miércoles, 4 de enero de 2017

El solitario del desierto

                                                 "¡La tierra primero!"

Libros sobre la naturaleza se han escrito muchos, libros sobre el mar y sobre las montañas también, pero ¿y libros sobre el desierto?. El libro El Solitario del desierto de Edward Abbey es uno de ellos. Publicado en castellano por la editorial Capitán Swing en 2016 es un canto poético, una oda al desierto. Allí donde otros como Melville y Conrad vieron algo especial en el mar o Rosseau en las montañas Abbey lo vió en el desierto y durante toda su vida escribió sobre ello. La vida de Abbey giró en torno a su defensa.

El libro sobre el que hoy escribimos no es un libro en el que podamos encontrar grandes reflexiones, es un libro atípico que según dice el autor en el prólogo “A los críticos serios, los bibliotecarios serios, los profesores adjuntos de lengua les disgustará profundamente esta obra si la leen; esa es al menos mi esperanza”. Libro gamberro donde los haya, en ese estilo que siempre lo caracterizó es como está escrito. Esta fue su primera obra de no ficción con la que alcanzó la fama, antes había escrito Jonathan Troya (1954) y El vaquero indomable (1956). La primera no sabemos si esta traducida y publicada en castellano, la segunda sí. Respecto a la segunda fue llevada al cine por el gran Kirk Douglas bajo el titulo Los valientes andan solos, donde realizó una de sus mejores interpretaciones. La película trata sobre un vaquero anarquista que pretende liberar a un compañero suyo encerrado en prisión. Después de El Solitario del Desierto (1968) ya vinieron sus dos obras más conocidas, novelas que inspiraron el movimiento Earth First, La Banda de la Tenaza (1975) y Hayducke Vive ¡El recuentro de la Banda de la Tenaza! (1989). Las dos de gran éxito en la contracultura norteamericana hasta el punto de que Robert Redford estuvo a punto de llevarlas al cine. Todas las obras citadas son las más conocidas pero no las únicas.

En lo que respecta al libro que nos ocupa, Abbey fue a trabajar como guarda al Parque Nacional de los Arcos en Utah. De su experiencia en soledad, al estilo Thoreau pero en el desierto del oeste norteamericano, es de lo que nos habla. Llegó allí siendo un paraje natural sin explotar y fué viendo como el Estado empezaba a desarrollar el turismo para sacarle rentabilidad económica a aquel espacio protegido. Hemos echado en falta reflexiones acerca de la protección (o no) de la naturaleza pero ello no le quita importancia a la obra. El Estado protege a su antojo y desprotege de igual manera. No se trata de tener lugares bonitos en los que olvidarnos del ajetreo de las grandes conurbaciones sino de hacer usos sostenibles del territorio. Usos sostenibles de un territorio y de un medio sin el cual el ser humano no puede vivir. Por muchas promesas y nuevas tecnologías que se creen, el sistema en el que vivimos esta serrando la rama sobre la que se asienta y el primer paso que debemos dar es ser conscientes de ello. Libros como el de Abbey son necesarios para crear esa conciencia tan necesaria que no existe. No es de ecologismo a secas de lo que estamos hablando sino de una conciencia que cuestione el desarrollo.

El Estado y el Capital tienen que sacar rentabilidad económica a absolutamente todo. En torno a 1968 los parques naturales protegidos en Estados Unidos no estaban rentabilizados económicamente (utilizando términos del Capital). Abbey es testigo de toda esa transformación destructora. Cuando el llegó los que visitaban el parque eran aventureros como él, amantes de la naturaleza en su mayoría, que la aceptaban como tal, andaban por rutas senderistas lo que hiciera falta y dormían al raso. Como ello no entraba en la maquinaria de extracción de valor, se empezaron a construir carreteras para acceder a todos los puntos posibles del paraje y se empezó a llenar de turistas con caravanas en donde llevaban la misma vida que en las ciudades: ver la tele y beber cerveza; pero en el desierto.

Toda la obra gira en torno al desarrollo del desierto, a la descripción de la naturaleza y a la perdida de las antiguas formas de vida. Nos habla de los vaqueros y su estilo de vida ganadero que ya no existe porque la cría de ganado se ha industrializado y automatizado. Ahora la carne es de muy mala calidad, el trato a los animales es penoso y los vaqueros de la actualidad solo son sucedáneos que los imitan: “…el vaquerismo es un culto que crece en proporción directa a la desaparición de la cría de ganado como ocupación”. Nos habla de la situación de los indios navajos y de los intentos del Estado por su “integración” en el mercado laboral, por el intento que hacen de acabar con su reserva y por la degradante pretensión de que sea utilizada su extinta cultura para el turismo: “No será fácil para los navajos olvidar que hubo un tiempo, y no hace de él más que una generación, en que eran jinetes, nómadas, cuidadores de rebaños, que pintaban en la arena, tejían lana, eran artistas de la plata, bailarines, cantores del Yei-bi-chei. Pero tendrán que olvidar o aprender al menos a no sentirse avergonzados de esas cosas viejas y sacarlas a la luz solo para diversión de los turistas”. Nos habla de la necesidad organizarse en la naturaleza, del abandono de las ciudades, de cómo sobrevivir en el desierto, de cómo buscar agua sin morir en intento, de las rocas, de los coyotes, de las serpientes, de las arañas, de la tecnología, de las pinturas rupestres, del crecimiento, del turismo, del desarrollo…etc.


En definitiva otro libro más de esta “rata del desierto” sobre aquello que consideró su “hogar” y su lamentación por la destrucción de aquello que conoció “libre y salvaje” a causa del “progreso” y el “desarrollo”. Edward Abbey murió en 1989 y está enterrado en un lugar indeterminado del desierto. Os dejamos con sus palabras: “[…] se trata de nuevo del viejo juego de los números, la monotonía de mentes pequeñas y muy simples atrapadas en una obsesión. No pueden ver que el crecimiento por el crecimiento es una locura cancerosa, que Phoenix y Albuquerque no serán mejores ciudades para vivir en ellas cuando sus poblaciones se dupliquen una y otra vez. Nunca entenderán que un sistema económico que solo puede expandirse o expirar ha de ser contrario a todo lo humano. Baste lo dicho como vana digresión: la pauta está fijada y solo protestar no detendrá el glaciar de hierro que avanza hacia nosotros”.

Santiago Fernández

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