Dentro de la parte de este blog que se ocupa tanto de la agricultura como del saber tradicional, hoy os presentamos a una gran desconocida, la calabaza que llamamos “de curar”. Resulta una calabacica de tamaño pequeño, cabe en la mano, forma apepinada y pinchosa, y de color anaranjado en la maduración. Sus pepitas están recubiertas de una sustancia gelatinosa roja y su forma es también de lo más inusual. La mata es enredadera y funciona bien en cualquier rincón con una mínima exigencia de agua y de sol. Su siembra, mejor en mayo.
Por desgracia, como parte de ese legado de conocimientos que poseían nuestros antepasados y que caen pasto del progreso mal entendido, estas calabazas han dejado de ser utilizadas como antiguamente lo fueron. La extensión de la farmacología y la medicina oficial, sin querer restarles importancia, han hecho que dejemos de darle a estas cosas la importancia que merecen, aunque cada vez son más atractivos los remedios caseros difundidos por doquier en infinidad de revistas y blogs. No obstante, la dependencia que continuamos teniendo con el Mercado, hace que cuando nos chafamos un dedo o nos damos un golpe busquemos otras soluciones no tan a mano.
Siguiendo con su historia, las calabazas de curar
han sido muy habituales entre los cultivos del valle, aunque no sabemos de su
procedencia. Recuerdo que de niños, los abuelos de mi amigo de la infancia M.A.T.,
labradores, siempre las tenían a mano para aliviar los golpes que la inquietud
de unos sinvergüenzas de pueblo, y sus mil y una andaduras por obras, huertas y riscos, traía consigo; y
ya eran conocidas por estos desde antiguo. A mí llegaron gracias a un gran maestro
y amigo amante de las cosas pequeñas y del trabajo bien hecho, años más tarde. Desde
aquí se lo agradezco. Su principiar función es, por tanto, la de aliviar golpes
inmediatos, evitando la moladura o dolor posterior. No sabemos mucho de sus
propiedades como tal, pero podemos asegurar es que cumplen lo prometido.
Su receta consiste en lo siguiente:
Se cortan a trozos las calabazas y se ponen en un
bote junto con la pulpa de las semillas y, siempre que no se vayan a guardar
para labor, las semillas también. A continuación se añade, en la misma
proporción que el volumen que ocupen las calabazas, aceite de oliva y alcohol
de curar. Por último se agita y se deja reposar en lugar oscuro y fresco hasta
pasados unos dos meses, cuando habrá ya macerado y se podrá utilizar.
Hay quien se unta el aceite, otros prefieren
pasarlo por la trituradora y gastarlo a modo de cataplasma.
Y ya para finalizar, cambiando de tema, apuntar
que dentro del Banco de semillas del Alto Palancia, el cual tuvo su carta de
presentación en la I Cata de Tomate Tradicional del Alto Palancia, uno de sus
objetivos se centra en recuperar esa parte útil de la agricultura que va más
allá de la alimentación, es decir, que abarca aspectos tan importantes de lo
cotidiano como son las cuestiones medicinales o curativas, gastronómicas, etc.
En este banco, el cual se encuentra en el edificio del Ateneo Libertario
Octubre del 36 (C/Desamparados-Plaza del Almudín de Segorbe), está catalogada
dicha variedad de calabaza y existe un buen número de semillas disponibles para
su reparto, de modo que, solo me resta animaros a pasaros por él y comprobar
todo lo expuesto por vosotros mismos.
Un saludo.
Thymus vulgaris
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