lunes, 1 de agosto de 2016

Textos sobre el incendio de la Sierra Espadán

IncendiosHace unos cuantos años publicamos un texto en la revista Argelaga que empezamos a escribir pocos días después del incendio de Andilla que afectó de manera muy virulenta a nuestra comarca.                       Además repartimos 500 copias en formato fanzine por la zona afectada, pero realmente la influencia del texto fue insignificante en la sociedad palantina. Para nosotros fue muy importante y hoy creemos necesario volver a dar a conocer el texto, que nos sirvió de debate interno y puede servir para volver a plantear el tema de la gestión de los montes y ponerlo sobre la mesa.

Esto es lo que los compas de Argelaga dijeron al respecto del texto:

"Los autores de este trabajo colectivo enuncian con claridad y sentido crítico las causas más probables de dicha catástrofe; a saber: la degradación y transformación de los bosques y de la vida rural, que entre otras lindezas ha sustituido el monte mediterráneo por inmensos polvorines de pino, la magnificencia técnica de las tareas de extinción (Protección Civil, Unidad Militar de Emergencias, etc.) frente a las prácticas colectivas tradicionales, desechadas de inmediato pese a ser el resultado histórico de un conocimiento muy profundo del entorno, o los impedimentos que el proteccionismo estatal ingenia con tal de dificultar que los afectados consideren por sí mismos si defender sus hogares y sus cordilleras merece el arrojo."

A continuación el texto completo para leer o imprimir.

"Sobre el incendio que ha asolado el Alto Palancia y los incendios en general".

El momento actual de crisis global de la existencia, junto con la degradación que tanto a nivel social como ambiental venimos sufriendo, nos plantea una obligación de respuesta a los acontecimientos que han tenido lugar en los incendios que este fin de semana (primeros de julio de 2012) han asolado el territorio valenciano, y más concretamente el que afecta a las comarcas del Alto Palancia y los Serranos. No hacía mucho que desde colectivos diversos se lanzaba la alerta sobre las cuestiones que a continuación queremos plasmar, y que para algunos eran motivo de preocupación y ofensa, pero cuando las advertencias se han transformado en hechos y se convierten en la tónica general, debemos analizarlas con la profundidad que merecen, sacando las conclusiones que creamos oportunas.
Así pues, son varios los puntos de vista desde los que tenemos que tratar el problema, pero sin caer en los tópicos que por otra parte ya se han venido escuchando, sobre que la violencia de este incendio tiene su origen en los recortes sociales, las subvenciones o la reducción del número de efectivos. Aunque este es un factor importante en un sentido general, ya que es cierto que la actual situación del monte exige de actuaciones más complejas de las que se necesitaban antaño, eso no es determinante ni mucho menos si lo que pretendemos es mirar nuestra comarca y nuestros montes desde una perspectiva amplia y a largo plazo.
Ya que el origen del mal mismo se encuentra en el modo de vida que en los territorios rurales sufrimos (cosa que es necesario denunciar) y cuyo causante no ha sido otro sino el desarraigo que el capitalismo industrial ha provocado a lo largo del último siglo de manera más que evidente, el cual ha producido las condiciones para que precisamente el hecho de apagar un incendio sea una tarea de enorme dificultad, pero también para que los medios especializados no deban de ser los únicos a subrayar, cuando, como hemos podido comprobar, la existencia de estos no puede asegurar nada, siendo las actuaciones de los vecinos en muchos casos más determinantes para salvar montes, pueblos o masías, tanto en el largo plazo como en la inmediatez.
1. La comarca del Alto Palancia
La comarca del Alto Palancia, a remolque entre Valencia y Aragón, aparece como una zona de transición entre dos puntos claramente diferenciados, vertebrada por el río que establece sus cuatro zonas: el valle medio; el valle alto, desde Jérica hasta Bejís; los páramos de Barracas y El Toro; y la sierra de Espadán. Así pues, entendiendo esta división debemos de comprender cuatro realidades distintas que beben en mayor o menor medida de su paisaje, sus montes y huertas, sus cultivos, la cualidad que estos han dado a sus gentes, y la influencia que debido a ello ha ejercido el desarrollo en sus personalidades, como manifiestan la diversidad de tierras (más o menos arcillosas, calizas o de rodeno), la presencia mayor o menor del regadío, la altitud y temperatura, la influencia o no del río. Debido a todo ello, y para situarnos, encontramos un paisaje diferente que, en cuanto a la vegetación, según Manuel Gil Desco y Rafael Benedito Fornas, en el libro A escullar, se distribuye como sigue:
En el valle medio se encuentran la carrasca, las garroferas, el olivo, el pino carrasco, el romero, coscoja, brezo, lentisco, espligol y tomillo. En lo que se refiere al valle alto y en la parte de la sierra de Espadán, abundan las sabinas y el enebro, el pino carrasco da paso al pino negral, asociados a pisos silíceos tenemos el alcornoque y el pino rodeno, la jara, y otras especies arbustivas. Por último, en los páramos la vegetación arbustiva es menor, abunda el pino silvestre, y especies como la sabina albar y el enebro. Asociados a la abundancia de agua encontramos también chopos, álamos, olmos, cañas, retamas, juncos, hiedras; en los barrancos zarzales y baladres, llatoneros, madroños o alborsos y otros.
2. Degradación y transformación de los bosques y de la vida rural
El abandono de la vida rural y la desintegración aparejada de las culturas tradicionales, lleva consigo el deterioro de las masas forestales que ya no son capaces de regenerarse por sí mismas, ya que se va pasando de un bosque maduro mediterráneo a estadios cada vez más degradados, con lo que se va sustituyendo la vegetación, en nuestro caso mediterránea (encinas, alcornoques, etc.), por otra secundaria (pinos) y con poca exigencia en cuanto a suelos. Esto a su vez provoca que el régimen de lluvias se acorte y, sumado todo ello a los procesos de cambio climático, se creen grandes polvorines en nuestros montes. Es un gran círculo que se viene repitiendo desde hace muchos años. La capacidad de regeneración de la vegetación mediterránea actual es alta, una de sus formas son los incendios, pero eso no quita que el valor ecológico que se crea sea muy bajo, exceptuando la función de sostener el suelo fértil, uno de los grandes problemas que genera un incendio.

Así pues, este debe de ser uno de los principales puntos a tener en cuenta como denuncia que critique la evolución que en los últimos 50 años han experimentado los montes y las actividades que allí sucedían, desde modelos basados en la integración de la ganadería en los ecosistemas con el aporte de limpieza que para el monte suponían y que prácticamente son inexistentes hoy (nuestra ganadería, principalmente caprina y ovina pasta en terrenos accidentados y secos), como otras actividades, tal que las colmenas, el aprovechamiento de leña y el mantenimiento en líneas generales mediante el cultivo de secano. Todo este cambio tiene su origen en el progresivo traspaso en la gestión de los montes de manos de sus habitantes a las de las instituciones estatales, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, con las sucesivas desamortizaciones y transformaciones en la propiedad de la tierra, hoy extremadamente dividida y de carácter privado, y en la implantación del capitalismo en todas las actividades, lo que supuso la ruptura del autoconsumo y la sucesiva especialización que hiciera posible la comercialización.

En cuanto al monte, uno de sus mayores agravantes lo encontramos en los años cincuenta del pasado siglo, cuando las cabezas bienpensantes de los ingenieros del ICONA deciden repoblar grandes masas de bosque con un árbol de rápido crecimiento pero tan degradatorio como el pino carrasco, que además de extenderse como una verdadera plaga, dejando el resto del monte como una masa inaccesible y privando a los pocos bancales cultivados de luz, su acidificación del suelo y la fuerza con la que a tan altas temperaturas puede proyectar las piñas, incluso cruzando ríos, lo convierten en un fiel aliado del fuego. Unido a ello, la actual normativa que desde entonces viene incrementando la falta de decisión por parte de los habitantes en todas las cuestiones referentes al monte, veta el cortar cualquiera de estos ejemplares, viéndonos algunos obligados a hacerlo casi como si de un delito se tratara cuando sus simientes se extienden por nuestros bancales. Como también muestra la prohibición de limpiar otros lugares como por ejemplo ocurre con las cañas de los ríos, utilizadas desde hace siglos para la agricultura tradicional, o la recogida de plantas medicinales, actividades totalmente necesarias que poco a poco se extinguen por la presión institucional e incluso ecologista, con argumentos tal falsos como la conservación de la biodiviersidad. Lo que ocurre al declarar una zona protegida solo útil para el turismo, como por ejemplo ha sucedido con la Sierra Espadán donde no hace mucho podíamos encontrar rebaños de cabras que limpiaban de manera eficiente esa maleza que tanto hace sufrir a las personas que se implican en la extinción de un incendio y que ahora bajo la regulación vigente han ilegalizado y menospreciado hasta provocar su desaparición y la de muchos de los habitantes que de ello se mantenían.
No hace falta ser muy iluminado para plantear que si se mantienen las actuales condiciones nuestros montes y sierras serán pasto del fuego en los próximos años de manera irreparable. Lo que pone de manifiesto que los actuales gestores de las instituciones, no tienen ni la menor idea, y no han querido ver, de cuáles han sido los usos y prácticas que nuestros antepasados ejercían y que permitían el perfecto mantenimiento de los ecosistemas por la coherencia que en estos términos representaba su vida en armonía y consonancia con el territorio y la naturaleza; aunque a raíz de los acontecimientos y a toro pasado se afanen por recuperar ciertas prácticas colectivas con un carácter oportunista ideal para seguir sacando tajada en el momento de recesión que vivimos, como las iniciativas de los bancos de tierras o las futuras brigadas tuteladas de limpieza y extinción. Prácticas que de no residir en los habitantes en primera persona solo engrosarán la actual situación de dependencia, la cual no hay que olvidar ha sido la encargada de destruir nuestro modo de vida en épocas de bonanza en las que lo rural siempre era lo último.
El modelo económico que todo ello a día de hoy sustenta solo se preocupa de que pase el tiempo hasta que, como ha ocurrido, llegue el momento en que, fruto de esa degradación, el monte no pueda tener ya ningún uso. Cuando hasta en el ámbito rural las actividades que debieran ser principales (agricultura y ganadería) son cubiertas por otras tanto menos reales como las que han venido aconteciendo durante los últimos años (desarrollo de la industria y el turismo precario), no debe de extrañarnos todo lo que está pasando, pues nuestro día a día se encuentra a años luz de la actividad que nos correspondería.
El cambio necesario no puede quedar a merced de las políticas estatales y comunitarias-europeas que, mediante la estrategia de las subvenciones según los intereses del mercado, han acabado por desarticular nuestra realidad mediante errores como los que hemos destapado, haciendo inviables la ganadería y demás oficios, diciéndonos que hoy es rentable plantar ciruelos y mañana los arranques y plantes de oliveras y otros factores que han obligado a incorporar la idea de «rentabilidad» a la manera de pensar de la gente. Un factor inexistente años atrás o reducido al mínimo por dos razones, una que la economía era eminentemente local y la dependencia del mercado y por tanto la importancia del dinero era mucho menor –recordemos las distintas maneras de intercambiar servicios como la iguala que se pagaba al médico, lamaquila al molinero o la poya al hornero, u otros como el pago en trigo, huevos o elfascal o trencilla de esparto–, y dos, porque el ideario del progreso capitalista ha sido el encargado de que las siguientes generaciones no tuvieran ningún interés en trabajar el monte siendo que el «beneficio» que les aportaba lo ganaban haciendo tan solo un par de horas extras, lo que poco a poco acentuaba la falta de sentimiento de identificación con el territorio al no participar en este y también la capacidad de autonomía de las comunidades al depender del trabajo asalariado y el consumo como únicas garantías de su subsistencia. Ese cambio ha de hacerse decidiendo nosotros en primera persona y de manera independiente lo que queremos y lo que no.
En este sentido creemos necesario cuestionar la propuesta de la repoblación con cipreses aparentemente ignífugos que estos últimos días están llenando el panorama de la investigación en numerosos medios y revistas. Se trata del caso del bloque de cipreses que en el barranco de Hierbasana de Jérica sobrevivieron de manera «milagrosa» a la vorágine de las llamas. Pues bien, desde numerosos medios especializados se está planteando esta como una de las posibles soluciones de repoblación para lugares en principio estratégicos del monte como cortafuegos. Desde nuestra postura, y ya que estamos hablando de un árbol que aunque lleva muchos años en la región mediterránea no es una especie autóctona, vemos con mejores ojos otras alternativas con una exigencia colectiva, partiendo de que desde el principio esta propuesta surge del entramado técnico y de los expertos que gestionan el medio ambiente a modo de laboratorio de prácticas, desde donde salen propuestas como el endurecimiento de las penas para los pirómanos u otras tan tecnificadas como instalar cañones de agua en el monte que se activen mediante vía móvil en el momento que se produce el fuego, realidad del ayuntamiento de Torrente desde 2010 para una de sus partidas.
Nuestras propuestas van encaminadas por ejemplo al cultivo de bancales de secano y el mantenimiento de caminos que actúan en estos casos de cortafuegos, de recuperación de la selvicultura, y por qué no, de repoblación progresiva con especies autóctonas como las ya citadas que tienden además a rebrotar si se queman. Así pues, teniendo en cuenta las condiciones que hacen que el ciprés no sea un buen conductor del fuego, creemos que si han sobrevivido de esa manera ha sido entre otras cosas porque la franja que separa el matorral de los árboles, estaba cuidada y sometida a limpieza impidiendo la propagación, como en condiciones normales debiera estar el resto del monte, lo cual sucedería si a este se le devolvieran los usos tradicionales que nos empeñamos en remarcar (principalmente los pastos), y si la fauna silvestre que todavía se ve más mermada con los incendios, no estuviera en detrimento.
3. Especialización de las funciones frente a prácticas colectivas
La organización social técnica a la que hemos llegado, que nos ha convertido a cada uno de nosotros en especialistas de algo único y de nada más, y la organización jerárquica del mundo según estas directrices ejerce un poder rígido sobre los habitantes que, aún cuando se trata de defender la tierra que muchos todavía día a día trabajan impidiendo precisamente que se convierta en esa masa homogénea de pinos a la que antes nos referíamos, se encuentra con la prohibición de participar, como ha ocurrido en las labores de extinción, asumidas por los bomberos oficiales y las empresas que gestionan el monte.
En este sentido la aportación que los habitantes de los territorios pueden ejercer en estas labores, por su conocimiento estricto del terreno (cosa de la que carecen los bomberos enviados desde las distintas partes de la península por mucha formación que tengan y muchos planos de la zona que tengan) y la fuerza personal que, a la hora de realizar acciones como cortafuegos improvisados, contrafuegos en ciertas zonas adecuadas, abertura de caminos o refresco y clareado del monte, es de inmediato desestimada. Como evidencian casos sucedidos durante estos días en las poblaciones de Alto Palancia, donde los vecinos lejos de resignarse y retroceder ante las ordenes de la Guardia Civil, plantaron cara de manera valiente y determinante, utilizando los caminos y sendas no cortados por el dispositivo policial para acceder a defender sus masías y montes provocando gran alteración en los guardias, quienes amenazaron con detener a los vecinos si no cesaban sus intentos de involucrarse en las tareas de extinción, lo que pone al descubierto quienes son los verdaderos conocedores de la realidad del monte, cuyas acciones son de lo más legítimo y muy respetables. Y no solo esto, varios habitantes utilizaron medios más directos, como pinos cortados para entorpecer el paso a la guardia civil en ciertos caminos y así poder realizar labores de extinción con mayor tranquilidad, o incluso se intentó apartar con un tractor algún coche del cuerpo militar que impedía el paso a zonas afectadas por el fuego, cosa que demuestra la predisposición de nuestros vecinos a defender sus tierras.
Por otro lado, la mayoría de las quejas que estos días se están produciendo en la comarca van referidas a una exigencia en el aumento de medidas, vamos a llamarlas técnicas, que hubieran sido necesarias para acotar rápidamente el fuego (número de bomberos, rapidez en venir los hidroaviones, mejora en los tiempos de actuación…). Para analizar correctamente esta situación es necesario realizar una retrospectiva histórica de lo que sucedía con anterioridad, cuando los vecinos eran los encargados de realizar tal tarea, y en la mayoría de los casos con gran eficiencia, por el buen hacer de nuestros colindantes en los momentos de mayor riesgo. Este modelo fue socavado hace unos 30 o 40 años, tanto por el abandono de los montes y de los pueblos como por la introducción de una forma «especializada» de apagar incendios que basa todos sus esfuerzos en sumar tecnología de choque una vez tenemos las llamas delante.
Sería importante resaltar en este sentido la opinión de muchos de los que han estado en primera línea contra el fuego, observando como en esas condiciones este era imposible de apagar mediante las descargas de agua de las avionetas y el buen hacer de los bomberos, lo cual debería hacer replantearnos el por qué se han menospreciado las estrategias vecinales que incluyen métodos de extinción como los cortafuegos y contrafuegos ya citados, antes tan habituales, y que de nuevo se han encargado de salvar de manera autónoma y anónima numerosos bienes, que de no haber sido así, ahora tendríamos que lamentar.
Somos conscientes de que la situación del monte no es para nada la misma que entonces se vivía, pues la naturaleza que hoy se refleja en él a la par de la vida que llevamos exige de una vigilancia y un control entendemos antes innecesario, ya que la mayoría de la gente pasaba gran parte del día en las huertas y los montes y por lo tanto se percataba de cualquier imprevisto que pudiera surgir. Así que, al igual que el cambio en este sentido debería ser progresivo hacia la recuperación del monte autóctono y de sus usos tradicionales, también nuestra responsabilidad en torno a la vigilancia y el control debería ser igual, sintiéndolo cada vez más como algo nuestro y exigiéndonos una cierta dependencia, lo cual solo sucederá si este vuelve a formar parte de nuestro sustento.
En esa dirección, sería importante resaltar la actitud de muchos de estos pueblos en los que por el sentimiento que en ellos tienen hacia lo propio y hacia la tierra, el desarraigo no ha logrado penetrar tanto como en otros, incluso en generaciones bastante jóvenes. De este modo, la respuesta de mucha gente fue la que debió ser al actuar hacia el fuego defendiendo lo que es suyo, aunque para su desgracia las autoridades pertinentes llevaran a cabo un papel contraproducente e incluso arrogante que estamos seguros hizo que el incendio se propagara con mayor rapidez. Por citar otro ejemplo, los mandos de los bomberos obligaron a estos a bajar a Altura a llenar agua en vez de repostar de las cubas de los numerosos voluntarios que había subido a ayudar como ocurrió en otros pueblos, perdiendo en cada viaje alrededor de unos 45 minutos valiosísimos, y el pueblo de Teresa se salvó de las llamas por la actuación decidida de los vecinos, bajo la mirada pasiva de los militares de la UME, que esperaban órdenes para actuar, desesperando a todo aquel que intentaba intervenir. Por eso creemos que ese proceso de degradación y sustitución de los usos y costumbres es el gran responsable de la progresiva pérdida de auto-organización e implicación de los vecinos para hacer frente a dificultades de este tipo.
También es común oír hablar a las personas mayores de la comarca sobre como antes el número de incendios era muy reducido si lo contraponemos a las condiciones actuales, y, además, siempre con una virulencia mucho menor debido a las buenas condiciones en que se encontraban los montes, que dificultaban la propagación instantánea como ha ocurrido estos días. Como todos sabemos incluso los bordes de los caminos o las esparteras se quemaban como limpieza sin problema ninguno, incluso en los meses estivales, algo hoy en día totalmente impensable. Así que si damos como coherentes estos argumentos, no podemos reducir el problema a la exigencia del número de bomberos o de avionetas. Nuestras vistas deben ir más allá y considerar que la única manera de solucionar estos problemas pasa por la introducción de la ganadería otra vez en nuestras vidas, así como con una interrelación mucho mayor con todo lo que tenga que ver con el aprovechamiento de los recursos forestales de manera equilibrada y digna.
Al mismo tiempo cabría encuadrar en este análisis la fe que muchas personas tienen en los medios técnicos a la hora de sofocar los incendios, los cuales exigen de un poder centralizado y especulativo como ocurre con el negocio que hay detrás de las avionetas y los helicópteros, cuestión que puede ser interesante de comparar con las imágenes de bomberos con azadas y vecinos con rastrillos que son igual de necesarias todavía a día de hoy, como prueba de lo que es verdaderamente prioritario a la hora de por ejemplo realizar un cortafuegos improvisado en un lugar en el que no pueda llegar una máquina, práctica que solo puede quedar a merced de los vecinos, ya que no hay bomberos suficientes para realizar semejante tarea con la rapidez exigida, de donde tenemos mucho que aprender de cara al futuro de los vecinos que lo vivieron.
4. El papel del proteccionismo en estas cuestiones
Resulta verdaderamente impactante observar, como un poder que no tiene ni la más mínima responsabilidad para algunas cuestiones tan peligrosas para la supervivencia humana como evidencian las nuevas enfermedades causadas por el desarrollo de la vida industrial como el cáncer, accidentes de tráfico, uso generalizado de los pesticidas… hechos con los que todos convivimos, nos dicta en estos casos las normas y leyes que debemos cumplir en nombre de nuestra seguridad. Cuando deberíamos ser nosotros mismos los que en última instancia decidiéramos en qué arriesgar nuestras fuerzas, y determinar si defender nuestra casa o nuestros montes merece el intento, son otros los que toman esa decisión. Lo que nos debería hacer recapacitar sobre lo lejos que estamos a la hora de tomar nuestras propias decisiones según nuestras voluntades, más en casos extremos y para muchos vitales como a los que nos estamos refiriendo.
En este sentido es necesario destapar la falsa petición de pedir más seguridad en los montes por parte de quienes, como se ha podido comprobar, no nos dejan defender lo que es nuestro. Del mismo modo, una continua reclamación de inversión acabará favoreciendo la privatización progresiva de nuestros montes, ya que el Estado en pleno proceso de decrecimiento no va a invertir en cuestiones de este tipo y optará por la vía de la financiación mixta o privada directamente, como ya está haciendo ante los diferentes conflictos que surgen de su gestión en la coyuntura de la crisis económica. Este fenómeno no es nuevo, ya que diferentes zonas de nuestra comarca ya pertenecen a entes como la Fundación Bancaja y otras de carácter similar, lo que demuestra el estado de desposesión en que se encuentran nuestros pueblos, que tienen en desuso hasta su propio entorno y utilizan de manera impuesta por el mercado lo que venga de fuera.
5. Para esta y próximas veces…
En los momentos que escribimos estas líneas diferentes vecinos se están uniendo en plataforma de afectados por el incendio y pretenden llevar acciones legales para pedir responsabilidades ante las instituciones. Sin querer entrometernos demasiado y siempre bajo el afecto que nos une a estos vecinos y otros de la comarca, creemos que es positivo que se abra un escenario de protestas en la comarca que no pueda ser reconducido por la clase política ni por su entramado institucional, ya que ellos son los verdaderos culpables de esta catástrofe.
Sabemos de otras luchas que con las recogidas de firmas y buenas intenciones es difícil conseguir algún cambio y con las reclamaciones al defensor del pueblo tres cuartos de lo mismo, ya que esta figura ha contribuido históricamente a la negación de lo que dice defender, el pueblo. Además estas iniciativas corren el riesgo de favorecer la mentalidad de que se está luchando contra el problema sin mucho esfuerzo y a continuar con el mismo modo de vida, una vez conseguidas ciertas reclamaciones puntuales, cuando lo que verdaderamente tendríamos que empezar a plantear es un proceso continuo de movilizaciones en la comarca (y no en Valencia, como se están llevando a cabo…) que incite a sumarse a todos los Palantinos, no para quejarnos sin más, sino para denunciar que nuestros pueblos y entorno han sido destruidos tanto por la Unión Europea, con su política de subvenciones y de prohibición de todo lo que tenga que ver con la sabiduría popular, como por el Estado, quien mediante el desarrollismo más voraz es el verdadero responsable de la desaparición de la vida rural.
6. Para finalizar:
A modo de conclusión nos parece necesario acercar una pequeña propuesta que salió de una persona que escribió un texto después de que en un incendio en el Valle de Tiétar se produjeran hechos similares a los que han ocurrido en nuestra comarca, y puede ser útil para futuros casos que no tardarán en volver a producirse si las cosas no cambian de rumbo.
La propuesta consta de dos puntos:
1. Resistirse individualmente de forma inflexible a cualquier intento de evacuación forzosa e indiscriminada de quienes no quieran marcharse, de modo que, como mínimo, las «fuerzas del orden» tengan que sacar literalmente a rastras a los interesados.
2. Ignorar colectivamente, desde el primer momento, de forma tan resuelta y contundente como fuere necesario, todo intento por parte de los burócratas de turno (sean municipales, autonómicos o estatales, «progresistas» o «conservadores») de impedir o dificultar la legítima e imprescindible acción de los voluntarios en las tareas de extinción, es decir, dar la respuesta que se merece a la totalitaria pretensión de conculcar el legítimo derecho de los hombres y mujeres de este pueblo a defender lo que es suyo.
Grupo por la defensa del territorio del Alto Palancia

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