jueves, 29 de diciembre de 2016

¿Renunciamos a todo, menos a la victoria?


"La leyenda de héroe que me están tejiendo muy a mi pesar mio es injusta, me molesta. Los héroes son los milicianos que forman mi columna [...] Puedes disponer de mis compañeros [...] pero déjame a mi entre bastidores".
Declaraciones de Durruti a Armand Guerra en "Durruti humano", Umbral, noviembre de 1937.

"Yo he soñado siempre con hacer la revolución y ahora que tengo las armas conmigo no voy a perderla".
Declaraciones de Durruti a Ricardo Rionda. En entrevista de Hans Magnus Erzensberger con Ricardo Rionda (Rico), para El corto verano de la anarquía, en los papeles de Helmut Rüdiger, IISG, Amsterdam

Muchas veces se ha tratado a Durruti como al héroe del pueblo tratando de mitificarlo. Pero en la época que vivimos ahora, una época en que la superficialidad lo idealiza todo, creemos que es necesario profundizar para acabar con esta lacra. El 20 de noviembre de este año se cumplieron 80 años de la Revolución Social y de la muerte de Durruti, que sirvan estas líneas como homenaje, más a que a él que siempre huyó de las mitificaciones, a aquello que representaba.

Durante años hemos escuchado todo tipo de comentarios acerca de Durruti, cada cual más alejado de la realidad ya que es la superficialidad la que manda. Lo vemos en una muy buena parte de trabajos historiográficos que tratan sobre la primera mitad del s.XX en donde el anarquismo es mencionado siempre peyorativamente y de pasada, ya que es imposible negarlo (aunque muchas veces lo intentan). No interesa, y por lo tanto no es gracias a ellos como podemos llegar a profundizar sobre el tema. En los años 70 historiadores como Hugh Thomas y Gabriel Jackson ya tuvieron que defenderse de algunas criticas al respecto y el asunto continua, en líneas generales, por los mismos derroteros.

Antes de empezar a interesarnos por la Revolución ya escuchamos en ciertos ambientes lo de que “a Durruti lo mataron sus compañeros por la foto de Stalin que tenia en su despacho”, o lo de que “se había hecho comunista” o lo de aquella archirepetida frase “Renunciamos a todo menos a la victoria”. Unos inventan y otros repiten como loros sin contrastar. Al final la mentira repetida mil veces es la que vence, y es más fácil engañar a alguien que convercerle de que ha sido engañado. La última falacia que escuchamos de este tipo fue en el documental de "Roig i Negre" de parte de Santiago Carrillo que dice haber escuchado la archirepetida frase de la boca de Durruti en Madrid.

Después de leer el libro de Miquel Amorós “Durruti en el Laberinto” de la Editorial Virus, donde se profundiza sobre Durruti y la Revolución el asunto se ve muchísimo más claro. A Durruti no se le puede mitificar ya que convirtiéndolo en un mito, matamos al revolucionario que fue y tampoco creemos conveniente tratarlo de héroe ya que la heroicidad que  hubo fue la del pueblo en su conjunto y no solo la de un individuo en particular. Ese pueblo “indisciplinado” e “incontrolado”, organizado contra el poder que supo echarse a la calle para coger las riendas de sus vidas, hacerle frente a la agresión fascista mientras despreciaba a los políticos que les pedían calma y que fue mucho más allá que las cabezas visibles de la CNT. Si recordamos a Durruti no es individualmente como un dirigente si no como la representación de todo un pueblo al que todos los políticos intentaron frenar. Parece que molesta que el pueblo y sus elementos “incontrolados” formen parte de la Historia conscientemente y decidan actuar por si mismos.

Durruti fue uno más entre los revolucionarios, la diferencia era que era la cabeza visible. Uno de las pocos dirigentes del anarquismo que no se dejó embaucar por los contrarrevolucionarios. Siguió integro defendiendo la revolución, llamando la atención en numerosas ocasiones sobre la contrarrevolución y la formación de las nuevas burocracias. Intento hacer la revolución y la guerra sin renunciar a nada. La archiconocida frase fue una invención de Ilya Ehrenburg para hacer de él todo lo contrario de lo que era. Era una figura demasiado popular para estar del lado de la revolución, había que romper con el escollo que él representaba. Lo primero fue llevarlo a Madrid y apartarlo de su zona de mayor influencia y después todos sabemos lo que pasó. Una vez muerto había que acabar con toda su aureola revolucionaria, había que acabar con su integridad, con aquella que sus antiguos compañeros no habían tenido y que en el fondo de sus corazones debían de avergonzarse. Lo más importante para nosotros no es ya quien mató a Durruti sino quienes se vieron beneficiados con su muerte.                                                                          
En todos los escritos y manifestaciones de Durruti no se percibe “ni un paso atrás” en cuanto a su ideología revolucionaria. Se mantuvo integro hasta el final y eso para las nuevas burocracias que veían como la clase obrera hacía la revolución y la guerra por su cuenta era demasiado peligroso. Ninguna de las otras corrientes antifascistas tenían un personaje tan popular como Durruti y tenían que atraer a este hacia sus filas. Vivo era un problema, muerto fue elevado a mito nacional contra la invasión extranjera. Si la Guerra fue un conflicto de clases en la que en un primer momento el programa era de democracia obrera revolucionaria los capituladores de la CNT lo despreciaron convirtiendo la guerra en un conflicto contra la independencia de España contra el fascista invasor. A Durruti o se le trata como aliado de la república burguesa o como un delincuente, como revolucionario integro no podía existir, ya que esta no existió. Como dijo Ricard Camil en las ultimas Jornadas sobre la Revolución social en CGT “No podemos hablar de una revolución” o según el profesor Alvarez Junco “[…] no había una pugna entre un poder popular, constituido por milicias, tribunales populares y comités espontáneos, y otro gubernamental debilitado que intentaba encauzar el desbordado torrente revolucionario. Lo que había era caos”. De la Universidad, salvo honrosas excepciones, lo único que podemos esperar es la negación.

 Aquellos que simpatizamos con la revolución no podemos dejar que sus enemigos intoxiquen su memoria pero tampoco hemos de idealizarla. Hay que verla como lo que fue. No hemos de dejar que aquello por lo que realmente se luchó se tergiverse. No podemos dejar que los revolucionarios caigan en el olvido y sean utilizados como luchadores por una democracia burguesa y capitalista. Negar lo que fue es una humillación al servicio del poder. Recordándoles por lo que en realidad fueron nunca morirán del todo. Que su obra, su sacrificio y su legado no caigan en el olvido. Hasta que todos y todas seamos libres. 

                                                                                                                       Santiago Fernández


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