Subimos una reseña del libro de Chris Elham "La lucha por Barcelona", que Eloi Boix, uno de nuestros colaboradores, ha hecho con motivo de un trabajo universitario. Damos voz a este artículo por el hecho de que el historiador británico estuvo en Segorbe junto a nosotros dándonos a conocer la figura del anarquista de la Vall D'uixó, José Peirats. En aquel acto fuimos muchas las que quedamos sorprendidas por la forma de entender la historia que tiene Chris Ealham, que es continuador, de alguna manera, de la línea heterodoxa marcada por otros historiadores como Thompson, Bolloten o en la península Miquel Amorós. Sin duda en "La lucha por Barcelona" encontramos esa profundidad que adolecen la mayoría de trabajaos actuales, que no atienden a las cuestiones fundamentales de la clase obrera del momento, haciendo un flaco favor a la historia de los perdedores. Sin más, esperamos que sirva también este escrito para saludar y expresar nuestro admiración a Chris Ealham, que se portó como nadie cuando estuvo junto a nosotros.
La
lucha por Barcelona
Hace poco más de
un año, el Ateneo Libertario Octubre del 36 trajo a Segorbe a uno de los
hispanistas más destacados del momento, el británico Chris Ealham. En aquella
ocasión presentó su trabajo «Vivir la
anarquía, vivir la utopía. José Peirats y la historia del anarcosindicalismo
español», donde exponía la trayectoria de la CNT a través de la figura de
este anarquista de la Vall d’Uixó, destacando su espíritu y fidelidad a la
causa libertaria, así como sus esfuerzos por expandir la cultura entre la clase
obrera. Recientemente, he tenido el gusto de leer una de las obras más
representativas de Ealham, «La lucha por
Barcelona. Clase, cultura y conflicto (1898-1937)». Se trata de uno de los
pocos trabajos que han abordado con la precisión, seriedad y rigor necesarios
la génesis de la clase obrera en la ciudad más industrializada de España a
finales del siglo XIX y principios del XX. La investigación se ha inspirado en
la tradición historiográfica forjada por E.P. Thompson, «la historia desde abajo». Esto hay que entenderlo en un doble
sentido, se trata de una historia social especializada en los desposeídos y,
por otro lado, una historia de las calles, es decir, enfocada en el problema de
la ciudad y las respuestas desde abajo y desde arriba.
Barcelona desde el siglo XIX fue el
centro industrial de España. Las élites económicas y políticas intentaron
construir una ciudad capitalista moderna que reflejase el poder social
emergente de la burguesía. Ildefons Cerdà diseñó un plano para el desarrollo
racional de la ciudad inspirado en el urbanismo utópico, donde gentes de todas
las profesiones y condiciones sociales se relacionarían entre sí bajo una nueva
«igualdad cívica». Estos proyectos de unidad cívica fracasaron, a la vez que lo
hizo el despegue económico de la burguesía catalana, entre otras cosas, a causa
de perder en 1898 los ingresos del mercado colonial y al tener que enfrentarse
a la mediocridad de las políticas industriales de la Restauración, con un
sistema centralista, retrógrado y represivo. La creación de la Lliga
Regonialista (1901), supuso una fuerza modernizadora que ensalzó el proyecto
burgués con la intención de crear una autoridad autónoma que impulsase las
necesidades industriales de Cataluña, así fue que ese mismo año los partidos
dinásticos perdieron el control de la ciudad, lo que permitió llevar a cabo la
reforma urbanística de la capital que se aceleró en la época de la Mancomunitat
(1913-1925). Finalmente, la organización de la ciudad fue caótica y sin ningún
tipo de planificación debido a la especulación urbanística y las fuerzas del
mercado. Las exposiciones universales de 1888, 1929 y la Primera Guerra Mundial
convirtieron a Barcelona en un centro comercial global, con la industria textil
como principal foco de producción. La población creció, igual que la ciudad,
mientras, los patronos demandaban una mano de obra barata, por lo que
fomentaron la migración entre los lugares más empobrecidos de la España rural,
donde generalmente se daban unas condiciones de vida precarias.
Este crecimiento descontrolado de la
ciudad germinó en una profunda crisis urbana, con el aumento de la explotación
sobre los inquilinos de clase obrera, que se veían forzados a vivir en
condiciones insalubres, expuestos a enfermedades y apiñados. La crisis de
vivienda provocó que se extendiese el fenómeno del chabolismo y, finalmente,
forzó a las autoridades a desarrollar un proyecto de vivienda con la
construcción de les cases barates, en
un intento de acabar con el chabolismo y expulsar a los marginados a los
arrabales de la ciudad. Estas viviendas estaban separadas de Barcelona con la
intención de desterrar a un sector de las consideradas, «clases peligrosas», del centro de la ciudad, de este modo
dejarían de representar una amenaza para el orden urbano y en caso de necesidad
podrían ser neutralizadas con facilidad por las fuerzas represivas. Este es un
claro ejemplo de cómo el espacio urbano se establecía en base a una
estratificación social. El atrincheramiento en las calles durante las huelgas
de 1902 y 1909, consiguió atemorizar a los hombres de propiedad y favoreció
esta segregación urbana, la burguesía se inclinaría por la vida en las afueras,
lejos del centro de la ciudad vieja.
Entre la burguesía se expandía el
temor hacia los sectores más marginales de la clase obrera, en la prensa se
vilipendiaba a estos individuos y se intentaba criminalizarlos como malsanos y
enfermos que amenazaban el buen gobierno y la estabilidad. El relato «burgués» sugería
que la protesta social no estaba impulsada por reivindicaciones colectivas,
sino que era resultado de «crímenes colectivos» provocados por doctrinas
anormales (socialismo y anarquismo). Por lo tanto, los sindicatos eran vistos
como una vanguardia de malhechores contra el justo orden social. Es interesante
recalcar cómo Ealham presta especial atención al fenómeno que él denomina «pánicos
morales». Éstos tenían una función ideológica y discursiva, se trata de un
intento de la burguesía urbana por establecer un discurso jerárquico en el que definía
las calles como propias, a partir de ahí, describían el perfil del peligro, la
clase obrera era señalada como un grupo de indeseables, una molestia
insufrible, lo que suponía la justificación perfecta para cerrar la esfera
pública proletaria. Por otro lado, la política de la burguesía se centró en la
seguridad ciudadana, debido a la debilidad del estado de la Restauración se
concedieron prerrogativas para la creación de grupos paramilitares y el
aprovechamiento de viejas estructuras milicianas como el Sometent, cuya acción
fue crucial en las huelgas para aplacar al movimiento obrero.
Chris Ealham, logra mostrar a través
de este trabajo, de qué manera el surgimiento de un espacio obrero en Barcelona
significó el nacimiento de una ciudad rival, dentro de la propia ciudad
burguesa, lo que él denomina la ciudad de los «otros», que paradójicamente era
resultado directo de la ciudad capitalista. En els barris de la periferia, llegaban y se apiñaban más y más
obreros. Se recurría al trabajo infantil, todos los miembros de la familia se
veían obligados a trabajar en condiciones muy duras para lograr la
supervivencia. Así se entiende que en els
barris se desarrollase de forma notable la solidaridad y reciprocidad
colectiva. El apoyo mutuo era fundamental e incluso sobrepasaba los lazos de
parentesco familiar. Se establecieron distintos espacios para la sociabilidad
obrera, los más importantes eran las calles, pero también los bares y cafés.
Así fue como se desarrolló de forma progresiva una conciencia de clase que,
según explica Ealham, era más emocional que política. La cultura de barris era un marco de experiencias y
relaciones que ayudó a extender ese sentimiento colectivo de identidad entre
obreros y se propagó a través de ciertas prácticas sociales. Es interesante
remarcar que la cultura de la clase obrera justificaba la violación de la ley
si el fin era la propia supervivencia. Existía una cultura popular
antipolicial, un odio contra la mano armada que les reprimía, era una cultura
de acción por el derecho a decidir de la comunidad y la defensa de las
prácticas populares para sobrevivir (como por ejemplo la venta ambulante)
frente a las fuerzas impersonales del mercado.
Barcelona, fue la capital del
movimiento anarquista más importante y duradero de Europa. La CNT nacía en 1910
en la ciudad condal, con una organización descentralizada a través de
asociaciones basadas en las redes sociales de els barris. Chris Ealham enlaza de esta manera la cultura de acción
directa de los anarcosindicalistas con las tradiciones populares de protesta de
els barris, apoyadas en la
solidaridad vecinal. El sindicalismo de la CNT daba soporte a la solidaridad
recíproca y a esa cultura callejera de la clase obrera. Los libertarios
resaltaban el derecho de los pobres y necesitados a proteger su existencia con
el medio que tuvieran a su alcance, legal o ilegal, por lo que el Estado se
convertía en el enemigo a aplastar, ya que se entendía que era el principal
culpable de impedir un cambio en sus penosas condiciones de vida. El nexo entre
la CNT y els barris eran los
activistas, que difundían las ideas anarquistas entre los obreros. Asimismo,
existía toda una esfera pública obrera por medio de periódicos, asociaciones
culturales, ateneos o escuelas racionalistas, que eran la prueba palpable de
ese tejido social y cultural de els
barris. Gracias a estas instituciones la CNT logró influir en la cultura
obrera. Tras la Primera Guerra Mundial hubo una gran represión y persecución
que empujó al anarcosindicalismo a la clandestinidad. En un contexto social
radicalizado los moderados perdieron el protagonismo y fueron sustituidos por
los partidarios de la lucha armada contra el capital y los poderes públicos,
empezaba la época del «pistolerismo». Entraron en acción pequeñas guerrillas
urbanas anarquistas denominadas «grupos de acción», que se autofinanciaban
mediante expropiaciones. Estos grupos solían ser críticos con la vía moderada
del anarcosindicalismo cenetista, a su entender no muy lejos del «reformismo».
De cara a las elecciones de 1931, la
CNT creó un clima de apoyo favorable a ERC en els barris. Los círculos de la CNT y la clase obrera recibieron con
gran alborozo la llegada de la República. Aunque en un primer momento esto
permitió mayor libertad de organización y restructurar el maltrecho aparato
cenetista, Ealham retrata cómo ese entusiasmo se esfumó rápidamente, ya que el
gobierno de la República pronto demostró que estaba de lado de la burguesía,
reprimiendo con contundencia, al igual que lo habían hecho los gobiernos
monárquicos y la Dictadura, las manifestaciones y protestas del movimiento
obrero. En la CNT, existía una división entre los líderes anarcosindicalistas
como Pestaña o Peiró, que se inclinaban por un «reformismo práctico» de
coexistencia con la República, frente a los que se opusieron a la República
desde el principio, como el grupo de afinidad Nosotros. Estos partidarios de la «gimnasia revolucionaria»
buscaban crear una espiral de protestas capaz de atraer a las masas, evitando
que se institucionalizaran a través de la República y así provocar la
revolución que la derribaría. Desde el verano de 1931 se sucedió una gran
oleada de huelgas que fue respondida con una escalada de la represión
institucional, el contexto no dejaba otra salida a los obreros que la lucha en
las calles, las expectativas de cambio y mejora que debían llegar con la
República se esfumaron, la violencia estatal seguía instalada en la
cotidianidad y sólo podía ser contestada con más violencia.
Chris Ealham pone de manifiesto que
el conflicto entre policía y pueblo estaba arraigado en las desigualdades
estructurales de la economía urbana, los obreros en paro se tenían que buscar
la vida como podían, lo hacían principalmente a través de la venta ambulante y,
por tanto, estaban obligados a vivir fuera de la ley para lograr la
supervivencia, su simple existencia les abocaba a la ilegalidad. La mezcla de
represión y exclusión sociopolítica ayudó al sector más ortodoxo de la CNT a atraer
a una base social más amplia. La FAI, con un marcado carácter antirrepublicano
se presentó como una «organización de guerrillas» que frente al desempleo
ofrecía un enfoque insurreccional. Las insurrecciones acaecidas durante 1932 y
1933 auspiciadas por la CNT bajo el control de los partidarios de la lucha
directa, tuvieron como consecuencia una gran represión sobre el
anarcosindicalismo. La República empezaba a ser consciente de que la CNT era el
principal problema al que se enfrentaba, por lo que entre 1933 y 1935 llevó a
cabo una avalancha de «pánicos morales» como respuesta al comportamiento
radical de los anarquistas y las expropiaciones que realizaban para
financiarse. De este modo, se criminalizaba a todos los anarquistas lo que
justificaba cualquier acto violento de represión contra ellos. El balance de la
«gimnasia revolucionaria» fue negativo, el movimiento obrero se encontraba más
dividido que nunca, mientras, la CNT había perdido un gran número de afiliados.
De nuevo, en vísperas de las
elecciones de 1936 los anarquistas no pidieron el voto para el Frente Popular,
pero se mostraron favorables a los mismos ante la amenaza del fascismo y la
necesidad de la reapertura jurídico-política que éstos representaban. El golpe
militar de julio significó la movilización de los obreros, que tal y como
explica Ealham, respondía más a su deseo de proteger la comunidad y esfera
pública proletaria que a un interés por defender las instituciones
republicanas. La rebelión fracasó en Barcelona gracias a la respuesta armada de
las calles, la CNT se hizo con el control de abundante armamento y se erigió
como la protagonista de las luchas callejeras. Companys tuvo que enfrentarse al
gran temor que aguardaba a la República desde 1931, la fuerza armada de la CNT.
El estado republicano se había fracturado y había perdido el monopolio de los
medios de coerción, pero la Revolución Española no destruyó el antiguo poder
estatal, aceptaron la oferta de Companys de compartir el poder con los
republicanos. La Revolución tuvo su apogeo en los meses de julio y agosto, el
nuevo poder de la clase obrera se centraba en las barricada. El aspecto visual
de la ciudad cambió, se vislumbraba una nueva democracia obrera. Sólo en
Barcelona más de 3.000 empresas fueron colectivizadas, se realizaron esfuerzos
para transformar el lugar de trabajo según ideales anarquistas, rompiendo con
la separación física entre el lugar de trabajo y la comunidad. La Revolución
feneció a partir de mayo de 1937, cuando las autoridades republicanas
recuperaron el control y persiguieron a los revolucionarios. Para Ealham, la principal
causa que condujo al fracaso de la Revolución fue no haber derribado el poder
republicano y sus instituciones por completo cuando tuvo la oportunidad y, por
otro lado, no haber sido capaz de crear una estructura institucional sólida y
global propia, absolutamente necesaria en un contexto bélico. Finalmente, la
CNT siguió la lógica colaboracionista con el Frente Popular y pidió la entrega
de las armas a los revolucionarios, de este modo perdió su principal fuente de poder
que se encontraba en las calles. El poder de els barris y la revolución habían llegado a su fin.
En definitiva, el trabajo de Chris
Ealham explica con solvencia la ineludible importancia que tuvo el movimiento
obrero en Barcelona, prestando especial atención a los aspectos y vínculos
culturales que sirvieron de pasarela para la creación de una conciencia de
clase. La relevancia de esta investigación posiblemente yace en la cantidad de
fuentes primarias de las que se ha nutrido el autor, lo que le ha permitido
realizar una obra de gran calidad en un contexto muy concreto y, a menudo,
olvidado y marginado incluso por la historiografía más progresista. A esto se
debe sumar una prosa fresca y amena que facilita la lectura, así como la
precisión con la que Ealham trata en todo momento de explicar conceptos y
procesos complejos, lo cual permite al lector no familiarizado con el argot
nutrirse y comprender sin máscaras y con la mayor amplitud posible los
entresijos y vicisitudes que desataron la
lucha por Barcelona.
Eloi Boix
EALHAM, Chris, La lucha
por Barcelona. Clase, cultura y conflicto (1898-1937), Madrid, Alianza
Editorial, 2005.
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