viernes, 28 de septiembre de 2012

Después de la tormenta...la calma.

Retomamos la sección que tras el breve paréntesis festivo de nuestros pueblos en plena algazara ha quedado descuidada, y es que como dice el refrán aplicable a todo lo viviente, días de fiesta, hambre de bestias. Así pues, metidos ya en el otoño, las primeras lluvias nos muestran su quehacer necesario, lástima que lleguen un poco tarde. Como decimos es tiempo de serenidad, de recogimiento, de esperar el duro invierno, o al menos lo era, pues la rapidez de nuestras acciones cotidianas, deja para un segundo plano esos días en los que llovía y poco más se escuchaba que el golpear de las mazas en las piedras y dindales de los que picaban esparto porque no se podía salir al campo. Hoy las "comodidades" de la movilidad y de la vida como en una fábrica exigen que todo continue, como antes continuaba, pero de manera invertida a lo natural. 

Después de la actividad que caracterizaba al estío, motivada principalmente por el va y ven de la hortaliza, llega el momento de replegarse, de reflexionar, de la calma.
Por estos días la garrofa ya está en las talegas, la almendra replegada, los higos secos, y a la espera de plantar las habas (pal Pilar), es tiempo de espanojás. Una vez el cañote del maiz se encuentra seco y hemos podido coger las puntas para dar de comer a los animales, tenemos que espanojar (quitar la carfolla) y desgranar para guardar la cosecha. Muchas son las anécdotas que nacen de esta tradición hoy olvidada por la adquisición de los piensos en los comercios especializados y porque ya no se panifica con el panizo (maiz), pero merece la pena recordar algunas de las que los viejos nos han contado.
Es otoño, y cuando los días comienzan a ser fríos y largos, las gentes inventan cualquier excusa para continuar riendo. Para empezar, decir que los vecinos se juntaban en las calles al poco de cenar y cuando oscurecía, a realizar de manera común esta actividad. Las anécdotas estaban amenizadas por los consiguientes cantos, jotas, cuentos de los más ocurrentes, y en ellas hay que ver un compromiso familiar, con el pueblo y con la comunidad, pues siempre era preferible ayudarse entre todos y que una faena tan monótona no se hiciera tan pesada, más aún en los días en los que la maquinización incluso a la hora de desgranar era nula, que ocuparse cada uno de su cosecha y nada más, como ocurre hoy en los mínimos casos en los que se planta panizo, quizá por entre otras la no necesidad de mano de obra que evidencian los medios técnicos, no humanos.
En medio de esta estampa, porque a días de hoy no es más que eso, una estampa, los niños aprovechan para jugar tirándose sobre los montones de carfollas, escampándolos por las calles y con la consiguiente riña del tio Vicente por ponerselo más fácil si cabe a las ratas. También los mozos aprovechan la ocasión de cuando sale un grano rojo en una mazorca para dar un beso a las mozas, con el revuelo y griterio que podemos imaginar, más cuando en casi todas las calles del pueblo se realiza la misma actividad.
También era recurrente cuando salía una punta de mazorca negra, de las mordisqueadas por roedores, gorriones, etc., pues en este momento, el que la descubría se tomaba la libertad de pellizcar al prójimo.
El susto también existía cuando como es sabido aparecía algún gusanico en el maíz, o cuando alguna ratica salía del montón para más algarabía. Por supuesto no faltaba quien hiciese trampa con los granos o los pellizcos, con las canciones o hasta, como en algún sitio he leido, con un conejo "güite" que simulara la presencia de una rata. Por haber, había hasta quien con las carfollas hacía alpargaticas pequeñas como las de esparto.
Y como en el caso de la siega y tantas otras labores comunales, si en aquel caso el amo de la mies llevaba vino y cazalla, aquí también el anfitrión obsequiaba con calabaza, dulces, cacaos, tramusos, trompas (palomitas) y licor a sus iguales.
A días de hoy el ocio que inunda los aspectos cotidianos, la influencia de la televisión, las nuevas tecnologías e Internet, la falta de sentimiento común y las "facilidades" que nos brinda la abundancia, hacen entre otras, que las gentes inviertan su llamado tiempo libre en otros menesteres, y que las relaciones humanas con nuestros vecinos, especialmente con los más mayores, se degraden a un ritmo y velocidad asombrosos y realmente preocupantes, que se han encargado de que tanto esta como la mayoría de tradiciones de los pueblos, no pasen, como aquí pasa, de una simple anécdota que contar.

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