“Con una red de oficinas complicada sólo conseguiremos perpetuar el odio del pueblo a la burocracia. Con el ejercicio de la vida solidaria ésta irá siendo espejo y no teoría”. Felipe Alaiz.
La visita de José Ardillo que tuvimos el mes pasado nos sirvió a parte de para charlar sobre el progreso y los límites del ecologismo, para hacer un nuevo compañero de viaje. En el blog intentaremos dar a conocer los trabajos de Ardillo que nos parezcan más atractivos, al igual que hacemos con otros oradores que van pasando por la comarca. Con este espíritu nos ha pasado el artículo que preparó para la revista Almargen sobre la figura del anarquista aragonés Felipe Alaiz. La tarea de Ardillo, entro otras, es dar a conocer esos anarquistas clásicos que tuvieron unas inquietudes sobre la ecología y por lo tanto una crítica más profunda, que la industrialista, que imperaba en algunos sectores de la CNT. Felipe Alaiz además es reconocido por ser el escritor más importante que ha dado el movimiento libertario junto a su compañero y amigo Jose Peirats. Alaiz representa un anarquismo más agrario, curiosamente más en consonancia con el manifiesto de Isaac Puente que con Peirats. Este tipo de anarquismo es el que inspiró al colectivismo de nuestros pueblos, el que sirvió de base para instaurar el mayor intento de la historia de vivir en la autogestión total. Creemos que con el artículo de Ardillo se consigue mayor profundidad para entender este tipo de cuestiones dejadas de lado por la gran mayoría de la militancia actual de la CNT. Por último decir que el libro que reseña Ardillo de Alaiz ya lo tenemos disponible desde hace unos cuantos meses en la biblioteca colectiva de nuestro ateneo esperando a buenos lectores.
FELIPE ALÁIZ Y LA FEDERACIÓN DE PUEBLOS Y RÍOS
José Ardillo
Viviendo hoy en un período confuso donde las izquierdas más a la izquierda le toman el gusto al escaño y al plató televisivo, donde las derechas más a la derecha, como ocurre en Francia, se hacen también a la idea de que algún día puedan reinar, y donde los nacionalismos se presentan a la vez como remedio milagroso para tantas frustraciones de uno y otro bando, no está de más aislarse por un momento del inmundanal ruido para sentarse a leer una de las principales obras del pensamiento libertario ibérico. Nos referimos a Hacia una federación de autonomías ibéricas, obra publicada por el escritor libertario Felipe Aláiz en la inmediata posguerra europea, ya exiliado en Francia, suma de numerosos folletos que abordan cuestiones tan variadas como el colectivismo agrario, la geografía física ibérica, el urbanismo, la educación, el cooperativismo, el sentido del arte, el independentismo o la historia de los municipios libres de la península. Obra magna que resume la aportación política de un escritor prolífico y original, aragonés, periodista, novelista, hombre de pensamiento y de compromiso, muerto en el exilio parisino, considerado por muchos, como Francisco Carrasquer, a pesar de su semblanza crítica, como una de las mejores plumas del pensamiento libertario ibérico.
Siendo el libro un compendio de fascículos más o menos independientes no puede siempre evitar el lector encontrarse con reiteraciones, arritmias y agotadores énfasis que no pocas veces ponen a prueba su paciencia y su buena voluntad. No importa. Lo que cuenta es retener lo inequívocamente original del mensaje alaiziano: esa idea de que el anarquismo ibérico hunde sus raíces en el pasado remoto de las comunidades y por tanto proyecta su espíritu hacia un porvenir siempre realizable. Aláiz rinde homenaje al espontáneo anarquismo de las viejas comunidades y municipios de la península, en cuyas formas de organización colectiva, como Kropotkin y Reclus, supo ver la grandeza de su obra anónima.
Hombre de saber enciclopédico, sin caer en la pedantería, ya que su saber estaba al servicio de lo importante y de lo urgente -¿hay alguna diferencia?- Aláiz intentó tender puentes entre modernidad y tradición, y más allá de Joaquín Costa, quiso devolver la verdad histórica a sus más legítimos detentadores: el pueblo oprimido tanto por el capitalismo usurario como por esa apisonadora modernizante que convirtió el suelo de la península en un erial sin vida colectiva, sin cantos y sin árboles umbrosos. Aláiz quiso mirar el suelo natal con los ojos de Eliseé Reclus y se quedó un tanto acongojado: en las rudas estepas aragonesas la visión del naturalista tenía que esforzarse por encontrar las huellas de un mundo antaño habitable y cercano. Pero Aláiz no desesperó, no se resignó a ver en el paisaje derruido las huellas de una condena. En las montañas vio las formas de la comunicación universal, del sustancial deseo de encontrarse y apoyarse. Como lo dice en su libro: “La montaña no es una divisoria, sino una reserva vital comunicativa. La montaña no es una frontera, sino una depositaria de bienes comunes. La montaña no es masa aislante, sino enlace de unos hombres con otros. Montaña y ríos acercan a los seres. Les dan materia de trabajo y civilización, como el mar, las nubes bienhechoras, el árbol y la zoología, compañera de fatigas.”
Aláiz quiso expresar la lucha por la emancipación como un esfuerzo constante contra la formación del Estado. En estos tiempos de conformismo frente a los poderes instituidos, es saludable escuchar enunciados claros y sencillos: “El Estado es la más acabada, la más patente calamidad del universo.” A través de las páginas de su libro asistimos a una requisitoria constante contra el poder central y todo lo que éste conlleva, pero además no se oculta una cierta desconfianza ante el poder técnico del Estado y de la tecnología en general. Nos dice más adelante: “La técnica está siendo en nuestro tiempo como la religión antaño: una minoría muy restringida que consigue imponerse a todos los seres, incluso a los que son colaboradores indispensables, pero que se les cree incapaces por la misma técnica.” De manera precursora, Aláiz se da cuenta de que las tecnologías complejas se alejan cada vez más del control directo de las personas y comunidades, amenazan su frágil textura y lo que en las comunidades o Municipios libres podía ser en buena medida transparente, accesible, reconocible, en manos del Estado centralista se convierte en religión oscurantista. Y como se pregunta: “¿qué técnica puede ser exaltada, por el hecho de tener el exaltador una estación receptora de radio, unos carros blindados, unos aviones mortíferos, un teléfono o conmutador cuyo manejo es automático, no habiendo intervenido en la inventiva de estos aparatos, ni siquiera en su construcción standar ni en la selección de su destino? (subrayado nuestro).
No nos engañemos, como tantos anarquistas de su época, Aláiz es un progresista, pero su progresismo es temperado por su gran comprensión de las formas del pasado y de las formas del paisaje. Aláiz ha entendido bien las lecciones de la geografía libertaria y del costumbrismo de los pueblos. La idea que se hace de la transformación social no significa hacer tabla rasa de todo lo anterior, ni despegarse de los enclaves donde las primeras comunidades crearon espontáneamente su convivencia colectiva. Su homenaje al campesinado constituye el reconocimiento de que en ningún lugar como en el campo explotado y asolado se libra la última lucha por la dignidad humana. Los años treinta en España, como él lo describe, significan la ascensión progresiva de un campesinado insurgente, apoyado por el proletariado industrial revolucionario, dando ambos razón y contenido a las doctrinas de la tradición anarquista desde los tiempos de Proudhon. En el federalismo ya presentido en el campo ibérico ve Aláiz la posibilidad de una verdadera reapropiación política de la tierra y de la riqueza. Según nuestro autor, desde al menos la época de la Revolución rusa, en el campo español se ha ido despojando a las minorías terratenientes de su poder sobre la tierra. El campesinado ha invertido el proceso de injusta expropiación que venía siendo el pan cotidiano desde los tiempos de la primera desamortización. Esta insurgencia del campo humilla al rico y no contenta al burócrata de Estado, republicano o no, que sólo atiende al gesto de la gran maquinaria central. De ahí que Aláiz señale lo que verdaderamente había en juego en 1936: “Los gobernantes republicanos y socialistas estaban bien lejos de advertir la evolución del campo. Quisieron manejar a los campesinos, y no consiguieron más que vitalizar el esfuerzo de éstos. El movimiento absolutista del 36 fue una réplica al avance social del campo más que un ataque a al República. Los focos fuertes del franquismo eran ciudades rodeadas de yermos, ciudades con censo de propietarios rurales arruinados por un cuarto de siglo de lucha desde abajo, desvalorizando los jornaleros la propiedad con la dosificación del trabajo, negando renta los colonos, estableciendo turnos de trabajo en la labranza los sindicatos de la CNT, abatiendo el dominio secular de la tonsura y del soez caciquismo, y cubriéndose los luchadores populares con una defensa inviolable de realidades promovidas en un medio adverso, que ellos mismos hicieron tambalear.”
En otro orden de cosas, se podrá reprochar a Aláiz su “españolismo”. Pero esto será una excusa para no ver que cuando Aláiz habla de España o del “español”, estas fórmulas no tienen mayor importancia frente a la crucial aportación de un federalismo naturalista y libertario, aportación que sólo puede ser mirada con ironía por lo verdaderos fatalistas de la nación, españolistas o regionalistas irredentos, agitadores de banderas y de himnos aferrados a sus emblemas patrios como el náufrago que se agarra al último deshecho flotante. A los catalanistas Aláiz les dice: “Catalanes, no os dejéis atar a un cadáver. La patria lo es.” A los vascos: “Sé todo lo vasco que quieras, pero olvida las viejas querellas históricas. Euzkadi y el mundo viven a pesar de tales querellas, no por ellas. Tus problemas son parecidos a los que inquietan a millares de seres machacados por el nacionalismo, grande o chico.”
A los que se obstinarán en defender la inextricable complejidad de los traumas nacionales en los que dicen estar inmersos, estas palabras les sonarán como un cubo de agua fría. Lo sentimos por ellos; en cuanto a nosotros, como en el caso de Aláiz, ni la patria ni la nación nos quitan el sueño. Preferimos dejarnos seducir por otros sueños, sueños que federen a pueblos, ríos y montañas mediante un acuerdo expresado como un viento tranquilo.
1 comentario:
"Imaginad el manicomio que sería España si tuviera Valle-Inclán
medio millón de lectores. Sería cosa de emigrar".
Felipe Alaiz, Valle-Inclán, anticuario, revolucionario y funcionario
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