"¡La tierra primero!"
Libros sobre
la naturaleza se han escrito muchos, libros sobre el mar y sobre las montañas también,
pero ¿y libros sobre el desierto?. El libro El
Solitario del desierto de Edward Abbey es uno de ellos. Publicado en
castellano por la editorial Capitán Swing
en 2016 es un canto poético, una oda al
desierto. Allí donde otros como Melville y Conrad vieron algo especial en el
mar o Rosseau en las montañas Abbey lo vió en el desierto y durante toda su
vida escribió sobre ello. La vida de Abbey giró en torno a su
defensa.
El libro sobre
el que hoy escribimos no es un libro en el que podamos encontrar grandes
reflexiones, es un libro atípico que según dice el autor en el prólogo “A los críticos serios, los bibliotecarios
serios, los profesores adjuntos de lengua les disgustará profundamente esta
obra si la leen; esa es al menos mi esperanza”. Libro gamberro donde los
haya, en ese estilo que siempre lo caracterizó es como está escrito.
Esta fue su primera obra de no ficción con la que alcanzó la fama, antes había escrito
Jonathan Troya (1954) y El vaquero indomable (1956). La primera
no sabemos si esta traducida y publicada en castellano, la segunda sí. Respecto
a la segunda fue llevada al cine por el gran Kirk Douglas bajo el titulo Los valientes andan solos, donde realizó
una de sus mejores interpretaciones. La película trata sobre un vaquero
anarquista que pretende liberar a un compañero suyo encerrado en prisión. Después
de El Solitario del Desierto (1968)
ya vinieron sus dos obras más conocidas, novelas que inspiraron el movimiento
Earth First, La Banda de la Tenaza (1975) y Hayducke Vive ¡El recuentro de la Banda
de la Tenaza! (1989). Las dos de gran éxito en la contracultura
norteamericana hasta el punto de que Robert Redford estuvo a punto de llevarlas
al cine. Todas las obras citadas son las más conocidas pero no las únicas.
En lo que
respecta al libro que nos ocupa, Abbey fue a trabajar como guarda al Parque
Nacional de los Arcos en Utah. De su experiencia en soledad, al estilo Thoreau
pero en el desierto del oeste norteamericano, es de lo que nos habla. Llegó allí
siendo un paraje natural sin explotar y fué viendo como el Estado empezaba a desarrollar
el turismo para sacarle rentabilidad económica a aquel espacio protegido. Hemos
echado en falta reflexiones acerca de la protección (o no) de la naturaleza
pero ello no le quita importancia a la obra. El Estado protege a su antojo y
desprotege de igual manera. No se trata de tener lugares bonitos en los que
olvidarnos del ajetreo de las grandes conurbaciones sino de hacer usos
sostenibles del territorio. Usos sostenibles de un territorio y de un medio sin
el cual el ser humano no puede vivir. Por muchas promesas y nuevas tecnologías que
se creen, el sistema en el que vivimos esta serrando la rama sobre la que se
asienta y el primer paso que debemos dar es ser conscientes de ello. Libros como el de Abbey
son necesarios para crear esa conciencia tan necesaria que no existe. No es de
ecologismo a secas de lo que estamos hablando sino de una conciencia que cuestione el desarrollo.
El Estado y el
Capital tienen que sacar rentabilidad económica a absolutamente todo. En torno
a 1968 los parques naturales protegidos en Estados Unidos no estaban
rentabilizados económicamente (utilizando términos del Capital). Abbey es
testigo de toda esa transformación destructora. Cuando el llegó los que visitaban
el parque eran aventureros como él, amantes de la naturaleza en su mayoría, que
la aceptaban como tal, andaban por rutas senderistas lo que hiciera falta y dormían
al raso. Como ello no entraba en la maquinaria de extracción de valor, se
empezaron a construir carreteras para acceder a todos los puntos posibles del
paraje y se empezó a llenar de turistas con caravanas en donde llevaban la
misma vida que en las ciudades: ver la tele y beber cerveza; pero en el
desierto.
Toda la obra
gira en torno al desarrollo del desierto, a la descripción de la naturaleza y a
la perdida de las antiguas formas de vida. Nos habla de los vaqueros y su
estilo de vida ganadero que ya no existe porque la cría de ganado se ha
industrializado y automatizado. Ahora la carne es de muy mala calidad, el trato a los animales es penoso y los
vaqueros de la actualidad solo son sucedáneos que los imitan: “…el vaquerismo es un culto que crece en proporción
directa a la desaparición de la cría de ganado como ocupación”. Nos habla
de la situación de los indios navajos y de los intentos del Estado por su “integración”
en el mercado laboral, por el intento que hacen de acabar con su reserva y por
la degradante pretensión de que sea utilizada su extinta cultura para el
turismo: “No será fácil para los navajos
olvidar que hubo un tiempo, y no hace de él más que una generación, en que eran
jinetes, nómadas, cuidadores de rebaños, que pintaban en la arena, tejían lana,
eran artistas de la plata, bailarines, cantores del Yei-bi-chei. Pero tendrán que
olvidar o aprender al menos a no sentirse avergonzados de esas cosas viejas y
sacarlas a la luz solo para diversión de los turistas”. Nos habla de la
necesidad organizarse en la naturaleza, del abandono de las ciudades, de cómo
sobrevivir en el desierto, de cómo buscar agua sin morir en intento, de las
rocas, de los coyotes, de las serpientes, de las arañas, de la tecnología, de las
pinturas rupestres, del crecimiento, del turismo, del desarrollo…etc.
En definitiva
otro libro más de esta “rata del desierto”
sobre aquello que consideró su “hogar”
y su lamentación por la destrucción de aquello que conoció “libre y salvaje” a causa del “progreso”
y el “desarrollo”. Edward Abbey murió
en 1989 y está enterrado en un lugar indeterminado del desierto. Os dejamos con
sus palabras: “[…] se trata de nuevo del
viejo juego de los números, la monotonía de mentes pequeñas y muy simples
atrapadas en una obsesión. No pueden ver que el crecimiento por el crecimiento
es una locura cancerosa, que Phoenix y Albuquerque no serán mejores ciudades
para vivir en ellas cuando sus poblaciones se dupliquen una y otra vez. Nunca
entenderán que un sistema económico que solo puede expandirse o expirar ha de
ser contrario a todo lo humano. Baste lo dicho como vana digresión: la pauta está
fijada y solo protestar no detendrá el glaciar de hierro que avanza hacia
nosotros”.
Santiago
Fernández
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