"Cuando la fuerza de la razón es sometida
por la razón de la fuerza, no se puede hablar de ley ni de derecho. En
esta situación la ley es arbitraria y su aplicación no se desprende de
un Estado de derecho, sino de un Estado de abuso donde la violencia
monopolizada por el gobierno está al servicio de intereses
privilegiados. En este caso la resistencia al abuso es legítima; es más,
el derecho a resistir y defenderse es el único derecho de verdad. Por
tanto, desde el punto de vista de la libertad, la dignidad y la razón,
las verdaderas fuentes del derecho, la protesta contra el derribo del
espacio ocupado y autogestionado Can Vies, en el barrio de Sants, no
puede estar más justificada."
Can Vies: La razón de la fuerza en la Barcelona policial
Cuando la fuerza de la razón es sometida
por la razón de la fuerza, no se puede hablar de ley ni de derecho. En
esta situación la ley es arbitraria y su aplicación no se desprende de
un Estado de derecho, sino de un Estado de abuso donde la violencia
monopolizada por el gobierno está al servicio de intereses
privilegiados. En este caso la resistencia al abuso es legítima; es más,
el derecho a resistir y defenderse es el único derecho de verdad. Por
tanto, desde el punto de vista de la libertad, la dignidad y la razón,
las verdaderas fuentes del derecho, la protesta contra el derribo del
espacio ocupado y autogestionado Can Vies, en el barrio de Sants, no
puede estar más justificada. Su demolición no ha sido un pretexto para
la violencia intolerable de minorías itinerantes que “se aprovechan del
malestar”, tal como dicen las autoridades (y el sindicato de Mossos de
UGT): simplemente ha sido una muestra de la barbarie institucional,
gratuita y salvaje, como suele ser.
La metrópolis llamada Barcelona no es un
amplio asentamiento organizado por una comunidad de habitantes como
cuando se fundó; tampoco es una ciudad industrial llena de trabajadores
fabriles como era antes; el hacinamiento barcelonés es sólo un espacio
abierto y pacífico de consumidores, donde todo movimiento humano debe
ser regulado y controlado para garantizar su transparencia y su función.
Quien manda en Barcelona no son los vecinos, sino una casta política y
financiera, vertical y autoritaria, parásita y usurpadora, que hace de
la gestión urbana su modo privilegiado de vida. Lo que cuenta para los
dirigentes es la “marca Barcelona”, es decir, que el municipio de una
imagen aseada y tranquila, como la de un centro comercial o un parque
temático, buena para los negocios, las compras, el ocio mercantilizado y
el turismo. Resulta evidente que el espectáculo de una Barcelona
consumible por horas necesita un espacio sin contradicciones ni
ambigüedades, completamente sometido y al alcance del comprador.
El nuevo modelo urbano no puede permitir
la existencia de espacios realmente públicos, sin mediaciones ni
barreras, y menos aún de lugares gestionados horizontalmente: todo debe
funcionar como un escenario jerarquizado y monitorizado, donde
tecnologías, ordenanzas, mobiliario urbano y urbanismo están al servicio
de los dirigentes expoliadores. El ejercicio de la autoridad en estas
condiciones es fundamentalmente policial; en esta fase, la política se
confunde con la represión: gestión, vigilancia y orden son la misma
cosa, por lo que el gobierno ejerce sobre todo desde la conselleria de
orden público. La política es entonces, no asunto de políticos, sino de
las implacables fuerzas de seguridad. Todos los problemas políticos y
sociales que este modelo aberrante de ciudad constantemente provoca
nunca serán reconocidos como tales, ya que la población no tiene ningún
derecho a quejarse del mejor de los mundos. La única respuesta del poder
dominante secuestrador de la decisión popular es la violencia.
Está claro que en el tema de Can Vies,
las autoridades municipales nunca tuvieron la intención de ofrecer
alternativas que se salieran del circuito burocrático oficial, y que
todo encuentro se vertía a la manipulación y la mentira, porque al
proponer un espacio tutelado inaceptable lo que querían realmente era
suprimir este espacio libre. El dispositivo policial desproporcionado
para hacer efectivo el desalojo lo demuestra. No contaban ni con la
ayuda de otros colectivos ni con el apoyo vecinal del centro. Tampoco se
esperaban la solidaridad de otros barrios, tal como sucedió durante la
madrugada. Por eso las fuerzas del orden injusto fueron inicialmente
sorprendidas. ¿Dónde estaba el cañón ultrasónico y por qué no se tiraron
enseguida proyectiles viscoelásticos? Esto se preguntaba el
representante del sindicato policial SMT-CCOO, pues hay que decir que la
represión es un trabajo de mercenarios asalariados regulado por
convenio y balas FOAM, y lo que interesa a los sindicatos es hacerlo a
fondo y sin ningún riesgo. La respuesta todo el mundo la ha visto.
Ocupación casi militar del barrio, violencia policial indiscriminada,
detenidos y heridos…
Todo el esfuerzo mediático del alcalde
Trias, el consejero de orden público Espadaler y el concejal del
distrito Sants-Montjuïc Jordi Martí, ha sido dirigido, primero, a
defender la acción violenta de la policía, “defensora del derecho de
propiedad ” y “ejecutora de una sentencia firme del Tribunal Supremo”.
De hecho, no se han explicado demasiado: “mal iríamos si la policía
hubiera que justificar” (Espadaler), “las fuerzas de seguridad tienen
razón. Cuando los Mossos actúan es por algo” (Trias). Segundo, el
esfuerzo también se encaminaba a presentar las protestas como la obra de
grupos violentos infiltrados, con la idea de dividir la protesta entre
pacíficos y radicales “anti-sistema”, a fin de “encontrar fórmulas de
consenso” con unos y de apalear y encarcelar a los demás. Es una vieja
táctica política que sale a relucir cuando la fuerza no ha dado todo el
resultado deseado. La demagogia dirigente da asco pero es la que es. ¡No
culpemos a las autoridades de falta de sutileza, cuando sólo carecen de
escrúpulos!
Bueno pues, no estamos ante un hecho
inusual aislado, dentro de un marco democrático perfecto, donde todos
tienen cabida y posibilidades. En realidad la iniquidad de las
autoridades y la brutalidad de las fuerzas policiales serán cada vez más
habituales si la población no se resigna a hacer lo que le mandan.
Porque ella nunca tiene razón, no es soberana, ya que no tiene fuerza, o
mejor dicho, no tiene el monopolio de la fuerza que la ley de la
dominación otorga a los gobernantes. El dominio total del Capital exige
un tipo de espacio urbano gestionado como una empresa y apaciguado como
una prisión. Dentro de este espacio no caben formas de hacer
asamblearias, ni formas de vivir al margen de la economía de mercado.
Allí, el marco no puede ser más autoritario, y la política no se
distingue del control social. En un mundo orientado hacia el
totalitarismo, la gestión política es represión.
Can Vies era una piedra en el zapato del
poder en Barcelona. Parece que este no se la ha podido quitar con
facilidad. La resistencia al derribo ha sido ejemplar en muchos
aspectos, prueba que hay gente que no se adapta al comportamiento
esclavo que le piden. Esto es motivo de alegría. Y como las piedras no
deben faltar (hoy hay un montón de concentraciones), ¡confiamos en un
futuro cercano tener muchos otros!
La lucha continúa. Visca Can Vies!
Revista Argelaga
Miércoles, 28 de mayo de 2014
Miércoles, 28 de mayo de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario