sábado, 11 de abril de 2015

Elogio de la lentitud.

Honore, Carl. In praise of Slow: How a Worldwide Movement is challenging the cult of speed. 2004. RBA Libros.
Elogio de la lentitud resulta un libro interesante para aquellos que, aquejados por un mundo en el que correr, darse prisa, y hacer las cosas sin demasiada pausa se ha convertido en dogma; necesitan buscar respuestas a las preguntas que día a día se nos plantean derivadas de un modo de vivir, cuanto menos, suicida.

Y es que, como anotaba Stefan Zweig (El mundo de ayer): “El siglo en que me tocó vivir y crecer no fue un siglo de pasión. El ritmo de las nuevas velocidades no había pasado todavía de las máquinas -el automóvil, el teléfono, la radio y el avión- al hombre; el tiempo y la edad tenían otra medida. Se vivía más reposadamente y, si intento evocar las figuras de los adultos que acompañaron mí infancia, me llama la atención que […] Andaban despacio, hablaban con comedimiento […] Ni siquiera siendo yo muy niño, cuando mi padre todavía no había cumplido los cuarenta, recuerdo haberlo visto subir o bajar escaleras apresuradamente ni hacer nunca nada con prisa aparente. La prisa pasaba por ser no sólo poco elegante, sino que en realidad también era superflua.”
Así pues, dividido en diez capítulos narrados a través de anécdotas y pequeñas reflexiones, más una introducción (La era del furor) y una conclusión  (La búsqueda del tempo giusto) acordes a la dinámica del libro; este manual de “buenas prácticas” critica a la velocidad y defiende la lentitud en nuestras acciones cotidianas como garantía de una mejor salud y estado de ánimo, un mejor funcionamiento del mundo en el que vivimos más acorde con el ritmo de nuestra inevitable naturaleza. De modo que toca el ámbito de la alimentación, las dinámicas de las ciudades, el ejercicio físico, la medicina, el sexo, el trabajo y el ocio, y la educación, a través de la filosofía del conocido movimiento Slow y todas sus variantes (Slow food, Slow sex, Slow…).
En líneas generales, cualquiera que se sienta mínimamente crítico con los principios que rigen el desarrollo de la sociedad industrial encontrará en él un aliado en el que basar argumentos para combatir las contradicciones en las que se sostienen nuestras rutinas en el día a día, como por ejemplo en lo que se refiere a la comida rápida frente a los productos locales, biológicos y de calidad, o la falta de tiempo dedicado a la que probablemente sea la actividad principal de nuestra existencia, la alimentación,  alrededor de la cual giran todas las demás. También trata el tema de la medicina convencional basada, precisamente, en soluciones rápidas, como serían por ejemplo la administración de analgésicos o la vía quirúrgica para el tratamiento del dolor crónico, en contraposición a lo que ofrece la medicina alternativa desde el yoga a la osteopatía o la fisioterapia. Para el caso del urbanismo, el diseño de ciudades se asemejaría al estilo medieval o de los centros históricos donde predominaban los espacios para la vida pública y la convivencia (plazas, mercados, calles estrechas…) frente a las grandes avenidas dispuestas para el automóvil. Y como columna vertebral en la cual se insertan el resto de nuestras acciones, en el ámbito laborar propone la disminución de las horas dedicadas al trabajo asalariado para poder emplear el resto de nuestro tiempo en leer, pasear, hacer deporte, cuidar de nuestro huerto, nuestros hijos, etc., a expensas de un menor ingreso salarial y, por consiguiente, consumo; y propone desde el trabajo temporal, a media jornada, jornadas flexibles al estilo europeo, etc., lo cual podría redundar en un fortalecimiento de los lazos comunitarios, el autoabastecimiento, los proyectos colectivos o, simplemente, el mejor conocimiento de uno mismo.
Hasta aquí podría estar de acuerdo con sus planteamientos, muchos de los cuales de hecho comparto de manera decidida. No obstante, llama mi atención la manera en que se espera que todo ello se produzca, en medio de un panorama que más que la confrontación con el actual modelo de existencia, bajo el yugo del capitalismo, busca su integración en este.
Así, por ejemplo, en el caso de la comida, se espera una legislación más contundente pongamos por caso para los transgénicos, amparada por el poder Estatal, la declaración de zonas libres de OMG’s, etc., argumentos que no aparecen en el libro pero son los normalmente utilizados por las organizaciones alternativas y ecologistas. En las ciudades las medidas mirarían hacia la peatonalización de las calles o la creación de jardines: “los partidarios de la ciudad lenta no tienen nada de luditas (…) ni tecnófobos”, aunque sí que critican el ritmo de la máquina. En el trabajo la conciliación de la vida laboral y familiar se decide en los convenios y los órganos de dirección de las igualmente competitivas empresas, etc.
Ello me lleva a pensar en un documental del Escarabajo Verde en el que se relacionaban las redes wi-fi con enfermedades cutáneas de hipersensibilidad probadas y quién sabe si con los trastornos de déficit de atención, la hiperactividad, canceres y leucemia, sobre todo en niños que todavía no están desarrollados. Pues bien, el argumento me vale porque parece que la oposición va más encaminada hacia medidas como el cableado o la disminución del uso de los aparatos móviles,  o de la cobertura de las antenas, que hacia la completa desaparición de estos dispositivos de nuestras vidas, algo que puede parecer realmente descabellado así dicho pero que nos deberíamos plantear si realmente conlleva los citados problemas.
Con esto no dudo de la profundidad ni la coherencia de los planteamientos del movimiento Slow, es más, me parece que a corto plazo y de cara a llegar a la gente tienen mucho que decir, pero sí que encuentro cierta paradoja en sus estrategias. La paradoja en la que de alguna manera es cierto que todos vivimos inmersos, pero a la cual algunos intentamos, o nos gustaría, desenmascarar, y otros le hacen el juego.
Como ellos mismos proponen: “del mismo modo que los antiglobalización moderados, los activistas del movimiento Slow no se proponen destruir el sistema capitalista, sino que tratan más bien de darle un rostro humano”, pero es precisamente ese capitalismo el que necesita de todos esos aparatos, de la alienación en el trabajo, del modelo de vida administrada; más aún se nutre de ellos, por eso soy escéptico con estos modelos de lavado de cara del sistema. No se trata de ser el más radical, sino de visibilizar al enemigo, al verdadero culpable de crear todas esas condiciones. Capitalismo y humanidad son dos términos contrapuestos, y deberíamos haberlo ya aprendido, por lo que no me queda sino ver en estas adaptaciones del Sistema un aliado en el papel que juega la Dominación para adaptarse a las nuevas necesidades de las personas.
De esta manera, participar en una cooperativa o montar una granja ecológica puede ofrecer muchos más beneficios  a sus integrantes que trabajar por cuenta ajena para una multinacional. También puede aportar beneficios para el medio ambiente y las personas y, seamos sinceros, es un medio de supervivencia más acorde a nuestra manera de funcionar en medio del sálvese quien pueda, pero no deja de ser un eslabón más de la cadena que nos ata a la vida administrada, por lo que la refuerza más que la daña. En la medida en que el capitalismo no se vea afectado por estos proyectos los tolerará, es más, los hará parte de su discurso en momentos difíciles como ya desde hace tiempo viene ocurriendo (ejemplos como el del discurso del poder sobre las energías renovables evidencian lo que intento decir). Por eso, cualquier movimiento que aspire a luchar contra la Dominación y sus condiciones, entre las que se encuentran todas las actuaciones antes nombradas, las cuales minan nuestra autonomía y poder de decisión sobre nuestras vidas, debería replantearse sus relaciones con el Poder que las crea y hace posibles.


Thymus vulgaris.

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