Subimos esta pequeña reseña que tiene en el centro de su ser a dos compañeros que han colaborado en diferentes ocasiones con el Ateneo Libertario "Octubre del 36". El autor de la reseña es José Ardillo, que participó, tras ser llamado por la gente del ateneo, en las anteriores Jornadas Ecorrurales del Alto Palancia, y en esta ocasión nos presenta una pequeña reseña sobre el último libro, del también amigo, Juanma Agulles que en muchas ocasiones ha venido por esta comarca a presentarnos sus trabajos. Por lo que veis todo queda en casa y es que el objetivo de la gente que trabaja en la biblioteca colectiva del ateneo es crear una red de comunicación y encuentro entre diversos pensadores y críticos de la sociedad, para entablar un toma y daca que sea fructífero para la práctica. El libro de Juanma lo puedes encontrar en nuestro espacio si te acercas cualquier jueves de 18:00 a 20:30 h. Empieza la reseña:
En este librito editado por Virus, Juanma Agulles continúa la labor, ya emprendida en otros de sus ensayos anteriores, de contribuir al descrédito de la modernidad señalando tanto sus paradojas más evidentes como mostrando ciertos puntos ciegos de la crítica social actual. El texto podría ser tomado como una extensión de uno de sus libros anteriores, Los límites de la conciencia, con el atractivo de que aquí se nos expone una reflexión continuada, de una sola pieza, en un estilo nítido y penetrante.
En La vida administrada Agulles recurre a la imagen del Pequod, el ballenero del capitán Achab, metáfora de nuestra sociedad industrial lanzada a una loca y mortífera empresa, con una tripulación ajena a su destino y a su misión y una travesía acompañada de oscuros presagios. Esta metáfora, recurrente en nuestra cultura occidental, la conduce Agulles hasta sus últimas posibilidades, pero no en el sentido de la culminación de una catástrofe –el naufragio final– sino justamente en ese fin que es nuestro pan cotidiano, el estancamiento en un vacío de perspectivas, la sensación de que hemos perdido el vinculo con el pasado, el punto de partida, sin llegar a ningún lado, en cualquier caso, no a ese futuro radiante anunciado por los vocingleros del progreso. Esos pequeños grupos que abandonan el navío extraviado, en embarcaciones frágiles, representan, sin duda, esas experiencias en los márgenes, hechas a veces de desesperación y otras veces de ingenua esperanza.
El libro de Agulles sería en efecto desolador si no advirtiéramos que su esfuerzo por interpelarnos, su esfuerzo para elevar la voz razonable entre la murga cotidiana, es una llamada amistosa a nuestro entendimiento y a nuestra imaginación. Reclamándose del espíritu de Simone Weil, Agulles insiste en que podremos perecer en el intento de resistir, pero al menos habremos intentado vivir en su sentido más pleno, así cómo comprender lo que vivimos.
No se hace tampoco ilusiones el autor con respecto al alcance de nuestras resistencias, ya que nos indica que tal vez éstas queden reducidas a “una nota a pie de página”, pero ¿no fue siempre la lucidez el único verdadero aliado de toda empresa crítica? No rechacemos al portador de malas noticias, busquemos más bien la razón de los acontecimientos que con sinceridad nos describe.
Terminamos con una advertencia tomadas de las últimas páginas del ensayo: “Frente a las llamadas de los expertos a integrarnos en la cautividad indolora en aras de nuestra seguridad y del mantenimiento de la abundancia, tendrá [el pensamiento radical] que defender el riesgo de una libertad creativa, que afronte los retos de una escasez consciente con los abundantes medios de la sociabilidad humana, elegida como forma de vida en comunidad, en pie de guerra contra la sociedad industrial y los gestores de su debacle”.
José Ardillo.
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