Motín en la cárcel Modelo. |
En el Ateneo Libertario "Octubre del 36"de Segorbe estamos empezando a trabajar en la publicación de nuestro próximo libro. Tras varias publicaciones sobre el anarquismo en los años 30, esta vez, vamos a dar un paso en la historia para hablar de la COPEL (Coordinadora de presos en lucha). En concreto vamos a publicar las vivencias de un segorbino que participó en las luchas de los presos comunes en la transición española, con el claro objetivo de obtener la libertad, la amnistía para todos. La autoorganización de los presos comunes para exigir la amnistía al igual que se había concedido a los "presos políticos" es un episodio poco conocido, pero cuya historia lleva años siendo rescatada del olvido por las personas que vivieron la lucha. La verdadera historia de la clase obrera auto-organizada ha sido sepultada y marginada por una izquierda, que poco o nada ha querido saber de estas problemáticas. Paco, nuestro biografiado, entró en prisión por delitos menores y tuvo que sufrir un auténtico calvario por la represión que empleó el Estado. Motines, intentos de fuga, autolesiones, coordinación, asamblerarismo... fueron las armas de los presos para intentar escarpar del infierno que la transición les tenía preparado y él vivió todo esto con la intensidad que la lucha colectiva aportó a todos ellos. Fue torturado y destrozado en las peores prisiones del país por no girar la cabeza ante las injusticias que se vivían dentro y su historia personal es la de aquellos marginados que consiguieron autoorganizarse y tomar conciencia de lo positivo de la lucha colectiva.
Pese a que aún costará unos meses que el libro salga a la venta, vamos a intentar ir introduciéndonos en esta historia. En Altura presentamos hace un par de años,"Cárceles en llamas" de Cesar Lorenzo y ahora queremos volver al tema para que vayamos refrescando la historia de los comunes. Para eso vamos a publicar hoy la entrevista que le realizaron a Miquel Amorós para el documental que se está preparando sobre la COPEL y que también verá la luz en pocos meses.
CUESTIONARIO SOBRE EL MOVIMIENTO ASAMBLEARIO
Para el documental sobre el movimiento de los presos sociales en la Transición
Los buenos tiempos de la COPEL
Pregunta Fernando Alcatraz. Responde Miquel Amorós (7 de diciembre de 2015)
¿Qué fue el movimiento obrero asambleario? A grandes rasgos, origen, vicisitudes y final del mismo.
El movimiento de las huelgas asamblearias surgido en el estado español durante el primer momento de la “Transición democrática”, entre 1976 y 1978 aproximadamente, fue la manifestación genuina y contundente de la lucha de clases, prueba de la existencia de un proletariado independiente actuando al margen de instancias mediadoras como los sindicatos, los partidos y las autoridades.
Las primeras huelgas llevadas mediante asambleas datan del 1970. Cuando la dictadura franquista emprende el camino de la reforma el movimiento obrero había recorrido un largo trecho desarrollando una gran capacidad de autoorganización, además, por supuesto, de una gran combatividad. Al celebrase elecciones sindicales en junio de 1975, el proletariado más peleón había sabido desmarcarse de las “candidaturas unitarias y democráticas” promovidas por sindicalistas católicos y comunistas, que pretendían circunscribir el movimiento obrero dentro del sindicalismo vertical de la dictadura. El movimiento de las asambleas no surge pues de la nada, sino que es la culminación de un proceso de lucha.
Fue el principal obstáculo para la reforma de la dictadura y ésta tuvo que detenerlo con la masacre de Vitoria del 3 de marzo de 1976. Después, se forjó una alianza contra él entre el franquismo reformador y la oposición pactista. Los sindicatos fueron legalizados para desactivar las asambleas, y tras ellas, a todo el movimiento. Los Pactos de la Moncloa de septiembre del 77 fueron el principio del fin. La falta de una respuesta de los trabajadores clara y masiva liquidó las esperanzas en un proceso revolucionario dirigido por la clase obrera. La afiliación desesperada de los obreros más radicales a sindicatos como la CNT y el LAB no cambió las cosas. La promulgación del Estatuto de los Trabajadores en 1980 confirmó jurídicamente el final de las asambleas y la muerte del movimiento obrero autónomo.
¿Qué maneras de actuar, ideas y valores lo caracterizaron?
La práctica asamblearia implicaba una participación y una toma de decisiones común e igualitaria, sin representantes exteriores y sin dirigentes. La lucha se llevaba a cabo sin jefes, controlada en todo momento por los participantes. La representación se efectuaba a través de delegados con mandato, revocables y rotatorios. Hay que contar con la influencia exterior del Mayo del 68 francés, que introdujo ideas como las de autogestión, autonomía obrera, comités de acción, consejos obreros… y también con la recuperación de la memoria del anarcosindicalismo, y por consiguiente, de los conceptos de acción directa, sabotaje, piquetes o cuadros de defensa, ateneos, control obrero, huelga general solidaria…
El valor fundamental que caracterizó la lucha fue la solidaridad, verdadero cemento de la clase patentando el dominio de la acción social colectiva sobre el interés privado. La convicción de la unidad en la lucha a través de la discusión libre, el sentimiento de pertenencia a una clase (la identidad) y la voluntad de formación, fueron rasgos que podían definir perfectamente al proletariado asambleario.
¿Qué influencia tuvo en otros ámbitos y luchas sociales?
En sus momentos álgidos, el asambleismo salió de la fábrica y se extendió entre los funcionarios y los empleados. Los enseñantes estatales se consideraban “trabajadores de la enseñanza” y los empleados de Sanidad, Banca, Transporte público, correos, etc., fueron los últimos en renunciar a las asambleas. En otros ámbitos, el carácter asambleario fue decisivo en los movimientos estudiantil, presista, vecinal, antinuclear y ecologista.
¿Se puede hablar de una “cultura asamblearia” o de que aquel conjunto de ideas, valores y formas de actuar y organizarse inspiraran a los de abajo en otras situaciones de conflicto social y político?
En los conflictos se forjó una cultura de las asambleas cuya influencia todavía perdura, como también existió prensa obrera y una abundante producción panfletaria de información y agitación. Las asambleas reaparecieron en la década de los ochenta en los movimientos de parados y en la resistencia a la reconversión industrial, pero los pactos sociales y acuerdos marco entre empresarios, gobierno socialista y patronal dieron buena cuenta de ellos. Distintos movimientos posteriores, por ejemplo, el campañismo de los 80, la antiglobalización de los 90 y, finalmente, los indignados del 15M, han funcionado con asambleas, aunque sin el contenido de clase, el compromiso social, la operatividad y el sentido práctico de los proletarios huelguistas.
Otras formas de organización autónoma.
Podíamos citar a los comités de fábrica, comisiones autónomas, coordinadoras de trabajadores, comisiones representativas, consejos de fábrica, etc. Todas ellas buscaban la autonomía y funcionaban horizontalmente, en asambleas. Fuera del campo laboral podemos mencionar las comunas, clubs de barrio, colectivos feministas y de otro tipo, grupos autónomos, etc.
Rasgos esenciales de la “transición española a la democracia”.
Oficialmente la “Transición” se divide en dos periodos. El primero debuta con la coronación de Juan Carlos el 22 de noviembre de 1975 y termina con el referéndum que ratifica la Constitución, el 6 de diciembre de 1978. El segundo parte de esa fecha para ir a parar al golpe de Estado de Tejero y Milans, el 23 de febrero de 1981.
Durante el primer periodo el franquismo entra en proceso de descomposición política y social acelerada, por una parte debido a los enfrentamientos entre aperturistas e inmovilistas, y por la otra, al avance rapidísimo de la clase obrera. Precisamente dicho avance inclina la balanza a favor del aperturismo, que promoverá una reforma política desde dentro y negociará con los partidos antifranquistas una constitución. La tarea fundamental de la oposición será la desarticulación del movimiento obrero asambleario y el resultado final será instauración de un sistema jerárquico de partidos apoyado en el mismo aparato franquista administrativo, jurídico, policial y militar.
Durante el segundo periodo se rompe la unidad aparente del franquismo neodemocrático, cobrando protagonismo los llamados poderes fácticos, los servicios secretos y el “partido militar”. Las conspiraciones múltiples, las alianzas ocultas y los movimientos en la sombra terminan con la escenificación de un golpe de Estado que sirve para que el Ejército desempeñe el papel de árbitro de la disputa entre facciones, y la Casa Real, el de portavoz. El golpe fracasa en apariencia y triunfa en la realidad. Una reforma disimulada de la Constitución será la muestra. En lo sucesivo la partitocracia posfranquista consistirá en un régimen autoritario tutelado apoyado en una legislación de excepción y una fraseología democrática
¿Qué papel tuvo en ella el movimiento asambleario?
Ya hemos señalado la importancia de las asambleas obreras en el primer periodo. En el segundo no existen. El movimiento obrero ha dejado de contar, pero no su recuerdo. A él se consagran medidas que prevén la intervención militar en caso de huelgas salvajes o intervención de piquetes capaces de desbordar a la policía.
¿Podrías decirnos algo sobre la lucha por la amnistía?
La reivindicación de la amnistía fue ante todo política y además comportaba un “pacto de silencio” que condenaba al olvido los asesinatos del franquismo. La ley de Amnistía de octubre de 1977 puso a poca gente en la calle, puesto que por entonces no quedaban demasiados presos políticos; fue más bien una ley “de punto final” que eximía a los franquistas de cualquier responsabilidad en la sangrienta y larga represión de la dictadura. Los partidos ignoraron las demandas de los presos comunes. Solamente los medios libertarios se hicieron eco de una amnistía para todos los presos y fueron anarquistas los principales animadores de las semanas pro amnistía. El presismo ha sido la característica más constante del anarquismo ibérico y ha constituido parte de su esencia. La posición libertaria era maximalista (“abajo los muros de las prisiones”), pero su capacidad de movilización era demasiado limitada. Por eso la lucha de los presos, a la larga, tenía que transcurrir básicamente intramuros. Sin embargo, la ley del 77 no fue para ellos lo que los Pactos de la Moncloa fueron para el movimiento obrero asambleario. No los desmovilizó; si bien dejaron de encaramarse en los tejados, fue para construir túneles por donde fugarse.
¿Podrías situar de algún modo a la COPEL en relación con la autonomía obrera y, quizás, con otras experiencias contemporáneas de autoorganización?
La COPEL fue un acontecimiento único, inesperado, casi revolucionario, fruto de la iniciativa de unos pocos presos comunes que habían aprendido de las prácticas organizativas de los presos políticos y habían incorporado ese tipo de enseñanza a su bagaje específico. La experiencia de los primeros motines puso en marcha un mecanismo eficaz de coordinación que partía de las asambleas, pero que desbordaba el marco penitenciario. Se puede decir que los motines, su preparación y sus consecuencias, fueron el elemento central de una especie de autonomía carcelaria. Por desgracia, aunque la COPEL fue coetánea del movimiento asambleario, no conectó con él. Los ex presos políticos, que hubieran podido enlazar el frente del trabajo con el de la cárcel, no contaron para nada en las huelgas. En julio de 1976, fecha de su nacimiento, ya había ocurrido lo de Vitoria y el movimiento obrero independiente iba cuesta abajo. Después, en pleno retroceso de la lucha de clases, a pesar de los esfuerzos anarquistas, sería imposible unificar la cuestión penal y la cuestión social. Los presos sociales quedaron aislados, dependiendo sólo de sí mismos, viéndose obligados a pelear por una reforma jurídica desligada de cualquier cambio revolucionario, dentro de una partitocracia retrógrada con acusados rasgos autoritarios.
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