Subimos este irónico texto que Michel Suarez nos ha enviado para su difusión. El escrito es una reflexión sobre la instalación de una planta de Amazon en el concejo de Siero en Asturias. Nos parecía interesante darlo a conocer por diversas cuestiones; primero, por la crítica enconada a la sociedad actual, que por medio de Amazon, está empeñada en hundir las relaciones sociales que nos acompañaban en nuestros pueblos, en imparable proceso de regresión. Es una cuestión que nos afecta por igual por lo que es necesario abrir una reflexión colectiva para, por lo menos, ser conscientes de la degradación que provoca estas nuevas formas de consumo. Ya ni si quiera hablamos de sociedades ideales ni de la utopía como evidente necesidad, sino que planteamos los gigantescos cambios que se están produciendo en nuestros pueblos, en tan solo una década, dónde cualquier tienda de toda la vida echa el cierre por culpa de estos cambios totalitarios que aceptamos de manera tan imbécil. Al igual que sucedió en Segorbe con la implantación de Mercadona o Consum, estas nuevas formas de consumo están concluyendo con las posibilidades de subsistencia al margen de la industria, por lo que conforman un presente oscuro para nuestros habitantes y un futuro desesperanzador.
YA NO SALGO.
COMPRO EN AMAZON
En estos tiempos tan escasos de
buenas noticias un rayo de esperanza ha atravesado el cielo del pesimismo
regional, y es que recientemente hemos sabido que el gigante de la mensajería
Amazon ha decidido instalar una planta logística en el concejo de Siero. El Excelentísimo
alcalde de Siero, da igual el nombre y el partido, son todos Excelentísimos, ha
manifestado su “enorme alegría” por la noticia, y ha declarado que el
ayuntamiento dio todas las facilidades posibles: “Hemos sido muy ágiles y muy
cercanos en todo momento con Amazon, para darles las garantías y la
tranquilidad que un proyecto de esta envergadura requiere”. Cercanía,
comprensión y cariño, exactamente eso es lo que el patrón de Amazon, Jeff Bezos,
esperaba de nuestras autoridades, y eso es lo que ellas le han dado.
En medio de la exaltación
general, tras una larga reflexión, también yo he decidido declararle mi amor a
Jeff. Sí, comprensivos lectores, así es, supongo que les resultará
sorprendente, pero al final me he rendido a la evidencia. Permítanme un acto
público de contrición; con gran bochorno debo reconocer que fui un escéptico, un
moralista, un anti progresista, un tecnófobo exaltado, un reaccionario, un
desconfiado del mundo digital, un aniquilador del progreso y del bienestar. Antes
no veía claro, ahora lo sé. Prefería ser un aguafiestas. Ya saben, uno de esos pasadistas
que creía en los beneficios de la tradición, de las costumbres en común, de una
vida ajena a catatonia inducida por la velocidad; fui un adorador de lo rural y
la vida campesina, de la vitalidad del comercio local, de los artesanos, de las
pequeñas villas y las ciudades jardín… Pero eso ya pasó. ¡Que el Cielo me
perdone! ¡Cómo pude! ¡Mea culpa!
Al fin he sabido situarme a la
altura de mi tiempo, me he incorporado al embriagador ritmo de la globalización,
me he dejado seducir por el consumo online.
En buena medida, he abandonado mi misión contra el progreso gracias a un amigo
que me relató entusiasmado su experiencia en Amazon, más concretamente su costumbre
de comprar pañales. ¿Para qué salir a la calle si te lo entregan en un
santiamén en la puerta de casa?, me repetía una y otra vez. Y llevaba razón.
Desde que Jeff Bezos me trae el
mundo a casa mi vida es otra. No piso la calle, ni hablo con los vecinos, pero ¡qué
alegría ver al cartero llegar deslomado cargado de paquetes! Es como si movilizase
a los Reyes Magos cada vez que aprieto un botón. Desde papel higiénico con la
cara de Donald Trump hasta peluches bipolares, pasando por réplicas de ataúdes,
guantes masajeadores o anos (sí, eso mismo, “rectos”) de chocolate, Amazon me
provee de todo lo que una persona sensata y de buen gusto necesita. Una vida
asistida a domicilio. ¡Qué maravilla! ¡Cómo progresamos, eh!
¿Salir de casa? ¿Para qué? Con
la cantidad de falsos mendigos rumanos, de turbios emigrantes y de sableadores profesionales
que andan sueltos por ahí… ¡Ni hablar! Desde luego, esto de quedarse en casa
tiene sus contrapartidas. La soledad, por ejemplo. Pero eso también te lo
resuelve Jeff. De hecho, otro amigo que también compra en Amazon me recomendó
unas muñecas inflables que por poco más de cincuenta euros te hacen una
compañía tremenda. Al final me decidí y compré una. Se llama Jennifer. No hay compañeras
como estas muchachas plastificadas disponibles sin interrupción. Nosotros hablamos
mucho, sobre todo yo, y pasamos unos ratos divertidísimos viendo la tele. A
ella le chiflan las series de Netflix y a mí las de HBO, pero siempre acabamos
poniéndonos de acuerdo y nunca discutimos. A veces, haciendo un esfuerzo, le
doy una mano de silicona, la visto y la llevo a un parque que hay cerca de casa
para que tome un poco el sol. ¡Ah, incrédulos lectores, esto si es la verdadera
felicidad! Si hubiese sabido antes lo poco que molestan estas chicas no me
hubiese comprado un perro.
No me gustaría que pensasen que
mi amor por Amazon y por Jeff es una cuestión de egoísmo o de comodidad
personal. En absoluto: como dicen los políticos, se trata de una cuestión de
servicio público, de bien general. Piensen, por ejemplo, en la cantidad de
dinero que se embolsará el Concejo de Siero en virtud del IBI. Vaya usted a
saber qué significa eso del IBI, una de esas siglas que tanto les gustan a los
burócratas; ¿“Importancia de Burlarse de los Imbéciles”, tal vez? En fin, da igual lo que sea, con ese dinero a
lo mejor hasta nos construyen otro auditorio tan ajustado a la tradición de
auditorios asturianos como esa hermosura que perpetraron en Siero Este (¡!) en
medio de un solar de colmenas deshabitadas. Con suerte, hasta alcanza para que
nos enjareten un soberbio “centollón” empotrado como el Calatrava de Oviedo. Y puede
que aguante un par de años sin amenazar ruina.
Eso sí, con este nuevo paso del
progreso los pequeños comercios ya pueden ir pensando en echar el cierre. Claro,
el progreso tiene sus peajes, pero ustedes y yo sabemos que siempre es para mejor.
Por ejemplo, en la Pola, donde había una lencería ahora hay una casa de
apuestas, que los mismos criticones de siempre llaman garitos fomentadores de
ludopatía. Lo que no dicen estos seres viperinos, en cuyas filas milité una vez
(¡vergüenza!), es la cantidad de empleo indirecto que generan este tipo de
respetables establecimientos, como el de esos especialistas que nos explican lo
enganchados que están nuestros jóvenes y no tan jóvenes.
Karl Kraus dijo no sé donde que
resultaba conmovedor y melancólico ver que el trabajo mecánico reprimía por
doquier al individual; “solo los desfloradores van por ahí, con la cabeza alta,
convencidos de ser irremplazables. Exactamente igual hablaban hace veinte años
los cocheros de punto”. Así es, no hay nadie irremplazable. Mañana les tocará
el turno a ustedes, indulgentes lectores, o a mí, pero sabremos encajarlo con
deportividad, no como esos taxistas y hosteleros que se lanzan a la calle
cuando se sacan de la manga una app (¿qué
rayos es una app?) que los pone
contra las cuerdas. La ley de la gravedad es dura, pero es la ley, y la del
progreso es la ley más inexorable de todas.
Pero aguarden porque aún hay
más noticias buenas. ¿A que no saben cuantos puestos de trabajo va a crear la
compañía de Jeff? Pues sí, incrédulos compatriotas, agárrense el peluquín, ¡ni
más ni menos que de 20 a 30 empleos! No sé a qué espera el Excelentísimo señor
presidente del Principado, también él Excelentísimo, en repatriar a todos los
que se fueron porque decían que no tenían futuro en casa. ¡Ya no hay excusa!
¡Volved! ¡Jeff nos ha elegido y está aquí, en Asturias!
Imagínense, felices lectores,
que ustedes o uno de sus hijos en el paro son uno de esos afortunados que entran
a formar parte de la gran familia de Amazon. ¿A qué no caben en sí de gozo? Naturalmente;
por fin un trabajo (no muy) estable y unos ingresos regulares con los que
consumir todos esos productos que Amazon nos sirve en bandeja, amén de la
oportunidad de ir pensando en la jubilación… si continúan vivos dentro de cincuenta
años.
Claro que aquí también nos
encontramos con esos francotiradores resabiados que no pierden ocasión para
elevar el tono. Que si esto, que si lo otro… Siempre a la contra. Bueno, en
ocasiones llevan parte de razón. Porque debemos reconocerlo: existen
claroscuros en las condiciones laborales de Amazon. Por ejemplo, es cierto que
los trabajadores están obligados a recorrer largas distancias en las plantas
logísticas; se habla de entre 15 y 20 kilómetros diarios. Pero creo que la
cuestión en este asunto es que falta perspectiva. ¿No son las mismas distancias
las que recorren después de la jornada laboral haciendo running? ¿Y qué me dicen del dinero que se ahorran en gimnasios?
Pretenden asustarnos con la
substitución del trabajo humano por robots; pero no se apuren; seguro que aún
tardan un par de años ... o algo menos. También es probable que pasen algo de
calor en las plantas de Jeff… en realidad, bastante calor, a juzgar por las
reiteradas quejas de los trabajadores sobre las altas temperaturas; ¿pero acaso
no está escrito en el Génesis aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu
frente”?
A decir verdad, también se ha
acusado a este gran empleador de monitorizar los tiempos muertos de sus
trabajadores, y de utilizar la inteligencia artificial para detectar si el operario
está en reposo, es decir, escaqueándose, o cumpliendo con su deber. ¡Pues claro
que sí! ¿Por qué debería Jeff malgastar su dinero en empleados deshonestos y
haraganes? ¿Lo harían ustedes, tolerantes lectores?
Asimismo es probable que hayan
escuchado voces denunciando condiciones draconianas, escenas grotescas de empelados
orinando en botellas o defecando al aire libre temerosos de ser denunciados por
perder tiempo. Pero, seamos serios, esto es el mundo del trabajo, no una
guardería, y a trabajar se va con las necesidades hechas.
Francamente, pienso que
deberíamos darnos cuenta de una vez por todas de que las reglas del libre
comercio nos obligan a ser productivos, a trabajar por objetivos, y si al
llegar a la planta se encuentra uno con la exigencia de despachar cuatrocientos
pedidos por hora escrita en la pistola de las pegatinas, pues manos a la obra. Recuerden
que la vida es un frenesí, una carrera, y si titubeamos nos eliminan. Basta
echar un vistazo a las estadísticas de desempleo para entender que es mejor aprovechar
lo que nos ofrezcan y no andar con tantos remilgos. ¿Que existe un control
informatizado que vigila la velocidad a la que se trabaja? ¿Y qué esperaban? Amazon
depende de los datos y su procesamiento; y como cualquier
gran empresa, tiene “ciertas expectativas con respecto al desempeño de los
empleados”. ¿Qué un porcentaje elevado de trabajadores sufren depresión y
ansiedad? ¡Exageraciones! ¿Quién no se siente abatido de vez en cuando? ¿Cuántos
hablan de la generosa política de descansos de la corporación? ¿Qué me dicen
de esas paradas de treinta minutos de las que Amazon paga la mitad, es decir, quince
minutos? ¿Y del “Día de la Pizza”, esa increíble iniciativa que consiste en invitar
a los empleados a comer, merendar o cenar pizza o perritos calientes en función
del horario? ¿Qué se han dado casos de despidos por lesiones? Pues seguramente,
pero eso se debe a la ausencia de una adecuada cultura del trabajo … que la
gente se distrae mucho. ¿Que Amazon se nutre de las empresas de
trabajo laboral para evitar que los costes se disparen y burlar el control
sindical? Evidentemente, pero eso se ajusta a la legalidad y evita el peligro
de que los asalariados se adocenen y se crean funcionarios.
Otros criticones han sido más
más arteros y han atacado por el flanco de las leyes de la competencia. Jeff
Bezos, ¿monopolista sin escrúpulos? ¡Envidia! Es
cierto que este hombre ha atesorado una fortuna de unos 6.500 millones de
dólares, pero, menos para los pejigueros de siempre, esta es una práctica
perfectamente compatible con la democracia. Y eso es lo bueno de este
tinglado de la democracia, que en el fondo todos están de acuerdo; los mismos
que se pelean por la patria y las banderas son, sin excepción, grandes
patrocinadores del progreso, el empleo, el crecimiento y el desarrollo. A que les
suena..
Si fuésemos un poco más
juiciosos deberíamos alegrarnos por poder recoger los frutos de la opulencia
que el progreso prometía desde que los infelices luditas la tomaron con las
máquinas. ¡Que no era la máquina! ¡Era el uso! ¡Y qué uso magnífico le estamos
dando! Cuando pienso en aquellos resentidos bisabuelos anarco sindicalistas que
creían que los grandes capitalistas eran explotadores, opresores y todas
aquellas gaitas. Hay que ver qué cerrazón, qué necedad. Ahora, por fin, se les
ha hecho justicia y se les llama por su nombre: emprendedores, hombres
adelantados a su tiempo, generadores de riqueza.
¿Crítica del trabajo asalariado
y de la política de los políticos? ¡No me hagan reír! ¡Qué disparate! Con lo
bien que vivimos ahora gracias a las corporaciones, a las farmacéuticas, las
editoriales de libros de texto, las empresas de entertainment, las agro-alimentarias o las del transporte, que nos
hacen la vida más fácil desde la cuna a la tumba. En realidad no sé muy bien por
qué la vida debería ser fácil, pero, ¡qué demonios! ¿A quién le importa el por
qué de las cosas? Se hacen y ya está; después se inventa un propósito
cualquiera y llamamos a los publicistas para que las vendan.
¿Memoria rural, costumbres en
común, saberes inveterados? ¡Nada, nada, déjense de zarandajas! El progreso era
esto que disfrutamos: movilidad, dinamismo, faquirismo laboral, hiper
urbanización, devastación ambiental, consumismo frenético, hipoteca, cuentas a
pagar, elecciones… y siendo la mar de felices; ¡ah!, y hablando de elecciones,
recuerden que tenemos unas a la vuelta de la esquina. Voten si quieren o dejen
de votar, pero no se olviden de que Jeff, gane quien gane, nunca pierde. Seguirá
sirviéndonos el maravilloso mundo de la mercancía a domicilio.
Y, ¡atención!, no borren todavía
la sonrisa de la cara porque ahora viene lo mejor: ya verán lo que nos tienen
preparado los políticos, los constructores y los burócratas estatales: ¡nada
menos que la Ciudad Astur! ¿Pueblos, ciudades, villas, aldeas? ¡Olvídense! Eso
es cosa del pasado, de tiempos brutales y estacionarios. Me emociono sólo de pensar
en esa megalópolis que surgirá por arte de magia en la región central de
Asturias y que nos va a situar de nuevo en el mapa de la prosperidad. Se acabó el
refunfuñar por tener que entrar marcha atrás en la meseta, se acabó el
aislamiento regional. Ya tenemos plataformas logísticas, centros comerciales, super
puertos, metro tren y en breve el AVE. Sí, ya sé que no funciona nada y que ha
resultado extraordinariamente costoso y nocivo, pero aguarden porque todo eso será
una minucia comparado con la Ciudad Astur que se nos viene encima.
Este nuevo regalo de nuestras
autoridades es una prueba más de que asistimos a un momento de cambio crucial
en el proceso civilizador: existencias intensas, emocionantes, vertiginosas, pero
también, y sobre todo, más éticas. ¿No me creen? Pues para que se convenzan les
informo de que los filántropos del Big
data están trabajando en automóviles no tripulados que sabrán elegir en caso
de atropellamiento inminente a quien cepillarse primero, a un negro o un
blanco, a un rico o a un pobre, a un anciano o a un niño. Porque de eso se
trata con los autos, de cepillarse a la gente, aunque claro, no de manera
arbitraria como hasta ahora, sino científica y racional. Ya saben lo que decía
el filósofo: para hacer una tortilla hay que romper huevos.
Así es, mis digitales amigos, antes
estaba ciego, pero ahora veo y estoy encantado con los tiempos que me han
tocado en suerte. Ya no me opongo, no me resisto, porque sé que Mark
(Zuckerberg), Bill (Gates) y Jeff quieren hacernos la vida más fácil, longeva y
feliz. ¿No se relamen al pensar en el mundo de fantasía que nos están
preparando la inteligencia artificial y las máquinas éticas? A Jennifer y a mí nos
entran escalofríos.
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