domingo, 12 de marzo de 2017

Entrevista a Juanma Agulles

Ayer publicaron en el periódico La Vanguardia una entrevista a nuestro compañero Juanma Agulles con motivo de la publicación de su ultimo libro La destrucción de la ciudad. El mundo urbano en la culminación de los tiempos modernos, trabajo por el que ha ganado el Premio Catarata de Ensayo 2017. Recordamos que Juanma ha estado en diversas ocasiones dando conferencias en nuestra comarca, la ultima vez en el Café Da Capo presentando la Revista Cul de Sac dentro de los Jornadas Ecorrurales de 2016. Volvemos a felicitar a nuestro compañero desde este blog y os dejamos con la entrevista.

Necrópolis
Los ayuntamientos deciden por nosotros, no cuentan con los vecinos a la hora de tomar decisiones sobre el espacio público,y cuando nos consultan tampoco respetan lo que se ha votado. En La destrucción de la ciudad, premio Catarata de ensayo, Agulles explica cómo el proceso de urbanización industrial ha destruidola ciudad como forma de crear el espacio social. “Si no detenemos el proceso de urbanización, ese crecimiento descontrolado,la libertad y la autonomía humanas no serán posibles”. Pero no hay escapatoria: “Cada vez que pretendemos escapar de la ciudad, acabamos extendiendo su lógica a todo el territorio”. La fiesta del ladrillo dejó tristes urbanizaciones sin terminar que hoy pueblan el paisaje.
Tengo 40 años. Nací y vivo en Alicante, en pareja. Me siento heredero de una tradición libertaria. Me preocupa el cambio de escala: el Estado se ha quedado grande para las cosas pequeñas y demasiado pequeño para las cosas grandes. Para mí la religión es algo antropológico, no tengo fe

Dejó la universidad para trabajar en un centro para personas sin hogar.
Sí, con esa parte de la ciudadanía desahuciada en un ciclo que se repite: por el albergue pasan al año 1.500 personas; nunca son las mismas, pero siempre son los mismos problemas.
¿Qué problemas?
Nuestro proceso de urbanización industrial acaba expulsando a las personas que ya no le son útiles, es como un destierro.
¿Y tiene algo que ver con nuestro concepto de ciudad?
Sí, el ámbito físico, la pauta de urbanización, está ligado con el ámbito de relación humana. Es difícil encontrar personas sin hogar en comunidades más pequeñas, como las rurales.
En los pueblos se vive mejor, ¿por qué no se refugian en ellos?
Los centros de atención a personas sin hogar se concentran en las ciudades, y los servicios sociales de los pueblos suelen pagarles billetes de autobús para que acudan a esos recursos.
Dice usted que la ciudad es una buena idea.
La idea de la ciudad: personas que deciden permanecer juntas para que su vida sea más fácil es un hecho antropológico, pero el proceso de industrialización ha destruido la ciudad antigua.
¿En qué sentido?
Las ciudades conservan su núcleo como un parque de atracciones, muy gentrificado, una especie de souvenir de la devastación urbana; a su alrededor crecen los arrabales, los poblados de chabolas, los campos de refugiados... Y esa parte invisible, los lazos sociales, se pierde.
¿Metrópolis sin alma?
Ciudades mercancía. Ante las crisis el capitalismo reacciona mediante la producción de más bienes de consumo y mayor producción de vida urbana: más gente en esa dinámica.
Proletarios propietarios.
Ese fue uno de los mayores triunfos del capitalismo, que integró en el consumo a esa parte de la sociedad que hoy, con la industria globalizada, es población excedente.
Qué mal suena.
El hecho de considerar el trabajo de las personas como “recursos humanos” ya nos da la pauta de por dónde vamos. Los recursos se convierten en desecho, y cada cual sobrevive como puede intentando ser explotado.
Eso de “por lo menos tengo trabajo”.
Las propias ciudades también se han conver­tido en mercancía. Los arquitectos estrella, el escuadrón del perpetuo jet lag, van sembrando el mundo con edificios singulares, todos muy parecidos.
En barrios también muy parecidos.
Sí, barrios como los lujosos distritos financieros que sólo se ocupan unas horas y cuando cae la noche la masa desahuciada del desarrollo urbano los ocupa con sus cartones.
Los ayuntamientos compiten por tener el edificio más alto, más raro o más Foster...
Es esa competencia global entre ciudades que pugnan por tener una dotación cultural y un edificio singular firmado, pero se produce a una escala que cada capital de provincia pretende tener un Guggenheim.
Resulta paradójico.
Sí, porque si hay tres ya no es singular. El crecimiento urbano está acabando con el concepto de ciudad como espacio social, ese lugar en el que puedes encontrar la mejor conversación.
Ha pasado a ser una idea romántica.
A medida que el individualismo económico se ha ido convirtiendo en un autismo casi existencial se hace más difícil la solidaridad y la posibilidad de encontrar ese lugar en el que conversar; y así se pierde la razón para permanecer juntos.
¿Y en qué nos convierte?
La abundancia y el desarrollo constante nos convierten en piezas intercambiables en las que no existe la participación en las decisiones de la comunidad.
Pero intentan hacernos creer que sí.
Finalmente estamos alejados tanto de la naturaleza como de la comunidad. Las megalópolis no son ciudades, México DF y Toluca suman 23 millones de habitantes con una fortísima presencia del Estado, que toma las decisiones.
En el mundo ya hay más personas en las ciudades que en el entorno rural.
La supervivencia de esas masas que se integran en la ciudad en situación de dependencia es muy complicada. La comunidad que abandona sus formas de vida tradicionales y se integra en un arrabal de una gran ciudad pierde la autonomía y el sentido de comunidad.
Usted lo llama sonambulismo contem­poráneo.
Estamos en una forma automática de existencia. La expansión de la urbanización aleja los ámbitos de decisión y participación; incluso la vida cultural de las ciudades acaba reducida a unos grupos determinados, el resto bastante tiene con sobrevivir a diario.
¿Es reversible?
Está extendiéndose una corriente hacia una vuelta a cierta austeridad y dimensión más humana, una elección de vida alejada de esos criterios que imponen una determinada forma de trabajo, consumo y existencia urbana.
Por ahora son pequeños núcleos.
Yo vivo en un pueblo de 800 habitantes y estamos estudiando cómo poder salir de esa concepción de ciudad sin límites, porque cada vez que intentamos salir de ella nos llevamos con nosotros la dinámica de la vida urbana.

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