martes, 7 de noviembre de 2017

¿Movimiento libertario y mundo rural?

Os dejamos con el articulo que desde el Ateneo Libertario "Octubre del 36" enviamos a la Revista Al Margen para colaborar en su numero sobre Mundo Rural y Movimiento Libertario. Ya hemos recibido varias criticas sobre el texto y queremos saber vuestra opinión. Así que animaros y leed el texto; y tanto por los comentarios de este blog como en persona comentadnos vuestra opinión al respecto. Este breve texto, como ya veréis a continuación, es un resumen de aquello que nos ronda por nuestras cabezas a través de nuestras experiencias practicas y de ciertas lecturas tanto individuales como comunes. Como podréis observar, tanto unas como otras, también son vuestras. Tanto si estas interesado por el mundo rural o por el movimiento libertario este texto no te dejara indiferente, o al menos eso es lo que esperamos. Salud.

¿Movimiento libertario y mundo rural?

Hablar sobre dos supuestos como son el movimiento libertario y el mundo rural requiere de un esfuerzo por precisar algunas cuestiones previas de necesaria identificación para comprender el alcance de nuestra visión. En primer lugar queremos dejar claro que nuestro pensamiento se forma de una mezcolanza de vivencias y estudios teóricos que nos permiten adoptar una opinión colectiva en cuestiones como las que se nos presentan. Nos reelaboramos en el debate y la discusión de ideas de otros compañeros que, en muchos casos, compartimos en lo fundamental. Dicho esto, antes de empezar  es  ineludible tratar  por separado los conceptos de movimiento libertario y mundo rural, pues nos parece que se les invoca en muchas ocasiones de manera vaga y autorreferencial.

Empezaremos por orden. No pensamos que exista un movimiento libertario como tal, cosa que creíamos ya superada. La existencia de pequeños grupos descoordinados y de intereses completamente diferentes y contradictorios, hace imposible que nadie se plantee la posibilidad de que exista en la actualidad un sujeto colectivo que pueda ser considerado como “movimiento”.  Para aceptar que existiera un movimiento libertario, este debería tener una conciencia propia de si mismo, un camino común, coordinación, regularidad, afinidad, en definitiva, una cultura propia. Vamos, lo que tenía a  principios de siglo XX y que no encontramos ahora por ningún lado. Las razones que han motivado esta desaparición son diversas pero habría que buscarlas en la derrota sufrida por los revolucionarios en el siglo pasado y en la dinámica guetista de la última época, que nos han dejado un panorama bastante desalentador. Además si a esto le unimos  la inexistencia también, de un sujeto de clase propiamente organizado, como llegó a ser el movimiento obrero, vemos como seguir con el paradigma del siglo pasado nos parece un absurdo insufrible. Como acertadamente dijo un compañero “Esa clase que ya no era subjetivamente revolucionaria dejó de serlo también objetivamente, al perder su posición estratégica en el proceso productivo…”.[1]

Repensarse es el mínimo que podían hacer los colectivos si desean desertar del círculo centrifugador en el que están encerrados. En su momento la relación trabajo-capital lo era todo en un sistema que estaba dando sus primeros pasos pero en la actualidad la luchas laborales no generan contradicciones al sistema. La izquierda ha irrumpido con fuerza en el ideario de la mayoría de colectivos libertarios sin que apenas se haya debatido cuestiones de fondo, por lo que buscar espacios comunes es imposible en una deriva de atomización total irreflexiva. Como mucho, cuando existe algún tipo de coordinación se da entre pocos colectivos y suele ser practicamente insignificante. Lo que aún queda son pequeños grupos a la deriva que no conseguimos trascender en la práctica, esa es la realidad. El camino esta enfangado y la maleza impide incluso orientarse. Las modas posmodernas de “lo personal” lo son todo para los colectivos que van surgiendo, desde los “queer” hasta los que plantean “el escape hacia el campo”.

Lo mismo que hemos manifestado con el concepto de “movimiento” sucede con el de “mundo rural”, sobre todo si entendemos éste como un afuera o un mundo a parte en donde la vida tiene unas condiciones diferentes a las de la ciudad. La vida campesina que es lo que caracterizaba la sociedad rural hace años que dejó de existir, y  los pueblos tienden a reproducir el modo de vida de los centros más urbanizados.[2] Sabemos que existen ritmos diferentes y algunas salvedades pero el éxodo de población que se produjo durante el siglo pasado, ha retornado en forma de mercantilización, artificicalización, macroinfraestructuras y basura. La realidad de nuestros pueblos  es la del turismo rural, la del vertedero y la de los proyectos energéticos, hay que tenerlo muy en cuenta. Lo que llamamos “mundo rural”, ahora solo es el extrarradio del urbano. La alienación ha llegado hasta el lugar más recóndito. No existe un mundo aparte, ni antagónico, es todo uno, pues lo urbano y lo rural ha devenido en catástrofe.

Cuando se habla de ruralidad solo es una imagen idílica de aquello que existió. Nos invade un sentimiento nostálgico idealizado que a lo único que conduce es al folclore y la falsificación. Mientras el poder ha maniobrado para la despoblación de estos territorios  durante años, ahora parece que existe una preocupación en este sentido que no tardará en traducirse en inversiones de tipo conectivo, turístico y energético, pretendiendo ocupar el vacío que ha dejado la comunidad campesina.  Comprender eso, es fundamental, pues solo así se entenderá el papel estratégico que va a jugar el turismo rural en los próximos años. La despoblación ha provocado una reacción de súplica en los pueblos más afectados por la problemática, exigiendo al capital que solucione el agravamiento. El Estado necesitaba esa llamada de los vecinos de estas zonas para poder repensar  las posibilidades de revalorizar ese territorio yermo.

La mitad de la población mundial vive ya en entornos urbanos y ahora que ya se ha conseguido eliminar la vida campesina, e industrializar la agricultura deslocalizándola, se pretende mercantilizar lo rural desde unos presupuestos completamente diferentes. La imagen peyorativa de la vida en el campo va quedando atrás y lo que se busca es darle una apariencia nueva, rescatando lo idílico. Desespera ver como se ha asumido, dentro del discurso agroecológico, la bondades del turismo rural para mejorar las condiciones actuales, cuando el llamado agroturismo es “una actividad nacida de las políticas de erradicación agraria, también conocidas como desarrollo rural, y que simboliza exactamente la transición a una sociedad y una cultura plenamente urbanizadas”. [3]

Se necesita que el consumidor urbanita pueda escapar, en el menor tiempo posible, hacia un escenario falso y tematizado con el sentido de dejar atrás la megalópolis asocial e insalubre. El turismo rural se nos vende como una panacéa contra todos aquellos males que nos amenazan. Ha ocupado el espacio social de la vida campesina, creando solo una fachada, una imagen prefabricada y superflua de lo que en realidad fue. Nuestro creciente, y a la vez muchas veces no perceptible, malestar por vivir en las complejas sociedades deshumanizadas hace que percibamos la necesidad  de una vuelta hacia lo primitivo, hacia nuestras raíces perdidas. El sistema hace que sea necesario esa imagen, esa posibilidad de escapar hacia lo salvaje que en realidad no es realizable en ningún lado. Cuando la sociedad industrial ha llegado al ocaso de lo rural es cuando más se idealiza. 

Vayamos ahora al análisis de los colectivos en los pueblos. La irrupción del movimiento 15M junto a la estrategia cooperativista de Enric Durán, ha provocado un crecimiento importante en el interés por cuestiones que tienen que ver con la agroecología o la supuesta vuelta al mundo rural.  Ciertamente nuestro contacto con este sector ha ido en aumento ya que consideramos que ante la disyuntiva que nos acecha es necesario aportar desde la humildad y la honestidad, un impulso práctico y crítico al mismo tiempo.  Vemos como proyectos cooperativos como grupos de consumo, monedas sociales, plataformas…  se han ido consolidando en un prisma de absoluta voluntariedad pero con claras deficiencias políticas y limitaciones brutales. Para andarnos sin rodeos vamos a identificar rápidamente cuales son los problemas que embisten a estas experiencias en un clima de extremo positivismo. En primer lugar marcamos en rojo la poca clarificación que tienen de la cuestión política. Son grupos que pretenden cambiar la realidad con un cambio en los hábitos de consumo, sin darse cuenta que las transformaciones sociales requieren mucho más que “una simple agregación de cambios individuales”. [4] Para que se entienda, con esto en ningún momento menospreciamos estos cambios a nivel individual, necesarios en los tiempos que corren, pero la perspectiva si no va acompañada de una propuesta política contra lo establecido, les deja en  debilidad. Además también hay que estar bien alerta de los intereses privados mercantilistas que se acercan a estos grupos con unos intereses puramente económicos. El sistema ha absorbido el discurso verde para lavar su propia imagen y también utilizará todas estas redes si en un momento crecen más de lo debido, sin mucha dificultad. El vacío legal en que juegan puede ser fácilmente corregido y en ese momento saldrá a la luz el desarme teórico.

La falta de una propuesta política se visualiza también en el poco interés que suscita entre los agroecológicos los movimientos de resistencia ante las agresiones en nuestro territorio. Esta dejadez en las cuestiones que invocan al “no” son una particularidad de estos grupos, más proclives a soluciones pacifistas y ciudadanistas. Este sentir ciudadano entierra la posibilidad del conflicto y la lucha, que es imprescindible para que un colectivo adquiera conciencia de lo que quiere y lo que no. Nuestra propuesta va en la dirección de conseguir la unión del vecindario en una “comunidad de lucha” contra las imposiciones del desarrollismo mercantilista. Solo si estas comunidades se desarrollaran a lo largo y ancho del territorio existiría alguna posibilidad de empezar a pensar como sujeto colectivo  y por lo tanto con conciencia de si mismo. Una comunidad que a parte de defender el territorio debe plantear recuperar la vida en su totalidad. Para ello se requiere de un movimiento que pretenda recuperar todo lo que quede de esos saberes comunitarios necesarios para intentar la reconstrucción. Acabar con la propiedad de la tierra, agrarizar, producir para la subsistencia, para volver al valor de uso de las cosas y desmercantilizarlas. Pero también “una comunidad de lucha surgidas de la deserción y de la defensa del territorio”.[5] La parte positiva y negativa deben existir en nuestro planteamiento, si alguna de ellas falla todo se viene abajo. La positiva para crear, la negativa para hacer frente a las fuerzas destructivas.

Pese a esta propuesta de debate consideramos que las condiciones actuales no son nada alentadoras para que lo planteado frague con firmeza. Las luchas de resistencia no se han consolidado por ningún lado y quien avanza sin freno es el mal, sin necesidad de camuflajes. Por eso nos hizo gracia la felicidad que desprendía Duran y los cooperativistas ante la perspectiva de una vida alegre a las puertas del post-capitalismo. Difícil tomar en  serio aunque los agroecológicos parecieron ver la luz. El globo parece haberse desinflado pero la autocrítica sigue sin aparecer. Por lo menos a nosotros nos sirvió para que tuviéramos que pensar en lo insensato del Disney decrecentista.


Ateneo Libertario “Octubre del 36”.



[1] Salida de Emergencia, Miquel Amorós, Pepitas de Calabaza, 2012. La cita proviene del epílogo del libro cuya autoría pertenece a Fernando Alcatraz.
[2] Para la cuestión “Campo  y ciudad”, queremos recomendar la lectura de la revista Cul de Sac nº5, que nos ha servido de inspiración para este debate.
[3] Fe de erratas. La agitación rural frente a sus límites, Marc Badal.
[4] Ibid.
[5] Salida de emergencia, …

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