Publicamos este articulo aparecido en la
pagina web del Periódico Diagonal del historiador Chris Ealham. Este
hace una reseña del libro de Manel Aisa Pàmpols "La Huelga de alquileres
y el Comité de Defensa Económica". Trabajo que nos muestra una lucha de
las clases populares en Barcelona que hoy parece olvidada
pero que fue real. Más allá de la lucha sindical hubieron otras muy
interesantes que merecen ser conocidas ya que de un tiempo a esta parte se han desarrollado movimientos de protesta por el tema de la vivienda.
La mayoría de veces nos hemos fijado en las luchas sindicales ya que
eran las más conocidas pero detrás del sindicalismo había infinidad de
conflictos muy interesantes que demuestran el alto grado de desarrollo
de la solidaridad y, por tanto, de la vecindad en los
barrios. Como Ealham señala en su libro "La lucha por Barcelona. Clase,
Cultura y conflicto 1989-1937" la calle era un lugar de sociabilidad, una extensión del hogar de los obreros, lo que permitió que se desarrollaran proyectos vecinales en donde cuestionaban el modelo de ciudad que la burguesía les imponía. Interesante trabajo que nos puede hacer reflexionar hacia donde van nuestros pueblos y ciudades cuando el espacio se esta mercantilizando en un grado superlativo, cuando cada vez hay más gente con problemas para pagar hipotecas y alquileres y cuando la vida en la calle es cada vez más inexistente.
Santiago Fernandez
Tenemos aquí un apasionado libro escrito por Manel Aisa, veterano
activista de los movimientos sociales, antiguo militante del Sindicato
de la Construcción barcelonés y secretario de la Federación local de la
CNT durante la Transición. Aisa, convertido en historiador de las luchas
sociales de sus antepasados, ha realizado un estudio importante sobre
la memoria histórica de los desposeídos que es, a la vez, un libro muy
actual, un libro de historia para nuestros tiempos de pobreza e
injusticia crecientes (pisos vacíos, desahucios, malnutrición); un libro
especialmente bienvenido porque nos muestra las tácticas de lucha desarrolladas
por el efímero Comité (a veces llamado Comisión) de Defensa Económica
(CDE), que promovió la célebre huelga de alquileres de 1931 en la zona
barcelonesa.
El libro comienza con un análisis de la crisis de la vivienda en la Barcelona de la época: pisos divididos debido a la creciente demanda, casas insalubres con varias familias compartiendo un solo baño, barracas,
etcétera. Los más afectados fueron los obreros inmigrantes que habían
llegado para convertirse en las fuerzas de choque de la revolución
industrial catalana. En el contexto de crisis política y protesta social
anteriores al nacimiento de la República y tras muchos años de elevados
alquileres, varios inquilinos se enfrentaron a la auténtica dictadura
de los propietarios y se negaron a pagar a los caseros.
La huelga resultaba atractiva por sus beneficios inmediatos: la
oportunidad de ahorrarse el alquiler, que muchos obreros sólo conseguían
pagar con grandes dificultades. Así, el movimiento electrizó los
barrios obreros y, en poco tiempo, miles y miles de inquilinos dejaron de pagar el alquiler,
convirtiendo la huelga en una lucha excepcional, en la movilización más
genuinamente popular de la Barcelona republicana anterior a la
revolución del 36.
Es impresionante ver cómo gentes en situaciones extremas y con pocos
recursos eran capaces durante un tiempo de resistir a los caseros y a
las autoridades. Como ejemplo de la capacidad espontánea de los
desposeídos para imponer sus aspiraciones, los inquilinos rebeldes
adoptaron unas tácticas flexibles e imaginativas, como en el caso de sus
protestas delante de los hogares de los caseros.
La solidaridad era la clave de la lucha y gracias a
ella siempre había hombres, mujeres y niños listos para resistir los
desahucios. Si se efectuaba uno, los huelguistas intentaban reinstalar a
los afectados en la casa desalojada. Si lo conseguían, el éxito se
celebraba en la calle; si no, siempre había alguien que ofrecía una
cama. Además, como suele ocurrir en toda huelga de inquilinos, la
participación democrática de las bases en los procesos decisorios
reforzaba la movilización.
Obviamente, la huelga no había salido de la nada: estaba basada en
tradiciones comunitarias de autonomía y arraigada en una red
multifacética de relaciones y vínculos derivados de la vecindad y el
parentesco. El movimiento estaba también estrechamente ligado a la
cultura radical promovida por la CNT desde la Primera Guerra Mundial. De
forma paralela a la huelga, los activistas del Sindicato de la
Construcción fundaron la CDE para estudiar el coste de la vida en
Barcelona. Con aproximadamente el 40% de los 30.000 miembros del sindicato en el paro, no es de sorprender que los trabajadores de la construcción estuvieran detrás de esa iniciativa.
Santiago Bilbao, promotor de la CDE, vio la huelga de inquilinos como un acto importante de autoayuda económica,
a través del cual los desposeídos podrían contrarrestar el poder del
mercado y tomar el control de lo cotidiano. El consejo de la CDE a los
obreros era: “¡Come bien y si no tienes dinero, no pagues el alquiler!”.
La CDE también exigió para los parados la exención del pago del
alquiler. Pero, aunque la huelga iba extendiéndose gracias a los mítines
multitudinarios organizados por la CDE, la movilización era en realidad
producto de las calles, de las que formaba parte mucho más que de
ninguna organización.
Fue muy significativa la reacción de las autoridades republicanas,
recién establecidas, a la rebelión de los humildes. De hecho, la
historia de la huelga de inquilinos es la historia del rechazo popular a una república burguesa
que hizo todo lo posible para apaciguar a los caseros: no sólo
mantuvieron los republicanos la detención gubernativa de la monarquía,
sino que utilizaron todo su arsenal de Estado –sobre todo la Ley de la
defensa de la República (la Ley Mordaza de los años 30) y la Guardia de
Asalto, la policía paramilitar, con sus porras ‘democráticas’– para
desarticular el movimiento de los inquilinos. Así, después de encarcelar
a los activistas más visibles de la huelga como presos gubernativos,
las autoridades llegaron a considerar la CDE como una asociación
“criminal”.
Tal como nos enseñan hoy los montajes judiciales Pandora y Piñata,
esa tradición estatal sigue intacta: ante la protesta, encarcela al
anarquista... Este libro no es sólo un trabajo importante sobre la
memoria libertaria, también contiene lecciones importantes para quienes
hoy siguen luchando contra los desahucios y en favor de una vivienda
digna.
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