Aprovechando la receta que os brindamos esta semana, y ya que es el alimento que constituye una base indispensable en nuestra alimentación comarcal, hablemos del trigo. Sembrado más o menos para Todos los Santos, brota allá para el febrero, y tras las correspondientes escardadas de la tierra para crear las condiciones óptimas de desarrollo del cereal sin competencia alguna, llegaba el mes de abril-mayo en que se comenzaba a regar (en regadío). En el secano a veces estaba más difícil por lo que pervive dentro de la tradición oral un nutrido número de coplas y salves relacionadas con el agua que dan buena fe de los problemas con los que se encontraban nuestras gentes.
Llegados a este punto, la siega comenzaba a finales de junio (San Juan) con la corbella y la zoqueta en la otra mano para protegerse de un buen tajo. A esta como a la mayoría de las demás tareas acudía todo el grupo familiar, siendo habituales en la comarca las cuadrillas de hombres que subían a Aragón para segar a jornal. Las mujeres solían colocar las garbas de trigo boca abajo para que al secarse no se abrieran las espigas, lo que recibe el nombre de gavillar.
Como el resto de actividades relacionadas, estas tareas estaban bien caracterizadas por la comida, con el aporte calórico correspondiente que demandaba semejante actividad, sobre todo por medio de carne, lo que en condiciones normales no solía comerse todos los días ni mucho menos. Prueba de ello son las conservas de cerdo en jarras con aceite, el suquete o la paella de trilla, las migas de siega, etc.
Una vez el trigo seco se llevaba a las eras en carro, numerosas en los distintos pueblos para proceder a la trilla. Se escampaban las gavillas por la era y la mies (el cereal ya maduro) se esparcía. Se daba una pasada con la caballería para que soltaran la espiga y después se le ataba el trillo, encima del cual se montaba un hombre que dirigía el animal mientras los demás lo iban girando para que se desmenuzara correctamente. A continuación se aventaba con la pala y la horca separando el grano de la paja. Este primero ya se llevaba a casa y se guardaba para el año siguiente, gastándose el del año anterior por considerarse perjudicial el hacerlo nada más recolectado. También era normal que luego la gente fuera a bañarse al río, puesto que les picaba todo el cuerpo del polvillo.
Las eras, de propiedad familiar o vecinal solían dar lugar a relaciones de compañerismo y ayuda mutua como por ejemplo ayudarse entre amigos y familiares. Normalmente se sorteaba en los ayuntamientos los turnos de estas. También el amo de las mies (el amo del trigo en cada caso) solía llevar vino y cazalla para todos los demás como manifiesta la siguiente copla:
Si la luna fuera pan
Y las estrellas molletes,
Y si la mar fuera vino,
Que tragos y que zoquetes..
Más vale la buena unión
Que tienen mis compañeros,
Que todo el oro y la plata
Que se fabrica en Toledo.
Finalmente, de ahí ya se pasaba al molino, aunque si el año había sido bueno se vendía una parte de la cosecha, allí se cernía, lavaba y ponía a secar al sol, mediante un proceso en el que la mano humana tenía mucho más que decir que la tecnológica. Finalmente se molía, separando la harina del salvao (cáscara del trigo), el cual se empleaba para la alimentación de los animales. No obstante, estamos ante un proceso mucho más complejo que puede abarcar otra reseña como tal, así es que dejaremos para más adelante los asuntos pertinentes a la molienda, como otros tal que la situación de los molinos en la comarca, su estado, localización, etc. así como los diferentes usos que se les daba a la harina, la panificación vecinal en los hornos comunales o de poya y en los particulares, y otros acontecimientos.
Fuentes: Rafael Benedito Fornas y Manuel Gil Desco, A escullar y tallers de musica popular. Alto Palancia.
Imágenes sacadas del blog de Luis Gispert en la fiesta de la trilla de El Toro, 2008.
1 comentario:
Buen artículo que nos ayuda a comprender cuales son los pasos para poder rehabilitar una actividad que cada vez será más necesaria.
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