El sistema capitalista en la actualidad está en una fase de esquilmación de las tierras y de sus bienes en toda Europa occidental, ahora precisa buscar nuevos lugares de expansión, y rebuscar una revalorización de los productos existentes. En el momento que nos encontramos, el capital tiene las herramientas precisas para acortar la distancia geográfica y los tiempos de entrega de los productos debido al desarrollo de la técnica digitalizada, mediante la robotización y la tecnologización. Por este motivo emplaza sus satélites empresariales a lugares aún por explorar, todavía desérticos de rentabilidad, aunque al mismo tiempo intenta revalorizar en nuestro territorio mediante las etiquetas con “denominación de origen “(DO), para generar varias vías de acumulación. Paradigmático es el caso de la naranja que afecta a nuestros agricultores en la actualidad: En primer lugar, las grandes empresas abastecen naranja durante todo el año al mercado europeo proveniente de otros países; mientras en la cercanía, a la naranja local se le asocia una etiqueta de IGP “Cítricos Valencianos” [1].
Estas prácticas en el comercio del cítrico tienen
sus desastrosas consecuencias en la zona de Levante, dejándonos espantosas imágenes
que ya se han hecho habituales por esta época y que asustarían a cualquiera que
no viviera en una sociedad tan irracional como la nuestra. Una sociedad
equilibrada no entendería que los naranjos de nuestros huertos sean abandonados
con los frutos “sin recoger” o que el suelo de muchos de estos terrenos queden cubiertos de un manto de naranjas
putrefactas por la imposibilidad de darle una salida al fruto. Es lo que
podríamos llamar el principio del fin de la agricultura minifundista citrícola
en la vertiente mediterránea, desde el punto de vista económico, el ecológico
lo dejaremos a un lado, de momento.
En cuanto a la fruta de la naranja, está tiene la
particularidad de poseer unos tiempos muy largos de maduración frente a otras
frutas, como es el caso de la fresa que madura con más rapidez. Con esto se gana
tiempo para mantenerla en almacenaje. Este factor es el que las grandes industrias de fruta ven
como más importante, ya que con la ayuda de la logística robotizada y el trasporte
global, le permite instalar sucursales a
unas distancias hasta ahora imposibles y aumentar los beneficios. Esto a
provocado que las empresas procesadoras
de cítricos tengan ubicadas plantas en zonas muy lejanas del mercado europeo, países
como en Sudáfrica, Egipto y Turquía, zonas de alta producción de cítrico a
costes irrisorios.
Al
aumentar la distancia y el radio de acción del mercado, les permite a las multinacionales
buscar zonas en donde instalarse que no exista regulación laboral, y sobre todo
que el salario sea muy reducido, con ello acumular un porcentaje mayor de
capital. Tal es el caso, de África y Asia, donde el poder empresarial campa a
sus anchas y encima se ve favorecido por los acuerdos internacionales del
comercio.
Esta
gran industria está formada por conglomerados empresariales de poderes
fináncieros, agencias de seguros y corredores de bolsa, que en su mayoría no
pertenecen al sector agrícola, y su único fin es transformar la naranja en
mercancía, en valor de capital. Son corporaciones que no venden fruta, ni si
quiera conocen su sabor, solo cambian dinero por más dinero. Las ayudas o
subvenciones del sector, acaban de cerrar el círculo, pues se concentran en
este tipo de empresas que en nada favorecen una producción lógica y
descentralizada.
Poniendo
la vista en nuestras tierras… frente a semejante ruina del sector de la naranja,
las asociaciones agrarias han convocado a los agricultores a protestar en la
calle para mostrar su disgusto y visibilizar su situación, frente a los poderes
políticos locales, nacionales y europeístas, clamándoles una reforma de las
políticas llevadas a cabo tanto en el ámbito nacional como el internacional [1].
Al final, solo es una muestra del musculo de las susodichas instituciones o
asociaciones de agricultores y ganaderos, frente a los gobiernos de turno, ya
que difícilmente cambie alguna cosa, a no ser que la dicte la gran empresa. Así
es que estos días pasados pudimos leer en la prensa el aporte de ayudas
económicas a estas asociaciones por parte de los gobiernos locales [2] que
tienen el objetivo de no sacar a la luz la realidad las maniobras de la
agroindustria importadora
Los grandes almacenes levantinos
que tienen una alta producción de naranja, como respuesta a la situación, han
creado la naranja valenciana con denominación de origen [1] a la que han
llamado IGP Cítricos Valencianos. Una marca IGP que será publicitada por todo
el entramado político y económico de la zona hacia los países de Europa, puesto
que requiere una campaña promocional hacia el consumidor de un cierto valor
adquisitivo y calidad. El fruto etiquetado lleva asociado un valor extra que
busca un cliente de un mayor valor adquisitivo, en los mercados del norte de
Europa. Al final es la naranja que siempre se ha cultivado y comercializado en
esta zona levantina pero ahora con este tipo de protección promocional. El fin
seguirá siendo la exportación hacia países que paguen cantidades más altas y
contribuyendo a un sistema productivo que seguirá siendo igual de indeseable.
Otros agricultores
minifundistas están optando por transformar sus huertos tomando la iniciativa
de cambiar el cultivo por otro tipo de árbol como el aguacate, almendro, el
pistacho o el kiwi. Nadie pone en duda la forma de producir ni la lógica del
mercado. Sin embargo, si lo que se quiere es repensar ese modelo productivo, un
primer paso debería ser reducir las dimensiones del cultivo de cítrico, y de
regadío, impidiendo la utilización de técnicas bioquímicas y el derroche de
materias primas, ya que la cantidad de hectáreas destinadas al cítrico son la
consecuencia de la fiebre que hubo en anteriores décadas por los beneficios que
reportaba dicha actividad. Por lo que lo lógico sería centrar la producción en
una alta variedad de cultivos que nutran a la zona mediterránea, favoreciendo el consumo local. Tratando
de elaborar un cultivo tradicional con habilidades que respetan el medio
ambiente y la biodiversidad de la zona litoral. Con ello dotaríamos de vida y
de color a la naturaleza, y volveríamos a esperar las mandarinas al comenzar el
invierno y el olor a azahar. También en los pueblos y barrios volvería a cobrar
vida los mercados de frutas y verduras, ahora en fase de descomposición, así como
fomentar el auge de grupos y cooperativas de consumo local.
Alfonso Soler, Colaborador de El Eco del
Palancia
[2] La Diputación apoyará al sector de la citricultura con 190.000 euros en 2019 para mejorar su competitividad, de la mano de Asociex, Fepac-Asaja y La Unió de Llauradors. «Hay que tener en cuenta que la campaña citrícola genera miles de puestos de trabajo, tanto en el campo como en los almacenes y comercializadoras» https://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2019/01/21/5c45bf45fc6c831d078b465c.html
[3] Estas instituciones clamaban un cambio de políticas a los representantes de la Comisión de Agricultura sobre la cláusula de salvaguardia, es decir cambiar los protocolos de aranceles con Sudáfrica, Turquía y Egipto. También un control sobre Sudáfrica que utiliza productos fitosanitarios prohibidos en la Unión Europea. Resulta chocante tales peticiones desde las instituciones valencianas, cuando el campo levantino tiene alta toxicidad debido al uso y abuso del toxico. Aunque no mencionan en ningún momento el bloqueo económico a Rusia que obligo al mercado a buscar otros mercados de venta.
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