perspectiva político-social –aunque sus enfoques sean muy dispares, como luego veremos– mientras que el tercero analiza fundamentalmente la vertiente cultural del anarquismo en su acepción más amplia, es decir, sus formas organizativas y las relaciones que se anudaban entre los diferentes grupos y ateneos. En resumen, el sustrato imprescindible para poder encarar con alguna probabilidad de éxito una transformación revolucionaria de la sociedad.

El libro de Ana Monjo es el resultado de su tesis doctoral, un estudio de la CNT durante la Segunda República, el cual va precedido de un sustancioso prólogo de Fontana; si bien para este prestigioso historiador es válida la crítica histórica a la trayectoria de la CNT: «La CNT pot semblar així un organisme que no ha aconseguit desemvolupar els mecanismes de democràcia interna que havien de permetre que les decisions es generessin de baix cap a dalt, sinó que funcionava amb dos nivells diferents: un que tenia sobretot la funció d'ocupar-se de les qüestions laborals pròpies del sindicat i un segon, que no estava ben engranat amb l'estructura sindical de base, que assumia la discussió ideològica i prenia les decisions que tenen a veure amb els propòsits de transformació revolucionària de la societat»(4), arremete, sin embargo, contra aquellos que esbozan su crítica a las manipulaciones historiográficas de la Academia, especialmente contra Miguel Amorós(5), del cual afirma –sin citar su nombre– que se expresa en términos sectarios y con una injustificada desconfianza de la historiografía universitaria; no obstante, para aquellos que estén familiarizados con ésta, es casi seguro que estarán de acuerdo con las afirmaciones de Amorós: «El papel que desempeña la revisión historiográfica moderna consiste en proporcionar una visión de la historia tan en la perspectiva del pensamiento dominante que el pasado resulte un ensayo más o menos imperfecto, más o menos fallido, del presente(6)» . Sin embargo, no tengo inconveniente en aplaudirle cuando considera que el señor Seidman –un académico norteamericano– sólo sabe hacer construcciones vacías de contenido, aunque maneje una documentación tan abundante como para llenar varios edificios, pero el viejo profesor Fontana parece no darse cuenta de que Seidman no es más que el resultado previsible de una colonización de nuestra historia llevada a cabo por universitarios «progresistas» de allende los mares, los cuales se acercaron al anarquismo español con la misma mirada que un naturalista se acercaría a una especie exótica y muy poco conocida. Serían los primeros intentos de la liquidación intelectual de la ideología anarquista y sus trabajos y conclusiones –movimiento pre-político, movimiento milenarista, aventurerismo revolucionario, etcétera– fueron recogidos con alborozo por los académicos españoles que de esta forma veían facilitada su labor prestigiando sus propias conclusiones. Los historiadores «progresistas» están siendo sustituidos por los «neoliberales», cuya misión es acabar de dar forma al edificio histórico, absolutamente vacío de contenido inteligible, aunque, eso sí, desde una estricta visión «científica» de la historia social, pero en este caso se incluyen, además del anarquismo, otros aspectos del devenir histórico de este país, con lo cual se intenta liquidar los últimos residuos históricos del estercolero que habían fabricado los historiadores autóctonos.

No dudamos de que muchos de aquellos que vivieron en primera persona los convulsos años republicanos e intentaron ofrecer una cierta resistencia a las agresiones del Capital y del Estado, verían con estupor cómo algunos historiadores e historiadoras se dedican desde la trinchera de sus poltronas a vaciar de contenido estas luchas llevadas a cabo, en muchos casos, con enormes dificultades y un gran esfuerzo por reivindicar unos derechos que le eran sistemáticamente negados.

Precisamente el libro de Ana Monjo es una muestra más de este intento de escamotear el verdadero sentido de las luchas que se sucedieron durante esos años; intentos iniciados por Brenan y continuados por Brademas y los sucesivos historiadores «oficiales» que han repetido insistentemente las mismas tesis. En primer lugar, Ana Monjo necesita revalidar el carácter de barómetro sociológico de las elecciones –de cualquier tipo que sean: parlamentarias, municipales, etcétera– para reafirmarlas: «En definitiva, el proletariat accepta el sistema parlamentari i demostra la seva adhesió votant, quan entreveu la possibilitat que el guany d'una determinada formació politica en un comici concret, pot canviar la seva situació d'explotació i miseria»(7).

Partiendo de esta afirmación tan banal, uno ya puede imaginarse qué puede esperar de un estudio que se basa en teorías tan simples. El libro da la triste impresión de que la autora no sólo no ha entendido absolutamente nada, sino que además utiliza la confusión mental en la que se debate para hacer afirmaciones gratuitas, apoyándose, si eso le parece necesario, en estudios anteriores que utilizan una metodología parecida. Así, en la página 77(8), siguiendo la senda trazada por Ullman , que afirmaba que el éxito del anarquismo se debió «a la incapacidad del movimiento obrero para incrustarse como fuerza independiente en la sociedad catalana y obtener el apoyo masivo de los obreros, al demostrarles su decisión y capacidad al defender las peticiones de mejoras de salarios y condiciones de trabajo» (página 29); Ana Monjo afirma a su vez que: «Així doncs l’entrada massiva d’anarquistes a Solidaridad Obrera va ser un factor decisiu per a la continuada preponderància de l’anarquisme en el moviment obrer»(9) . Es decir, que los anarquistas no solamente no hicieron nada por estructurar orgánicamente al movimiento obrero, sino que fueron una especie de parásitos que estaban esperando que los obreros, ingenuos ellos, formaran sus estructuras organizativas para incrustarse en ellas y succionar sus energías.

No dudamos de que muchos de aquellos que vivieron en primera persona los convulsos años republicanos e intentaron ofrecer una cierta resistencia a las agresiones del Capital y del Estado, verían con estupor cómo algunos historiadores e historiadoras se dedican desde la trinchera de sus poltronas a vaciar de contenido estas luchas llevadas a cabo, en muchos casos, con enormes dificultades y un gran esfuerzo por reivindicar unos derechos que le eran sistemáticamente negados para llevar a cabo sus tétricas manipulaciones «aventuristas». No obstante, en el aspecto técnico nada puede reprocharse a la autora, en realiad lleva a cabo con una gran pulcritud una detallada descripción de los cometidos que le estaban encomendados a cada uno de los niveles organizativos de la CNT, desde el Comité Nacional hasta la sección sindical, pasando por cada una de las diferentes instancias en las que se subdividía la estructura organizativa confederal. 
 
Para ello utiliza una abundante documentación emanada de congresos y asambleas, completada con los testimonios directos de algunos de sus protagonistas a través de una serie de entrevistas personales, cuyas biografías se incluyen al final del libro (páginas 487-506).
Como ya es habitual observar en estudios de esta índole, se pone el énfasis en los fracasos del anarcosindicalismo para estructurar un modelo social con visos de prosperar, pero lo que en este caso a Ana Monjo le parece una carencia a otros nos parece uno de los logros más importantes del pensamiento y la acción antiautoritarios. Y esto es precisamente lo que diferencia a aquellos historiadores que hacen del pasado una justificación del presente y aquellos otros cuya pretensión es extraer del conocimiento de la historia las herramientas más idóneas para construir nuestro presente.

Porque la tesis central del libro –precisamente la recogida por el profesor Fontana en su prólogo y que ya hemos comentado– está fundamentada en la incapacidad de la CNT para desarrollar los mecanismos de democracia interna que habrían de permitir que las decisiones se generasen desde la base, ya que existía una frontera divisoria que delimitaba dos sectores claramente diferenciados: por un lado aquellos que sólo se ocupaban de las tareas propias de un sindicato: reivindicaciones salariales, tareas administrativas y, por otro, aquellos que participaban en sectores donde se discutían cuestiones mucho más globales de táctica y estrategia. Ahora bien, tal como reconoce la propia autora, esta frontera era en la práctica inexistente; todos podían integrar cualquiera de los dos sectores o ambos a la vez –además de muchos otros sectores que no se citan– y por tanto dependería de la voluntad individual el dedicarse a una u otra tarea.

Lo que sucedía con la estructura organizativa cenetista era exactamente lo contrario. Mediante una serie de ensayos en materia de organización realizados a lo largo de su historia, el movimiento anarquista consiguió poner en pie un edificio que salvara los inconvenientes que ha supuesto siempre el movilizar a una parte importante de la población –generalmente apática frente a cuestiones que vayan más allá de sus necesidades más inmediatas– sin caer en el recurso fácil y cómodo de expedientes autoritarios. Y este es el aspecto del anarquismo que se intenta ocultar mediante procedimientos muy alambicados y por lo general tremendamente atrayentes.

Pero para poder seguir con detalle este avance en la consecución de una organización antiautoritaria suficientemente eficaz para poder hacer frente al Estado y al Capital, sería necesario conocer el desarrollo de la organización de los grupos anarquistas y su particular forma de relación que tanta influencia tuvo en el desarrollo de la organización anarcosindicalista –aspecto que también señala la autora, como luego veremos al hablar del libro de Javier Navarro–, pero hasta ahora este análisis no se ha realizado de forma sistemática, en parte por falta de la documentación necesaria y en parte también porque probablemente sea imposible hacer una historia de este género, al menos con las herramientas metodológicas que ahora poseemos. No obstante, independientemente de que sea o no posible hacer la historia del anarquismo en este país –es decir, la historia de los grupos anarquistas antes de la fundación de la FAI– sí es factible tener en cuenta los resultados y analizarlos cuidadosamente para no hacer afirmaciones que o bien son gratuitas o bien tratan de justificar la realidad de la dominación, tanto actual como pasada.

Por lo que respecta a la revolución, aunque la autora no llega a la absurda afirmación –tal como pretenden probar algunos historiadores– de que ésta nunca ha existido, sin embargo lleva a cabo una hábil maniobra de diversión para resaltar con todo lujo de detalles sus limitaciones, errores y carencias, hasta llegar a la conclusión de que la misma no era factible desde ningún punto de vista y de que el impulso dado a la misma en las primeras semanas pronto se vio frenado y frustrado hasta desembocar en su completo fracaso. En resumen, se insiste en la tesis ya planteada tantas veces de que impulsar una revolución en tan adversas circunstancias era poco menos que suicida y que únicamente podía dar como resultado la desorganización de la retaguardia y un debilitamiento general de las defensas republicanas para enfrentarse al ejército franquista. Nada nuevo.

Por lo que se refiere a la obra de Eulalia Vega, este nuevo libro poco aporta de novedoso a los trabajos anteriores de la autora sobre el trentismo y los sindicatos de oposición (10). De todos modos, al igual que en el trabajo de Ana Monjo, el aspecto técnico resulta impecable. La autora lleva a cabo un estudio detallado de la evolución económica y demográfica de Cataluña y un análisis pormenorizado de la población obrera, incluyendo naturalmente el factor de la inmigración que tanta importancia tendría en el desarrollo del movimiento obrero.

Analiza también, muy detalladamente, la evolución del anarco-sindicalismo en algunas de las comarcas más importantes de Cataluña, entre otras, Sabadell, Manresa, Mataró e Igualada. Así como una descripción minuciosa de las divergencias ideológicas en el seno del sindicato confederal que desembocaría en la escisión trentista.
En definitiva, Eulalia Vega pone el acento en el sector denominado reformista y, aunque no lo manifieste de manera explícita, todo apunta a concluir que la radicalización de un determinado sector de la CNT –la vertiente anarquista– debilitó profundamente al anarcosindicalismo e impidió que éste llevara a cabo su misión histórica que al parecer debía ser la de ayudar a la burguesía a modernizar el país y convencer a la clase obrera de que era mucho mejor dejarse explotar sin demasiadas protestas que lanzarse a «aventuras» insurreccionales cuyos resultados serían siempre perjudiciales a corto y largo plazo.
Se observa, en la mayoría de historiadores que se ocupan de la historia social, una tendencia cada vez más acusada a confundir el carácter «científico» de sus investigaciones con un reduccionismo mecanicista que simplifica de tal modo el desarrollo social que al final todo parece suceder como si el ser humano respondiera a la ley física de acción-reacción lo mismo que lo haría un muelle. De este modo, la historia social se va pareciendo cada vez más a un inmenso aprisco en el que son encerrados sus protagonistas para observar sus reacciones y ajustarlas a sus hipótesis. La receta es simple, pero muy elaborada: una porción de demografía, un filete de economía troceado, unos cuantos obreros salteados y todo ello cocinado a fuego muy lento y después aderezado con varias especias más o menos fuertes: huelgas, motines y alguna que otra insurrección, muy bien dosificadas.

Quizá podríamos establecer un cierto paralelismo entre los métodos de la historia social y la denominada novela negra. En el género de novela negra existen dos formas principales de contar las historias: una, en la que el autor o la autora sólo desvelan el misterio al final del relato, dejando al lector que vaya interpretando las claves que, con más o menos habilidad, se le van proporcionando para descubrir al asesino; y otra, en la que al lector se le proporciona ya desde el inicio la identidad del asesino y la habilidad del autor o la autora consiste en mantener viva su atención a través del análisis de los motivos que los diferentes personajes de la novela han tenido en la confección de la historia hasta desembocar en el fatal desenlace. No cabe duda de que el segundo método requiere una gran maestría y un mayor esfuerzo para mantener la tensión del relato, pero en contrapartida es mucho más coherente y sicológicamente más ético.
Una inmensa mayoría de historiadores de la historia social emplean el primer método; ensamblan su relato como si desconociéramos el desenlace y por tanto todos los hechos se muestran como si no hubiera habido ninguna posibilidad de que sucediera de otra forma y al final se nos presenta el resultado inevitable. El lector poco avisado se va paulatinamente convenciendo de que efectivamente la historia ha sucedido de esa particular forma, porque no podía ocurrir de otro modo. La utilización del segundo método requiere un trabajo de reflexión mucho más arduo, pero tiene la inmensa ventaja de que no se escamotea al lector ninguna de las posibilidades de actuación de los protagonistas de la historia –aquellos que hacen de su acción un acto de reflexión– y obliga al lector de alguna manera a ejercitar igualmente su pensamiento y hacerse cómplice poniendo en juego su propia capacidad de reflexionar sobre los acontecimientos pasados y presentes. Esto es, en mi opinión, hacer historia. Todo lo demás es... otra cosa.
El último libro que queremos comentar es el trabajo que Javier Navarro presentó como tesis en el año 2000 sobre la cultura libertaria en el país valenciano (1931-1939). Ya publicó en su momento la primera parte de la misma (11), y este nuevo libro sería el complemento necesario a su primera exposición en torno a la sociabilidad libertaria.

Como apuntaba anteriormente, Ana Monjo en sus conclusiones afirma que es necesaria una reflexión cuidadosa en torno al militantismo que va más allá del ámbito sindical, que penetra en barrios, cafés, tertulias, etcétera, con objeto de poder llegar a definir de qué manera se creó y articuló este tejido social que conforma el marco en el que se movía el movimiento libertario (página 484). Esta es precisamente la tarea que se propuso llevar a cabo Javier Navarro limitada al área geográfica del país valenciano. Si en su primer libro analizaba el desarrollo de la cultura anarquista a través de sus organizaciones, en éste lleva a cabo el análisis concreto de ésta y su vinculación con la propuesta global del anarquismo, así como la práctica de la misma por los anarquistas. Desde las conferencias, charlas o debates hasta el establecimiento de escuelas racionalistas, pasando por la edición de libros, folletos, periódicos o revistas, los anarquistas configuraron un universo cultural propio que desplegaron en todos los ámbitos de la sociedad. De ese modo crearon el sustrato imprescindible para que se establecieran los necesarios vínculos entre los diferentes sectores sociales sin que para ello fuera necesaria la presencia de ninguna autoridad para dar su consentimiento –más bien la autoridad intervenía para dificultar o impedir que estos vínculos se establecieran–. Éste sería en definitiva el proceso básico que permitió al movimiento anarquista crear los fundamentos de una sociedad libertaria.
Queda todavía mucho terreno por explorar en este campo de la investigación del anarquismo, pero Javier Navarro ha trazado los primeros surcos –junto a otros que antes que él ya hicieron también incursiones provechosas en esta tierra virgen– que con toda probabilidad nos proporcionarán un mejor conocimiento de las luchas contra el Estado y el Capital desde una perspectiva anarquista.
Paco Madrid

NOTAS

1 MONJO, Ana: Militants, Barcelona, 2003, 536 páginas.

2 VEGA, Eulalia: Entre revolució i reforma. La CNT a Catalunya (1930-1936), Lleida, 2004, 454 páginas.


3 NAVARRO NAVARRO, Francisco Javier: A la revolución por la cultura. Prácticas culturales y sociabilidad libertarias en el País valenciano, 1931-1939, Valencia, 2004, 406 páginas.


4 MONJO, Ana: op. cit., pág. 17: «De ese modo la CNT da a impresión de un organismo que no ha conseguido desarrollar los mecanismos de democracia interna que habrían de permitir que las decisiones se generasen desde la base, sino que funcionaba en dos niveles diferentes: uno cuya función principal era la de ocuparse de las cuestiones laborales propias del sindicato y otro, que no estaba bien engranado con la estructura sindical de base, que asumía la discusión ideológica y que tomaba las decisiones que hacían referencia a los propósitos de transformación revolucionaria de la sociedad.»


5 AMORÓS, Miquel: La revolución traicionada. La verdadera historia de Balius y los Amigos de Durruti, Barcelona, Virus, 2003, 444 páginas.


6 AMORÓS, Miquel: op. cit., pág. 6.


7 MONJO, Ana: op. cit., pág. 68: «En definitiva, el proletariado acepta el sistema parlamentario y demuestra su adhesión votando, cuando vislumbra la posibilidad de que el triunfo de una determinada formación política en un comicio concreto, puede cambiar su situación de explotación y miseria».


8 ULLMAN, Joan Connelly: La Semana Trágica, Barcelona, 1972, 693 páginas.
«Así pues, la entrada masiva de anarquistas en Solidaridad Obrera fue un factor decisivo en la continuada preponderancia del anarquismo en el movimiento obrero».


9 VEGA, Eulalia: El trentisme a Catalunya, Barcelona, 1980, 307 páginas.

10 Anarquistas y sindicalistas, 1931-1936, Valencia, 1987, 290 páginas.


11 NAVARRO NAVARRO, Francisco Javier: Ateneos y grupos ácratas. Vida y actividad cultural de las asociaciones anarquistas valencianas durante la Segunda República y la Guerra Civil, Valencia, 2002, 610 páginas.

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