miércoles, 22 de agosto de 2012

Las cuerdas.


Tirar cuerdas o echar las cuerdas es el nombre con el que se conoce una práctica bastante cercana aún a nuestros tiempos que creo interesante ahora recuperar al menos como saber. Encuadrada en el ámbito de la pesca, las cuerdas son una actividad no por cotidiana menos peculiar, pues demanda del ingenio y la austucia del o los compañeros, y por ello la considero interesante ya que puede ser muy útil de cara al futuro retomar tanto esta como otras prácticas por ejemplo de caza, populares, casi sin medios, que exigen de las personas que las practican, y como se dice por estas tierras, ser verdaderos "pillos", a diferencia de las facilidades con las que se encuentra por ejemplo el pescador habitual.
Todo comenzaba el día de antes, preparábamos con esmero las cuerdas siempre con la ayuda de algún chico mayor del pueblo que nos enseñaba a los más jóvenes los pormenores de aquella actividad, a el que habían enseñado por supuesto los más expertos y ya, como decimos por aquí, "viejos" del lugar. Bajabamos a Segorbe en bici o si alguno cogía una moto a por los anzuelos de acero, y en el rellano de alguna casa nos tirábamos en el suelo para comenzar. La cuerda bastaba que fuera lo suficientemente gorda para que no la rompiera la anguila al tirar, pero tampoco demasiado para que no se viera mucho. Allí se colocaban a cada medio metro más o menos y con un nudo de pesca habitual, un quitavueltas en el que posteriormente iría enganchado un anzuelo, dejando tanto en el comienzo como en el final sendos trozos de cuerda para atar el comienzo a algún pedrusco, y el final a un "plomo" que permitiera el hundimiento del cabo. Para el plomo acudíamos a la vía del tren en la que solían haber tornillos gruesos del mantenimiento de los railes, para sujetarla servía como digo cualquier árbol o piedra cercanos.
¿Y qué hay del cebo? Evidentemente buscabamos lombrices en la zonas más humbrías y humedas del pueblo, cerca de los márgenes del río, en las voras de las acequias...las cuerdas se ataban en un cartón dando vueltas y ya estaba todo preparado para la tarde.

Allá las 8 poco más quedamos para comenzar los preparativos, coger las bicicletas y bajarnos a los pozos y siticos que previamente habíamos establecido a lo largo del río Palancia. Eramos críos pero tentábamos a la suerte, por eso esperábamos a que se hiciera casi de noche. Primero para que no nos viera el SEPRONA, pues esta actividad ya estaba prohibida, segundo para que no nos viera nadie de los que aún quedaban por las huertas, y tercero, para que ninguna carpa o barbo mordiera el anzuelo antes de hora y nos fastidiara el cebo.

Una vez en el río todo dispuesto, se ataba la cuerda, se ponían los cebos, se repartía por trozos plegada para tirarla entre los que éramos, y a la de 1, 2 y 3, al agua estirada y hasta el día siguiente. Así en los tres o cuatro sitios previstos.

Al día siguiente, normalmente nada más ver los San Fermines, y aunque ya era un poco tarde, pues esto debe hacerse al alba, el compañero de turno pasaba por las casas llamándonos para bajar al río en esas mañanas frescas de verano todavía con los ojos llenos de legañas. Al llegar allí la expectación era impresionante, alguno yo creo se pasaba la noche soñando que al llegar la cuerda estuviera bien estirada, lo que se suponía era señal de que alguna había caido. La verdad es que podía haber pasado de todo, que la anguila no estuviera, que estuviera y se hubiera liado con la cuerda al cuerpo, que algúno más madrugador la hubiera visto y nos las hubiera levantado, que al cogerla se te resbalase y callera al río con el consiguiente cabreo de los demás, etc. pero en general solíamos coger algunas. De ahí ya las echábamos en una bolsa y alguien se encargaba de llevárselas a casa, limpiarlas, sacarles el anzuelo que se lo tragaban hasta el fondo, y congelarlas, para finalmente disfrutar de algún almuerzo o cena con un rico all i pebre.

Evidentemente hay todavía quien sigue pescando anguilas a día de hoy, no se si a la manera tradicional o tirando de caña a lo largo de la noche, pero lo que es una realidad es que si lo hace de la primera forma contará con algunos obstáculos, pues el estado del río no es para nada el que se vivía hace tan solo 10 años, inundado por la maleza, los cañares, zarzales y baladres, lo cual es normal que pase si para cualquier actuación hay que pedir permiso a la Confederación, y la burocracia veta la actividad tradicional que al igual que la pesca, regula y prohibe por ejemplo cortar cañas y otras actividades similares que antes, de una manera o de otra, contribuian a su mantenimiento. En cualquier caso desconozco el estado actual de dicha especie, como la población de estas actualmente en el Palancia, pero lo aquí contado resalta nada más el comportamiento y la práctica de la gente que se las ingeniaba de cualquier forma en épocas pasadas, las cuales, para mal o para bien, y de distintas maneras, engrandecían sus virtudes de manera reseñable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Resulta interesante recuperar viejas costumbres, tanto en el aspecto teórico como práctico, siempre teniendo en cuenta las posibilidades actuales en su vertiente ecológica para intentar no empeorar la situación. Me parece una interesante crónica y como aportación creo que es interesante para quien no lo sepa el ciclo de vida de estos peces, por lo que dejaré el link de la wikipedia donde creo que lo explica con claridad: http://es.wikipedia.org/wiki/Anguillidae. Teniendo en cuenta el ciclo vital de esta especie solo añadir que se ha visto alterado debido a las infrastructuras realizadas en los cauces a lo largo de las últimas décadas, por lo que estimo que en algunas zonas es una especie en regresión como tantas otras, que a tenido que modificar sus habitos radicalmente para poder sobrevivir. Sirva de reflexión para plantearnos ¿que estan/mos haciendo con nuestro medio?