lunes, 11 de marzo de 2019

Ya no salgo, compro en Amazon.

Resultado de imagen de amazonSubimos este irónico texto que  Michel Suarez nos ha enviado para su difusión. El escrito es una reflexión sobre la instalación de una planta de Amazon en el concejo de Siero en Asturias. Nos parecía interesante darlo a conocer por diversas cuestiones; primero, por la crítica enconada a la sociedad actual, que por medio de Amazon, está empeñada en hundir las relaciones sociales que nos acompañaban en nuestros pueblos, en imparable proceso de regresión. Es una cuestión que nos afecta por igual por lo que es necesario abrir una reflexión colectiva para, por lo menos, ser conscientes de la degradación que provoca estas nuevas formas de consumo. Ya ni si quiera hablamos de sociedades ideales ni de la utopía como evidente necesidad, sino que planteamos los gigantescos cambios que se están produciendo en nuestros pueblos, en tan solo una década, dónde cualquier tienda de toda la vida echa el cierre por culpa de estos cambios totalitarios que aceptamos de manera tan imbécil. Al igual que sucedió en Segorbe con la implantación de Mercadona o Consum, estas nuevas formas de consumo están concluyendo con las posibilidades de subsistencia al margen de la industria, por lo que conforman un presente oscuro para nuestros habitantes y un futuro desesperanzador. 



YA NO SALGO.
 COMPRO EN AMAZON

En estos tiempos tan escasos de buenas noticias un rayo de esperanza ha atravesado el cielo del pesimismo regional, y es que recientemente hemos sabido que el gigante de la mensajería Amazon ha decidido instalar una planta logística en el concejo de Siero. El Excelentísimo alcalde de Siero, da igual el nombre y el partido, son todos Excelentísimos, ha manifestado su “enorme alegría” por la noticia, y ha declarado que el ayuntamiento dio todas las facilidades posibles: “Hemos sido muy ágiles y muy cercanos en todo momento con Amazon, para darles las garantías y la tranquilidad que un proyecto de esta envergadura requiere”. Cercanía, comprensión y cariño, exactamente eso es lo que el patrón de Amazon, Jeff Bezos, esperaba de nuestras autoridades, y eso es lo que ellas le han dado.
En medio de la exaltación general, tras una larga reflexión, también yo he decidido declararle mi amor a Jeff. Sí, comprensivos lectores, así es, supongo que les resultará sorprendente, pero al final me he rendido a la evidencia. Permítanme un acto público de contrición; con gran bochorno debo reconocer que fui un escéptico, un moralista, un anti progresista, un tecnófobo exaltado, un reaccionario, un desconfiado del mundo digital, un aniquilador del progreso y del bienestar. Antes no veía claro, ahora lo sé. Prefería ser un aguafiestas. Ya saben, uno de esos pasadistas que creía en los beneficios de la tradición, de las costumbres en común, de una vida ajena a catatonia inducida por la velocidad; fui un adorador de lo rural y la vida campesina, de la vitalidad del comercio local, de los artesanos, de las pequeñas villas y las ciudades jardín… Pero eso ya pasó. ¡Que el Cielo me perdone! ¡Cómo pude! ¡Mea culpa!
Al fin he sabido situarme a la altura de mi tiempo, me he incorporado al embriagador ritmo de la globalización, me he dejado seducir por el consumo online. En buena medida, he abandonado mi misión contra el progreso gracias a un amigo que me relató entusiasmado su experiencia en Amazon, más concretamente su costumbre de comprar pañales. ¿Para qué salir a la calle si te lo entregan en un santiamén en la puerta de casa?, me repetía una y otra vez. Y llevaba razón.
Desde que Jeff Bezos me trae el mundo a casa mi vida es otra. No piso la calle, ni hablo con los vecinos, pero ¡qué alegría ver al cartero llegar deslomado cargado de paquetes! Es como si movilizase a los Reyes Magos cada vez que aprieto un botón. Desde papel higiénico con la cara de Donald Trump hasta peluches bipolares, pasando por réplicas de ataúdes, guantes masajeadores o anos (sí, eso mismo, “rectos”) de chocolate, Amazon me provee de todo lo que una persona sensata y de buen gusto necesita. Una vida asistida a domicilio. ¡Qué maravilla! ¡Cómo progresamos, eh!
¿Salir de casa? ¿Para qué? Con la cantidad de falsos mendigos rumanos, de turbios emigrantes y de sableadores profesionales que andan sueltos por ahí… ¡Ni hablar! Desde luego, esto de quedarse en casa tiene sus contrapartidas. La soledad, por ejemplo. Pero eso también te lo resuelve Jeff. De hecho, otro amigo que también compra en Amazon me recomendó unas muñecas inflables que por poco más de cincuenta euros te hacen una compañía tremenda. Al final me decidí y compré una. Se llama Jennifer. No hay compañeras como estas muchachas plastificadas disponibles sin interrupción. Nosotros hablamos mucho, sobre todo yo, y pasamos unos ratos divertidísimos viendo la tele. A ella le chiflan las series de Netflix y a mí las de HBO, pero siempre acabamos poniéndonos de acuerdo y nunca discutimos. A veces, haciendo un esfuerzo, le doy una mano de silicona, la visto y la llevo a un parque que hay cerca de casa para que tome un poco el sol. ¡Ah, incrédulos lectores, esto si es la verdadera felicidad! Si hubiese sabido antes lo poco que molestan estas chicas no me hubiese comprado un perro.
No me gustaría que pensasen que mi amor por Amazon y por Jeff es una cuestión de egoísmo o de comodidad personal. En absoluto: como dicen los políticos, se trata de una cuestión de servicio público, de bien general. Piensen, por ejemplo, en la cantidad de dinero que se embolsará el Concejo de Siero en virtud del IBI. Vaya usted a saber qué significa eso del IBI, una de esas siglas que tanto les gustan a los burócratas; ¿“Importancia de Burlarse de los Imbéciles”, tal vez?  En fin, da igual lo que sea, con ese dinero a lo mejor hasta nos construyen otro auditorio tan ajustado a la tradición de auditorios asturianos como esa hermosura que perpetraron en Siero Este (¡!) en medio de un solar de colmenas deshabitadas. Con suerte, hasta alcanza para que nos enjareten un soberbio “centollón” empotrado como el Calatrava de Oviedo. Y puede que aguante un par de años sin amenazar ruina.
Eso sí, con este nuevo paso del progreso los pequeños comercios ya pueden ir pensando en echar el cierre. Claro, el progreso tiene sus peajes, pero ustedes y yo sabemos que siempre es para mejor. Por ejemplo, en la Pola, donde había una lencería ahora hay una casa de apuestas, que los mismos criticones de siempre llaman garitos fomentadores de ludopatía. Lo que no dicen estos seres viperinos, en cuyas filas milité una vez (¡vergüenza!), es la cantidad de empleo indirecto que generan este tipo de respetables establecimientos, como el de esos especialistas que nos explican lo enganchados que están nuestros jóvenes y no tan jóvenes.
Karl Kraus dijo no sé donde que resultaba conmovedor y melancólico ver que el trabajo mecánico reprimía por doquier al individual; “solo los desfloradores van por ahí, con la cabeza alta, convencidos de ser irremplazables. Exactamente igual hablaban hace veinte años los cocheros de punto”. Así es, no hay nadie irremplazable. Mañana les tocará el turno a ustedes, indulgentes lectores, o a mí, pero sabremos encajarlo con deportividad, no como esos taxistas y hosteleros que se lanzan a la calle cuando se sacan de la manga una app (¿qué rayos es una app?) que los pone contra las cuerdas. La ley de la gravedad es dura, pero es la ley, y la del progreso es la ley más inexorable de todas.
Pero aguarden porque aún hay más noticias buenas. ¿A que no saben cuantos puestos de trabajo va a crear la compañía de Jeff? Pues sí, incrédulos compatriotas, agárrense el peluquín, ¡ni más ni menos que de 20 a 30 empleos! No sé a qué espera el Excelentísimo señor presidente del Principado, también él Excelentísimo, en repatriar a todos los que se fueron porque decían que no tenían futuro en casa. ¡Ya no hay excusa! ¡Volved! ¡Jeff nos ha elegido y está aquí, en Asturias!
Imagínense, felices lectores, que ustedes o uno de sus hijos en el paro son uno de esos afortunados que entran a formar parte de la gran familia de Amazon. ¿A qué no caben en sí de gozo? Naturalmente; por fin un trabajo (no muy) estable y unos ingresos regulares con los que consumir todos esos productos que Amazon nos sirve en bandeja, amén de la oportunidad de ir pensando en la jubilación… si continúan vivos dentro de cincuenta años.
Claro que aquí también nos encontramos con esos francotiradores resabiados que no pierden ocasión para elevar el tono. Que si esto, que si lo otro… Siempre a la contra. Bueno, en ocasiones llevan parte de razón. Porque debemos reconocerlo: existen claroscuros en las condiciones laborales de Amazon. Por ejemplo, es cierto que los trabajadores están obligados a recorrer largas distancias en las plantas logísticas; se habla de entre 15 y 20 kilómetros diarios. Pero creo que la cuestión en este asunto es que falta perspectiva. ¿No son las mismas distancias las que recorren después de la jornada laboral haciendo running? ¿Y qué me dicen del dinero que se ahorran en gimnasios?
Pretenden asustarnos con la substitución del trabajo humano por robots; pero no se apuren; seguro que aún tardan un par de años ... o algo menos. También es probable que pasen algo de calor en las plantas de Jeff… en realidad, bastante calor, a juzgar por las reiteradas quejas de los trabajadores sobre las altas temperaturas; ¿pero acaso no está escrito en el Génesis aquello de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”?
A decir verdad, también se ha acusado a este gran empleador de monitorizar los tiempos muertos de sus trabajadores, y de utilizar la inteligencia artificial para detectar si el operario está en reposo, es decir, escaqueándose, o cumpliendo con su deber. ¡Pues claro que sí! ¿Por qué debería Jeff malgastar su dinero en empleados deshonestos y haraganes? ¿Lo harían ustedes, tolerantes lectores?
Asimismo es probable que hayan escuchado voces denunciando condiciones draconianas, escenas grotescas de empelados orinando en botellas o defecando al aire libre temerosos de ser denunciados por perder tiempo. Pero, seamos serios, esto es el mundo del trabajo, no una guardería, y a trabajar se va con las necesidades hechas.
Francamente, pienso que deberíamos darnos cuenta de una vez por todas de que las reglas del libre comercio nos obligan a ser productivos, a trabajar por objetivos, y si al llegar a la planta se encuentra uno con la exigencia de despachar cuatrocientos pedidos por hora escrita en la pistola de las pegatinas, pues manos a la obra. Recuerden que la vida es un frenesí, una carrera, y si titubeamos nos eliminan. Basta echar un vistazo a las estadísticas de desempleo para entender que es mejor aprovechar lo que nos ofrezcan y no andar con tantos remilgos. ¿Que existe un control informatizado que vigila la velocidad a la que se trabaja? ¿Y qué esperaban? Amazon depende de los datos y su procesamiento; y como cualquier gran empresa, tiene “ciertas expectativas con respecto al desempeño de los empleados”. ¿Qué un porcentaje elevado de trabajadores sufren depresión y ansiedad? ¡Exageraciones! ¿Quién no se siente abatido de vez en cuando? ¿Cuántos hablan de la generosa política de descansos de la corporación? ¿Qué me dicen de esas paradas de treinta minutos de las que Amazon paga la mitad, es decir, quince minutos? ¿Y del “Día de la Pizza”, esa increíble iniciativa que consiste en invitar a los empleados a comer, merendar o cenar pizza o perritos calientes en función del horario? ¿Qué se han dado casos de despidos por lesiones? Pues seguramente, pero eso se debe a la ausencia de una adecuada cultura del trabajo … que la gente se distrae mucho. ¿Que Amazon se nutre de las empresas de trabajo laboral para evitar que los costes se disparen y burlar el control sindical? Evidentemente, pero eso se ajusta a la legalidad y evita el peligro de que los asalariados se adocenen y se crean funcionarios.
Otros criticones han sido más más arteros y han atacado por el flanco de las leyes de la competencia. Jeff Bezos, ¿monopolista sin escrúpulos? ¡Envidia! Es cierto que este hombre ha atesorado una fortuna de unos 6.500 millones de dólares, pero, menos para los pejigueros de siempre, esta es una práctica perfectamente compatible con la democracia. Y eso es lo bueno de este tinglado de la democracia, que en el fondo todos están de acuerdo; los mismos que se pelean por la patria y las banderas son, sin excepción, grandes patrocinadores del progreso, el empleo, el crecimiento y el desarrollo. A que les suena..
Si fuésemos un poco más juiciosos deberíamos alegrarnos por poder recoger los frutos de la opulencia que el progreso prometía desde que los infelices luditas la tomaron con las máquinas. ¡Que no era la máquina! ¡Era el uso! ¡Y qué uso magnífico le estamos dando! Cuando pienso en aquellos resentidos bisabuelos anarco sindicalistas que creían que los grandes capitalistas eran explotadores, opresores y todas aquellas gaitas. Hay que ver qué cerrazón, qué necedad. Ahora, por fin, se les ha hecho justicia y se les llama por su nombre: emprendedores, hombres adelantados a su tiempo, generadores de riqueza.
¿Crítica del trabajo asalariado y de la política de los políticos? ¡No me hagan reír! ¡Qué disparate! Con lo bien que vivimos ahora gracias a las corporaciones, a las farmacéuticas, las editoriales de libros de texto, las empresas de entertainment, las agro-alimentarias o las del transporte, que nos hacen la vida más fácil desde la cuna a la tumba. En realidad no sé muy bien por qué la vida debería ser fácil, pero, ¡qué demonios! ¿A quién le importa el por qué de las cosas? Se hacen y ya está; después se inventa un propósito cualquiera y llamamos a los publicistas para que las vendan.
¿Memoria rural, costumbres en común, saberes inveterados? ¡Nada, nada, déjense de zarandajas! El progreso era esto que disfrutamos: movilidad, dinamismo, faquirismo laboral, hiper urbanización, devastación ambiental, consumismo frenético, hipoteca, cuentas a pagar, elecciones… y siendo la mar de felices; ¡ah!, y hablando de elecciones, recuerden que tenemos unas a la vuelta de la esquina. Voten si quieren o dejen de votar, pero no se olviden de que Jeff, gane quien gane, nunca pierde. Seguirá sirviéndonos el maravilloso mundo de la mercancía a domicilio.
Y, ¡atención!, no borren todavía la sonrisa de la cara porque ahora viene lo mejor: ya verán lo que nos tienen preparado los políticos, los constructores y los burócratas estatales: ¡nada menos que la Ciudad Astur! ¿Pueblos, ciudades, villas, aldeas? ¡Olvídense! Eso es cosa del pasado, de tiempos brutales y estacionarios. Me emociono sólo de pensar en esa megalópolis que surgirá por arte de magia en la región central de Asturias y que nos va a situar de nuevo en el mapa de la prosperidad. Se acabó el refunfuñar por tener que entrar marcha atrás en la meseta, se acabó el aislamiento regional. Ya tenemos plataformas logísticas, centros comerciales, super puertos, metro tren y en breve el AVE. Sí, ya sé que no funciona nada y que ha resultado extraordinariamente costoso y nocivo, pero aguarden porque todo eso será una minucia comparado con la Ciudad Astur que se nos viene encima.
Este nuevo regalo de nuestras autoridades es una prueba más de que asistimos a un momento de cambio crucial en el proceso civilizador: existencias intensas, emocionantes, vertiginosas, pero también, y sobre todo, más éticas. ¿No me creen? Pues para que se convenzan les informo de que los filántropos del Big data están trabajando en automóviles no tripulados que sabrán elegir en caso de atropellamiento inminente a quien cepillarse primero, a un negro o un blanco, a un rico o a un pobre, a un anciano o a un niño. Porque de eso se trata con los autos, de cepillarse a la gente, aunque claro, no de manera arbitraria como hasta ahora, sino científica y racional. Ya saben lo que decía el filósofo: para hacer una tortilla hay que romper huevos.
Así es, mis digitales amigos, antes estaba ciego, pero ahora veo y estoy encantado con los tiempos que me han tocado en suerte. Ya no me opongo, no me resisto, porque sé que Mark (Zuckerberg), Bill (Gates) y Jeff quieren hacernos la vida más fácil, longeva y feliz. ¿No se relamen al pensar en el mundo de fantasía que nos están preparando la inteligencia artificial y las máquinas éticas? A Jennifer y a mí nos entran escalofríos.


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