domingo, 9 de abril de 2017

¿Los últimos? Notas sobre la despoblación.


Antes de continuar me gustaría dejar claro que la siguiente reflexión se ciñe al contenido del libro y al análisis que en mí ha despertado. No entro a juzgar otros aspectos del autor o de su obra. Es un tema recurrente este el de la despoblación sobre el que creo que todas las interpretaciones, las más y las menos acertadas, son necesarias. Así que, en ese sentido he visto en este libro una herramienta interesante debido a la amplitud de su discurso, lo que en algunas ocasiones cuando quieres llamar la atención sobre un tema considero que puede ser necesario.

Los últimos, así de categórica se enuncia la última obra, recientemente publicada por Pepitas de Calabaza, de Paco Cerdá (Genovés, 1985). Su subtítulo, Voces de la Laponia española, en clara analogía con su homónima norte europea, describe mediante este juego de palabras una realidad que, estremecedora, adolece de varios males.

Un viaje de 2.500 kilómetros lleva al autor a visitar algunos de los lugares más recónditos y significativos de la España despoblada, la también llamada Serranía Celtibérica. Este fue el término acuñado por el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, Francisco Burillo, quien nos da el dato del 1% de la población ocupando el 13% de su territorio y con vistas a su ocaso. Demotanasia, muerte lenta, así ha bautizado a este proceso. Etnocidio silencioso, y cómplice, permitido, forzado, me atrevería a añadir yo.

 1.355 pueblos, ocupando 65.825 kilómetros cuadrados y de los que casi la mitad tiene menos de cien habitantes, pertenecientes a Guadalajara, Teruel, La Rioja, Burgos, Valencia, Cuenca, Zaragoza, Soria, Segovia y Castellón con densidades de población que van desde los 10 a los menos de 1 habitantes por kilómetro cuadrado.

Con una prosa sencilla, ágil, crítica y bien entrelazada a caballo entre la primera y la tercera persona del entrevistado que resiste, y la propia mirada del observador, Paco Cerdá nos cuenta la historia de algunos de los habitantes de estos lugares recurriendo a figuras características como el último vecino de una aldea, el anciano que no se doblega a la voluntad de sus hijos de que abandone sus raíces y sucumba ante la urbe o la residencia, el niño o el pastor que tienen a la soledad como compañera, el maestro de escuela.

A través de los ojos de todos ellos va desgranando una realidad que no es el resultado de ninguna casualidad y cuya raíz del problema se deja ver a las claras en varios momentos. Esta es, la consolidación de la propiedad privada, la liberalización del comercio…en resumen, el proceso de industrialización, mecanización, urbanización y consumismo atroz vivido en la era del capitalismo más feroz conocido.

Así, el autor fija su mirada sobre algunos de los temas que vienen a condicionar la despoblación, tanto de manera interna como externa. 

En el primer caso nos habla de toda la literatura y bucolismo existente en torno a la ruralidad, una imagen que llevada al extremo, como se suele hacer, es totalmente falsa y hace que más de uno se lleve alguna sorpresa cuando llega. El alcoholismo o la pasividad de algunos de sus residentes. El conservadurismo del paisanaje, el cual no entramos a juzgar. El caciquismo que todavía prevalece. Desde mi punto de vista todos hay que tomarlos como lo que son y no intentar de buenas a primeras cambiarlos sino más bien comprenderlos. Si no estamos importando lo tantas veces criticado, la implantación de una visión de las cosas externa a esa comunidad, o lo que quede de ella.

En el segundo podríamos encuadrar el abandono y la falta de servicios básicos por parte de la Administración, como la educación o la sanidad, que no podemos pasar por alto en el mundo en que vivimos porque básicamente es la que obliga a las familias jóvenes que podrían asentarse a no venir o a abandonar. El de las consecuencias de la lógica mercantilista sobre los recursos de un determinado lugar que puede ser cambiante según aparecen fenómenos como el del ferrocarril, y que mientras benefician a unos adolecen a otros y pueden llegar a significar el fin para una determinada comarca o zona (el principio de solidaridad debería hacerse aquí mucho más presente). El que habla de la desaparición de economías autosufiencientes y autárquicas que pese a sus inconvenientes posibilitaban una vida ciertamente digna, supeditada en gran medida ya a la dictadura del dinero pero que poco o nada tenían que ver con la organización planetaria que nos impone la losa de la globalización. 

También el que destapa la falsa ecología que encierra este modelo de vida, en algunos casos totalmente dependiente del petróleo y el coche, al necesitar de los desplazamientos para poder llegar a los servicios mínimos o a la socialización, etc. El de las inercias y el modo de hacer de la urbe que en tantas ocasiones encontramos ya en lo rural (individualismo, velocidad, materialismo, trabajo convencional, vida estándar, homogeneización cultural…) y que vienen a llevarse parte de nuestra identidad. Del mismo modo, el de la realidad del padrón municipal cuyos datos a menudo son hinchados o sobredimensionados por el oportunismo (becas, ayudas fiscales…) o por la residencia temporal estacional o de veraneo, cuya lectura no viene si no a acrecentar aún más si cabe la cruda realidad que viven estos pueblos.

Aunque afortunadamente no todo es negativo, y como precisamente en ello reside una de sus grandes ventajas y fortalezas, todo ello contrasta con el ritmo con el que se desenvuelven las cosas en estos pueblos, que en algunos sitios todavía perdura como antaño, la menor contaminación y pureza de sus recursos, de sus paisajes y sus haceres, los valores grabados en la mirada de los niños y los ancianos, la tranquilidad para la infancia o la crianza, el sentimiento de pertenecer a una comunidad, a una gran familia, el poder ser saludado y devolver el saludo cada mañana en la calle, y un largo etcétera. Cosas que pueden parecer insignificantes o incluso inexistentes pero que no echas de menos hasta que no las tienes.

De todos estos aspectos podemos hacer interesantes lecturas y sacar conclusiones, recrearnos en el tiempo pasado, analizar el presente y extraer necesarias herramientas para el futuro. Yo saco una y es que la realidad se vuelve inminente y necesita soluciones urgentes. Creo que ello no significa ceder ante todo pero necesita de determinadas concesiones que puedan ser expresadas de manera igualitaria, humilde, llana, y que considero un mal menor en el momento crítico en el que estamos. ¿Acaso no es en este contexto legítima la demanda de turismo?, ¿es que no es entendible la exigencia del que trabaja a distancia, contribuyendo a poblar estos espacios, en su necesidad de una cobertura mínima de Internet?, ¿cuántos conocen los esfuerzos que se hace desde la Escuela Rural por explicar su modelo educativo, el cual sigue siendo un gran desconocido y encierra un gran potencial de cara a combatir la despoblación?, ¿hasta qué punto podemos criticar la gestión de recursos como el agua por parte de algunos de nuestros municipios?, ¿hasta cuánto de criticable hay en el que puede y decide vivir en estos pueblos y bajar cada día a trabajar a Sagunto o Valencia a costa de utilizar el coche? Resulta una paradoja porque fueron precisamente las comunicaciones, la modernización, las que nos abocaron en cierta medida a este desastre, pero sin carreteras, agua ni luz, el desierto demográfico se extiende. ¿Qué papel juega el conglomerado neorrural de cara a repoblar lugares en los que de otro modo la regeneración sería imposible?, ¿podemos analizar sus errores y sus aciertos?

Personalmente creo que nadie es poseedor de una única respuesta. De lo contrario estamos construyendo un discurso que aunque muy matizado en su perspectiva histórica y muy puro en sus análisis, muy coherente, en algunas ocasiones se aleja de la realidad y en otras nos lleva al inmovilismo. Cuando consigamos superar esas barreras podremos presentar nuestros argumentos de manera normalizada y quizá llegar a un cuestionamiento mayor y más profundo del orden social en curso. Las poblaciones que adquieren dicha conciencia desde la práctica, y no desde la teoría, como varios ejemplos que tenemos en la comarca del Alto Palancia, en los que vemos el fortalecimiento de lazos entre el vecindario por razones que en principio no son políticas pero que al final acaban siéndolo, nos dan la razón. Y ello no quiere decir quitarle importancia ni necesidad a la segunda.

Me refiero a las posibilidades del, entre tantos otros, asociacionismo. Me refiero también a la recuperación del patrimonio etnográfico y el fomento de su conservación y recuperación entre los más jóvenes, aleccionados en la cultura de masas. La misma cultura que nos adoctrina en el ocio mercantilizado y el consumo para que veamos lo rural como algo tosco y vulgar ante lo que conviene ilustrarse y abandonar. La que impone la interpretación de la Historia como una línea hacia delante fundamentada en la idea de Progreso. 

Como en algún momento del libro se dice, este ha sido un mundo que no ha interesado mantener, por muchas y muy variadas razones. Así que antes de que deje de ser así, como que ya hace tiempo que le vemos las orejas al lobo ante las derivas de la nueva economía, habrá que tomar una cierta conciencia de lo que somos y de lo que queremos para el futuro de nuestra tierra. Ayer escuché un ejemplo que me parece muy ilustrativo: en la comarca existe una asociación que se encarga de recuperar el patrimonio natural y cultural de su pueblo, aunque en realidad podría ser de todos los pueblos, el Cantal de Altura. Resulta una actividad que para los que bucean en la deriva de nuestra moderna sociedad puede quedar muy alejada: ¿piedra en seco y eso para qué? Pues bien, cuando se consigue que el receptor empatice con ese elemento porque se le ha trabajado y allí dormía o bebía agua su abuelo, por poner solo un ejemplo, cuando se hace ese cambio de mirada puede llegarse a cambiar de mentalidad. Y una actividad que en principio consistía simplemente en “poner piedras” resulta que cuestiona nuestro modelo que relaciones, la especialización en el trabajo, la arquitectura actual, subraya el aprovechamiento de los recursos de nuestro entorno de una manera sostenible, el desinterés…y es ahí cuando si llega el momento de que tenga que pasar una autovía por encima o hacer una mina a cielo abierto va a existir un posicionamiento.                                            

En este mismo sentido, la conciencia que así se puede adquirir del territorio, y de la fuerza que en realidad tenemos las personas que lo habitamos, puede servir de base sólida, no efímera, para encarar las agresiones externas que podríamos considerar perjudiciales para nuestro entorno (determinadas infraestructuras, urbanización, utilización del espacio rural como basurero o fuente inagotable de recursos que producimos pero que no no siempre consumimos y cuyo caso más emblemático es el de la energía). De otro modo es como empezar la casa por el tejado.

            De la misma manera, poca o nula resistencia podrán encontrar todos estos proyectos, que podemos considerar de agresión, en un pueblo o comarca envejecida, despoblada, deprimida. Las  limitadas experiencias vividas en este sentido durante los últimos años nos dan la razón en que, sin esa visión y ese sentimiento cultivado, difícilmente puede erigirse una comarca en el conflicto.

Con esto no estoy diciendo que las soluciones a nuestros problemas vayan a venir de fuera. Más bien me estoy refiriendo a que partiendo de la necesidad que tenemos de trabajar para poder vivir en estos pueblos y fortaleciendo unos lazos que han sido minados, con una cierta perspectiva y conocimiento de causa, quizá sea más fácil desenmascarar a ciertos actores que han jugado un papel nefasto para los pueblos en esta y en cualquier comarca. Todo ello nos puede servir para evitar situaciones peores, incluso casi irreversibles, de perdida de nuestras raíces, de nuestro pasado, de las costumbres y tradiciones, de todos los saberes que hay que aprender a situar, porque en cierta manera así lo requiere nuestro tiempo ya que languidecen y cada vez que desaparece un pueblo desaparecen para siempre. Tengamos claro que no vuelve a ser el mismo el pueblo aunque se recupere. Y conviene alertar que en ese proceso consciente el resultado podría no ser el que a algunos mejor nos parece. La cuestión es si se llega a él porque se parte de la voluntad de la gente.
Para terminar me gustaría acabar este comentario con las palabras de Matías López, único habitante de Motos, uno de los protagonistas del libro. Decía así: Poco a poco, las personas volverán a los pueblos. Porque lo importante es tomar conciencia de cómo será ese cambio, si más o menos consciente, dando pequeños pasos, o impuesto por necesidad ante la inviabilidad o el agotamiento de la desproporción energética, demográfica, ecológica y política vigente.

                       Cipriano Algor

4 comentarios:

Cecilio dijo...

En un principio estuve interesado en el libro, pero poco a poco mi interés fue decayendo debido a varios aspectos de este. Aprecio cierta victimización de los habitantes de estas zonas por un cierto abandono por el Estado cuando ha sido este el culpable de la situación en la que viven. Pedirle al Estado que solucione un problema que el mismo ha creado, y le ha interesado crear, no me parece muy buena solución. No soy ningún político con soluciones para todo pero aunque no las tenga no tengo porque aceptar las suyas. Para mi no se trata de un tema teórico ni de pureza ideológica si no de moverte por aquello en lo que de verdad crees. Estos son procesos de muy larga duración, al sistema capitalista le interesó despoblar el mundo rural porque existía cierto sistema de valores y autosuficiencia que no entraba dentro de su lógica mercantil, y ahora que todo ese mundo ha sido en gran medida destruido y que las ciudades se vuelven cada vez más insostenibles es cuando deciden poner la atención sobre el mundo rural. Las soluciones que pueden venir del mismo sistema que ha creado el problema dudo que sean recomendables y desconfiar de ellas, ponerlas en duda e intentar participar en un supuesto debate intentando argumentar todo esto no creo que haga más "puro" mi análisis, ni menos coherente, ni más alejado de la realidad, ni más teórico, ni más inmovilista... Llevo muchos años viendo la problemática de la que habla el libro, al igual que muchos de los que leen esto y no creo que el momento en el que estamos sea tan critico o que la situación legitime la demanda de turismo u otras demandas... Mi postura esta clara y no me voy a convertir en un agente dinamizador del turismo, ni del proceso de pueblo escaparate y gentrificador que conlleva. Así como tampoco me voy a convertir en un agente industrializador ni en un defensor de cosas en las que no creo desde hace tiempo. Cosas de las que dependo para vivir pero que acepto a regañadientes porque es la única vía que me han dejado. Esa peña

Miguel Rivas dijo...

Yo creo que el debate se está confundiendo por diferentes cuestiones entrelazadas. Lo primero dejar claro que estoy completamente de acuerdo en muchas de las cosas que se dice en el artículo aunque no comparto en totalidad la estrategia, quizá también condicionado por lo que se dijo en el debate del otro día. Voy a intentar explicarme. En primer lugar decir que comparto la cuestión del asociacionismo como un elemento que potencia la recuperación de la sociabilidad, pero eso no es nada nuevo. Eso lo compartimos la gente del blog que damos apoyo a ese tipo de organizaciones como El cantal, El Banco de semillas del Alto Palancia, la Plataforma Ecorrural...por lo que en ese sentido nuestra estrategia siempre ha sido la misma.

Por otro lado una cuestión controvertible de lo que dices es la cuestión de "pedir" al estado. Aquí difiero porque considero que estás confundiendo aspectos que no tienen nada que ver. En primer lugar considero lógico que la gente que viva en los pueblos y que en una situación tan dramática como la que es, pidan exactamente lo mismo que disfrutamos los que vivimos en una vida más urbana (internet, accesos, educación, sanidad, ...)etc. Incluso puedo considerar legítimas esas "peticiones" ya que es cierto el agravio que se está produciendo... Ahora bien, una cosa muy diferente es que las personas que se estén intentando plantear los problemas vitales desde el "pensamiento crítico" tengan que asumir dicho discurso. Eso a parte de absurdo, porque sería defender algo que no sientes, es peligroso (ya que se corre el peligro de condenar o sepultar los planteamientos que pueden volver a hacer la vida verdaderamente libre...). ¿Si no se hace desde los colectivos quien va ha mantener esos planteamientos que van a la raiz del problema? Lo que tiene que suceder es la confluencia en un espacio de encuentro con esos agentes y es entonces donde intentar difundir ese discurso. Ayer José Ardillo comentó algo parecido, al referirse a las colectividades como un referente histórico para los grupos agroecológicos. Yo considero que esa es la función de los antiautoritarios o del pensamiento radical. Insisto podemos "comprender" lo que les lleva a pedir lo que sea, hasta un polígono industrial, pero pensar que hay que cambiar el discurso para llegar más o algo por el estilo es abocar a las problemáticas de raíz al basurero ciudadanista. Hay que ser humildes pero siempre sinceros.
Es algo parecido a lo que sucedía con los anarquistas en los años 30 que políticamente se oponían al paro porque era fortalecer el poder del estado e incluso muchos de ellos lo cobraban porque la situación de miseria les había llevado a eso. Eso sucede en muchas ocasiones hoy con la crítica radical ya que los que la ejercen difícilmente escapan al mundo de la mercancía.

Por último, creo que en cierta manera esta crítica sana viene por el poco "eco" que tiene nuestro discurso en la gente de a pie, y creo que no se debe haber hecho un análisis adecuado del entorno en que vivimos. La comarca es un lugar de gente de bien y sobre todo, de gente de derechas, siempre lo ha sido y difícilmente cambiará... Eso dificulta mucho que surjan conflictos y luchas, y por lo tanto el poder participar mutuamente con los vecinos en ellas. Pero dificulta no solo para los que planteamos las problemáticas de raíz también para la izquierda o los ciudadanistas. Eso condiciona mucho, pues en otras partes de la comunidad como es el caso de la zona de Alicante, hay una tradición de defender el territorio mucho más amplia y exactamente, el mismo discurso que hemos planteado nosotros en diversas ocasiones ha llegado más profundamente y la movilización de los vecinos ha sido amplia. Eso es fundamental y no debe ser olvidado. Las cosas no siempre están en nuestras manos dependen del común. Si el común quiere habrán cambios sino seguiremos en esta senda...

Cipriano dijo...

Quisiera dejar claro que ha habido ciertos aspectos y términos del texto que pueden haber llevado a su interpretación como un ataque, cuando en realidad responden a un carácter retórico y de cuestionamiento personal, de autocrítica, lo que pasa es que esta se hace externa de manera inevitable. Cada uno tenemos nuestros procesos y esta visión obedece a una opinión particular, sesgada, como la de todos, por aquello con lo que cada uno convive. No he querido ofrecer ninguna estrategia, aunque igual sin querer lo he hecho, ni respuesta, porque no la tengo, pero ya que se debate, sí que creo que se debe desarrollar la empatía hacia todas estas cuestiones porque son cotidianas y nos cuestionan como personas y como pueblos y las dudas las tengo en sobre quién si no el que tiene una mirada crítica sobre estas debe ser el que las sitúe o las lleve a cabo de manera que puedan ser asumidas por un número más o menos amplio de personas. Insisto en que estas solo son las interpretaciones que he tenido al leer el libro y contextualizarlo en algunas situaciones cercanas.

Anónimo dijo...

No he leído el libro pero comenzar criticando que el alcoholismo, el conservadurismo y caciquismo es parte del problema del entorno rural. ¿Dónde queda la otra parte positiva de estos adjetivos en la balanza? ¿En la ciudad de Valencia? Y nos lo dice un escritor del levante-emv, y desde una ciudad cuna del conservadurismo del PP y en la que se implanto la “ruta del bacalau” para idiotizar a media juventud.
Muy acertado la posición del rescate del patrimonio etnográfico planteado desde las asociaciones como el Cantal, el banco de semillas, la plataforma ecorrural todas ellas tiene más o menos misma intención, el rescate físico y teórico del entorno rural, cada una a su manera. Creo que estas posiciones engloban a personas de la derecha como la izquierda, al mismo tiempo gentes de diferentes generaciones, porque defienden la integridad de la persona en su habitual natural, el territorio. Quizá en una zona de pensamiento conservador como la nuestra, puede servir de herramienta para crear un pensamiento crítico, pues el hecho de pedir “lo nuestro” situándonos desde lo rural crea una crítica hacia la NO construcción de infraestructuras.
Por otro lado apuntar a eso que dices “ ...no intentar de buenas a primeras cambiarlos sino más bien comprenderlos... “ En algunos debates escucho como se critica o desprecia a los agricultores, calificados como gente ruda que utiliza y realiza tareas que en ocasiones dañan el medio ambiente, pero de sobra lo conocen menor que cualquier ecologista de la zona, ni que decir de “ indignado-eco” . Creo que hay que leer a Marc Badal donde nos muestra una visión más acertada de los labriegos a los que debemos más respeto que desprecio