"La leyenda de héroe que me están tejiendo muy a mi pesar mio es injusta, me molesta. Los héroes son los milicianos que forman mi columna [...] Puedes disponer de mis compañeros [...] pero déjame a mi entre bastidores".
Declaraciones de Durruti a Armand Guerra en "Durruti humano", Umbral, noviembre de 1937.
"Yo he soñado siempre con hacer la revolución y ahora que tengo las armas conmigo no voy a perderla".
Declaraciones de Durruti a Ricardo Rionda. En entrevista de Hans Magnus Erzensberger con Ricardo Rionda (Rico), para El corto verano de la anarquía, en los papeles de Helmut Rüdiger, IISG, Amsterdam
Muchas veces
se ha tratado a Durruti como al héroe del pueblo tratando de mitificarlo. Pero
en la época que vivimos ahora, una época en que la superficialidad lo idealiza
todo, creemos que es necesario profundizar para acabar con esta lacra. El 20 de
noviembre de este año se cumplieron 80 años de la Revolución Social y de la
muerte de Durruti, que sirvan estas líneas como homenaje, más a que a él que
siempre huyó de las mitificaciones, a aquello que representaba.
Durante años
hemos escuchado todo tipo de comentarios acerca de Durruti, cada cual más alejado de la realidad ya que es la superficialidad la que manda. Lo vemos en una muy buena parte de trabajos historiográficos
que tratan sobre la primera mitad del s.XX en donde el anarquismo es mencionado
siempre peyorativamente y de pasada, ya que es imposible negarlo (aunque muchas
veces lo intentan). No interesa, y por lo tanto no es gracias a ellos como
podemos llegar a profundizar sobre el tema. En los años 70 historiadores como
Hugh Thomas y Gabriel Jackson ya tuvieron que defenderse de algunas criticas al
respecto y el asunto continua, en líneas generales, por los mismos derroteros.
Antes de
empezar a interesarnos por la Revolución ya escuchamos en ciertos ambientes lo de
que “a Durruti lo mataron sus compañeros
por la foto de Stalin que tenia en su despacho”, o lo de que “se había hecho comunista” o lo de
aquella archirepetida frase “Renunciamos
a todo menos a la victoria”. Unos inventan y otros repiten como loros sin
contrastar. Al final la mentira repetida mil veces es la que vence, y es más fácil
engañar a alguien que convercerle de que ha sido engañado. La última falacia
que escuchamos de este tipo fue en el documental de "Roig i Negre" de parte de
Santiago Carrillo que dice haber escuchado la archirepetida frase de la boca de
Durruti en Madrid.
Después de
leer el libro de Miquel Amorós “Durruti en el Laberinto” de la Editorial Virus,
donde se profundiza sobre Durruti y la Revolución el asunto se ve muchísimo más
claro. A Durruti no se le puede mitificar ya que convirtiéndolo en un mito,
matamos al revolucionario que fue y tampoco creemos conveniente tratarlo de héroe
ya que la heroicidad que hubo fue la del pueblo en su conjunto y no solo la de un individuo en particular. Ese pueblo “indisciplinado” e “incontrolado”,
organizado contra el poder que supo echarse a la calle para coger las riendas
de sus vidas, hacerle frente a la agresión fascista mientras despreciaba a los políticos
que les pedían calma y que fue mucho más allá que las cabezas visibles de la
CNT. Si recordamos a Durruti no es individualmente como un dirigente si no como
la representación de todo un pueblo al que todos los políticos intentaron
frenar. Parece que molesta que el pueblo y sus elementos “incontrolados” formen
parte de la Historia conscientemente y decidan actuar por si mismos.
Durruti fue
uno más entre los revolucionarios, la diferencia era que era la cabeza visible.
Uno de las pocos dirigentes del anarquismo que no se dejó embaucar por
los contrarrevolucionarios. Siguió integro defendiendo la revolución, llamando
la atención en numerosas ocasiones sobre la contrarrevolución y la formación de
las nuevas burocracias. Intento hacer la revolución y la guerra sin renunciar a
nada. La archiconocida frase fue una invención de Ilya Ehrenburg para hacer de él
todo lo contrario de lo que era. Era una figura demasiado popular para estar
del lado de la revolución, había que romper con el escollo que él representaba. Lo
primero fue llevarlo a Madrid y apartarlo de su zona de mayor influencia y después
todos sabemos lo que pasó. Una vez muerto había que acabar con toda su aureola
revolucionaria, había que acabar con su integridad, con aquella que sus
antiguos compañeros no habían tenido y que en el fondo de sus corazones debían de
avergonzarse. Lo más importante para nosotros no es ya quien mató a Durruti sino quienes se vieron beneficiados con su muerte.
En todos los
escritos y manifestaciones de Durruti no se percibe “ni un paso atrás” en
cuanto a su ideología revolucionaria. Se mantuvo integro hasta el final y eso
para las nuevas burocracias que veían como la clase obrera hacía la revolución y
la guerra por su cuenta era demasiado peligroso. Ninguna de las otras
corrientes antifascistas tenían un personaje tan popular como Durruti y tenían que
atraer a este hacia sus filas. Vivo era un problema, muerto fue elevado a mito
nacional contra la invasión extranjera. Si la Guerra fue un conflicto de clases
en la que en un primer momento el programa era de democracia obrera revolucionaria
los capituladores de la CNT lo despreciaron convirtiendo la guerra en un
conflicto contra la independencia de España contra el fascista invasor. A Durruti
o se le trata como aliado de la república burguesa o como un delincuente, como
revolucionario integro no podía existir, ya que esta no existió. Como dijo
Ricard Camil en las ultimas Jornadas sobre la Revolución social en CGT “No
podemos hablar de una revolución” o según el profesor Alvarez Junco “[…] no había
una pugna entre un poder popular, constituido por milicias, tribunales
populares y comités espontáneos, y otro gubernamental debilitado que intentaba
encauzar el desbordado torrente revolucionario. Lo que había era caos”. De la Universidad, salvo honrosas excepciones, lo único que podemos esperar es la negación.
Aquellos que
simpatizamos con la revolución no podemos dejar que sus enemigos intoxiquen su memoria pero tampoco hemos de idealizarla. Hay que verla como lo que fue. No hemos de dejar que aquello por lo que realmente se luchó se
tergiverse. No podemos dejar que los revolucionarios caigan en el olvido y sean
utilizados como luchadores por una democracia burguesa y capitalista. Negar lo
que fue es una humillación al servicio del poder. Recordándoles por lo que en realidad fueron nunca morirán del todo.
Que su obra, su sacrificio y su legado no caigan en el olvido. Hasta que todos y
todas seamos libres.
Santiago Fernández
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